Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 6 de febrero de 2015

El caballo de siete colores .1059

Que éste era un viejito que tenía tres hijos y tres matuchos. Y un día dijo el mayor que s'iba ir a trabajar y que le dieran media res de matucho. Se la dieron y se jue. Llegó a una represa y se sentó a comer el asau de chivato. Y llegó en eso un viejito, y cuando ya no pudo comer más le dio las sobras. Entonce el viejito le dijo que él no sabía comer, y le preguntó pa onde s'iba. Él le dijo que en busca de trabajo. Y entonce le ofreció que si quería ganar quince pesos por mes para cuidar quince yeguas overas. Y dijo que bueno, el muchacho. El viejito le preguntó al muchacho si devisaba allá, una luz, que áhi vivía él. Y dijo que sí.
Al otro día se presentó el muchacho en onde 'staba la lucecita. El viejo ya tenía la bolsa con los bastimentos para que llevara el joven a un corral de fierro onde 'staban las yeguas. Al mes volvió con las yeguas, y cuando volvió el viejito ya tenía contada la plata. El viejito le dijo al muchacho que qué quería, si los quince pesos plata o un Dios te lo pague. Entonce el muchacho le contestó:
-¿Qué te créis, viejo del demonio? ¡Yo necesito los quince pesos plata y no un Dios te lo pague!
-Bueno, m'hijo, si nu es pa que me peliés -le contestó el viejito.
Cuando el muchacho volvió a la casa, le dijo al padre que ensille un burro y se vaya a buscar un ternero pa carniar, que él traiba plata pa pagar. Cuando volvió el padre le dijo:
-¿Y la plata, hijo?
El hijo se metió la mano en el bolsillo pa sacar la plata, y en lugar de plata sacó un puñau de carbón. El padre se enojó crendo que era farsa y lo corrió, que se fuera pa otro lau, que no le pisara más la casa.
Entonce se quiso ir a trabajar el hijo del medio. El padre le dijo que bueno, que se fuera, pero que no le vaya a hacer lo mismo que el otro.
Este muchacho le negó también la comida al viejito, y fue a trabajar como el otro, con el viejito. Hizo el mismo trabajo de cuidar las yeguas en el corral de fierro. Cuando volvió, le preguntó el viejito:
-¿Querís que te pague quince pesos plata o un Dios te lo pague?
-A mí me da mi plata, no me venga con un Dios te lo pague que pa nada sirve -le contestó el muchacho.
El viejito le dio la plata y el muchacho se fue. Llegó a las casas y lo mandó al padre a trair carne pal asau. Cuando fue a sacar la plata pa pagar sacó un puñau de carbón. El padre lo echó, que no le pise más a la casa.
Entonce el hijo menor dijo qu'él s'iba a trabajar. El padre le dijo que si le hacía lo mismo que los otros que los había corríu, que a él lo iba a matar.
Y se fue Pedro, que así se llamaba el joven, con su media res de matucho. Llegó a la represa y se sentó, como los otros, a comer su asau de matucho. En eso llegó el viejito. Lo atendió muy bien, y le ofertó de lo mejor del asau. El viejito le dijo que él no sabía comer. Le hizo el mismo ofrecimiento de trabajo que a los hermanos, y le enseñó la lucecita pa que fuera a su casa, y lo dejó.
Pedro llegó, y se fue a cuidar las yeguas al corral de fierro. Al mes volvió y el viejito le preguntó:
-¿Querís de paga los quince pesos plata o un Dios te lo pague?
-Señor -dijo el muchacho, quince pesos plata se me van a acabar antes que llegue a mi casa, y un Dios te lo pague dura toda la vida. Déme un Dios te lo pague.
Entonce le dijo el viejito que él era Dios, y que por bueno lo iba a premiar. Le dio un Dios te lo pague, pa que lo ayude siempre. Le dijo que él s'iba, que le dejaba pa él la casa y las quince yeguas, y que áhi tenía monturas chapadas y trajes, y todo. Le dijo que trece yeguas iban a partir potrillos overos, y que cuando vayan naciendo, los vaya matando. Y que a los dos días iban a tener cría las otras dos yeguas y que iban a tener un potrillo zaino y otro overo. Que críe el zaino y mate el overo. Eso le dijo el viejito Dios, y se fue.
Ya Pedro hizo lo que le dijo el viejito. En cuantito nacieron los potrillos de las trece yeguas, los mató. Ya nacieron lo otros dos. El zaino no se podía levantar de flaco y arruinau, y era muy fierito; el overo era lindísimo y se levantó y retozaba. Entonce Pedro dijo:
-¿Qué habrá estau pensando este hombre que me ha dicho que críe el zaino, que es mal nacido, y no el otro que es tan lindo? Y los crió a los dos potrillos. Ya fueron grandes y los comenzó a amansar.
