Había
una señora que tenía tres hijos. El mayor se fue a trabajar. Iba
por allí y andaba con sé, que no encontraba donde tomar agua. Y por
allí encontró junto de una piedra grande una vertiente con una agua
clarita. Y se agachó a tomar agua. Y salió debajo de la piedra una
víbora y le tiró un picotón. Y él se retiró y le tiró una
pedrada. Y la víbora se metió debajo la piedra. Y él se volvió
agachar a tomar agua y la víbora le volvió a tirar otro picotón.
Así que no lo dejaba tomar agua. Le tiraba piedras y le tiró con el
cuchillo. Y dio en contra la piedra y la víbora se escondía debajo
la piedra y le cansó y no lo dejó tomar agua. Así que se tuvo que
ir sin tomar agua porque la víbora no lo dejó.
Después
vino el hermano que seguía y le pasó lo mismo. Tampoco lo dejó
tomar agua la víbora. Y se tuvo que ir sin tomar agua.
Después
dispuso el hermano más chico salir a buscar trabajo. También llegó
a la vertiente junto a la piedra grande. Y él andaba con mucha sé.
Y se sacó el sombrero y se dispuso a tomar agua, pero la víbora le
tiró un picotón y él se retiró. La víbora se metió debajo de la
piedra y él le dijo:
Y
se volvió agachar. Y así la tuvo hasta que la cansó y lo dejó
tomar agua. Y ella se transformó en una chica y le dijo:
-Mirá,
yo soy una chica, pero sinó que me tienen encantada acá, hecha una
víbora. Así que si vos me querés salvar, te vas en aquellas casas
que se ven allá y te tienes que quedar allí, sientas lo que sientas
y te hagan lo que te hagan, vos tenís que aguantar sin decir
palabra. No vas a ir a hablar, porque vamos a ser perdidos los dos. Y
si me salvás yo me voy a casar con vos. Bueno, andá. Yo voy a ir
todas las mañanas a verte.
Bueno,
el muchacho se fue y se quedó allá. Y esa noche, cuando se acostó,
vinieron unos y lo hablaron. Lo tomaban de los cabellos y le quitaban
las colchas. Lo tiraban al suelo y él no hablaba nada.
Y
llegó otra noche y vinieron y lo agarraron al muchacho y lo tiraban
para arriba, le tiraban el cabello, le pegaban, lo mordían, lo
chuciaban, pero él no habló nada.
Al
otro día, vino otra vuelta la chica y le dijo que cómo le había
ido. Él le dijo que venían siempre personas que él no podía
distinguir y le hacían de todo, pero que él no hablaba.
Bueno,
se llegó otra noche y empezaron a llegar gente, en la oscuridá y le
hacían lo mismo. Lo tiraban para arriba, le tiraban los cabellos, le
pegaban, lo sacudían, y él nada. Se cansaron de hacerle cosas y
cuando se quisieron ir, a la madrugada, le cantaron un verso. Y él
se había quedado medio dormido, y les contestó ¡muchas gracias!
Así que habló. Perdió la prueba que tenía que hacer.
-Sé
que te ha ido mal, has hablado. Estamos perdidos. Así que me va
llevar mi madre. Así que si me querís, me seguís. Mañana temprano
vamos a tomar este camino.
Se
pusieron muy tristes los dos y se despidieron. Él le dijo que la iba
a seguir hasta el fin del mundo.
Por
allá, en el camino, encontró un viejito. Le preguntó qué andaba
haciendo, y él le dijo que iba siguiendo una chica. Y le conversó
lo que le había pasado del principio hasta el fin. Le dijo todo.
-Bueno
-le dijo el viejito-, tomá, te voy a dar estas dos virtudes, este
sombrero y estas botas. Cuando te pongás el sombrero, no te va a ver
nadie. Y cuando te pongás las botas, vas a poder correr más que el
viento.
Bueno,
tomó las virtudes que le había dado el viejito, se las agradeció
mucho, y se fue. Cuando quería que no lo viera nadie, se ponía el
sombrero. Cuando quería andar ligero, se ponía las botas y corría
más ligero que el viento. Y así llegó al pueblo que vivía la
señora y la chica. Y se quedó en el pueblo y él puso una casa de
negocio en la otra esquina donde vivía la madre de la chica.
Entonce
él se ponía el sombrero cuando iba la señora y la hacía atender
con otro. Cuando venía la chica, se lo sacaba. Bueno, pero la señora
malició y dispuso de irse a otro lado, muy lejo. Entonce un día, le
dijo la chica que la llevaban muy lejo, a un lugar que se llamaba
Donde ni Viento Corre.
El muchacho le dijo que la iba seguir.
Bueno,
dispuso el muchacho de seguirla, y se puso en camino, pero en todos
lados le dijieron que ese lugar estaba muy lejo. Pero él siguió no
más. En parte se ponía el sombrero y las botas y adelantó mucho
camino. Seguía y iba y preguntaba de ese lugar, Donde
ni Viento Corre. Nadie le daba noticia
dónde era ese lugar y anduvo muy mucho. Por allá que dio con una
viejita y él le preguntó de ese lugar. Y la viejita le dijo que
ella no sabía, que quien podía saber era en El Reino de las
Águilas. Como ellas andaban tanto y por tantos lugares, podían
saber.
Bueno,
se fue al lugar donde se encontraban las águilas y preguntó si no
sabían dónde era ese lugar que se llamaba Donde
ni Viento Corre.
-Yo