Un día, que estaba por ir a visitar a los padres, ensilló el overo. Que se había descuidau y ya se le había disparau el caballo ensillau, con una montura chapada, riquísima. Y que se había llevau por delante la puerta del corral, y que la había hecho tira, y que se había disparau con las yeguas, y se perdieron en el campo. Pedro ensilló el zaino que era más lerdo, sólo andaba al tranco, y se fue siguiendolás al rastro, a las yeguas. A los cinco días les perdió el rastro, en la noche, a las yeguas, y halló en el suelo una pluma de oro. Antes de agarrarla, el zaino le habló y le dijo que no la alzara porque se iba a ver en trabajo. Y que le dice Pedro que cómo iba a perder las yeguas y la pluma, y que la alzó no más y la llevó.
Después de mucho andar pasó por la casa di un rey. Que una de las sirvientas lo vio pasar. Y que el Rey le preguntó a la niña quién iba, y que le dijo que iba un joven con una pluma de oro en el sombrero. La mandó que lo llamara y lo hiciera pasar a Pedro, y una vez adentro le dijo el Rey que le vendiera la pluma, que por plata no iban a trepidar. Pedro le dijo que cómo se la iba a vender, que era la suerte d'él, que se la iba a regalar.
El Rey fue a regalarle la pluma a una niña de la que estaba enamorado, y le dijo:
-Mi señorita, acá le traigo una pluma de oro.
La niña le contestó que así como le había traído la pluma de oro, que le traiga el pájaro dueño de la pluma.
Entonce el Rey lo mandó a Pedro que le traiga el pájaro en el plazo de veinticuatro horas, que si no le iba a hacer matar. Pedro se fue on'taba el zaino, llorando. El zaino le preguntó por qué lloraba. Pedro dijo que cómo no iba a llorar, si el señor Rey me ordena que traiga el pájaro dueño de la pluma. Entonce el zaino le contestó que se acordara que le había dicho que no alzara la pluma, que s'iba a ver en trabajo. Luego le dijo que fuera a contestarle al Rey que sí, que le iba a trair el pájaro.
Y se fue con su caballo, y llegaron a una quebrada, y allí el zaino le dijo que entrara ligero, que atrás de la quebrada había unos árboles y que áhi 'staba el pájaro, que si no lo agarraba ligero, que el pájaro lo iba a comer. Así lo hizo, y gracias a que el caballo lo hizo entrar y salir tan ligero, pudo agarrar el pájaro sin que le pasara nada. Volvió y le entregó el pájaro al Rey.
El Rey muy contento se fue y le entregó el pájaro a la niña. Entonce la niña le dijo que así como le había traído la pluma de oro y el pájaro, le tenía que trai las quince yeguas que tenía repuntadas el padrón overo.
El Rey fue a Pedro y le dijo que si no le traiba las quince yeguas que tenía repuntadas el padrón overo, lo hacía matar.
Pedro se fue llorando on'taba el zaino, y el zaino le dijo:
-¿Qué te pasa, Pedro, que venís tan triste?
Pedro le contó a lo que lo mandaba el Rey. Entonce el zaino le contestó:
-¿Has visto, zonzo? ¡Yo te dije que no agarraras la pluma! Ésas son las yeguas tuyas, que se han vuelto salvajes y te pueden matar, son muy malas. Yo te voy a ayudar, no tengás miedo. Andá decile al Rey que las vas a trair, pero que te dé una sábana que no sea usada y una lanza que corte un pelo en el aire.
Ya fue Pedro, y el Rey le dio la sábana y la lanza.
Salieron a buscar las yeguas. Ya cuando iban muy lejos, devisaron unas llamas muy grandes. Entonce el zaino le dijo:
-¿Vis aquellas llamas? ¡Áhi vamos!
Pedro le dijo que sí, y él le dijo que se bajara, que se desnudara y que se envolviera en la sábana. Y así pasaron sin peligro y llegaron al corral de fierro onde 'staban las yeguas. Y el zaino le dijo que cuando él relinchara, iba a sacar la cabeza el overo, y que áhi no más lo matara con la lanza. Así lo hizo Pedro, y pudieron sacar las yeguas mansitas. Ya llegaron y le entregó las yeguas al Rey.
Ya el Rey muy contento fue y le llevó las yeguas a la niña. La niña, entonce le dijo que 'staba muy bien, pero que ella quería que le llevara al que había traído la pluma, el pájaro y las yeguas. El Rey no tuvo más remedio que llevar a Pedro. Entonce la niña se enamoró d'él y dijo que con Pedro se quería casar. El Rey, comprendiendo que él había sido muy malo con Pedro, dijo que bueno, y se fue muy triste. Y Pedro se casó con la niña que era muy buena, bonita y muy rica.
Entonce el zaino le dijo que era un ángel que había mandau Dios pa salvarlo, y s'hizo una palomita, y se voló.

Valentina Inojosa. Baldes de Chucama. Valle Fértil. San Juan, 1947.

Campesina. Buena narradora.

Cuento 1059. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


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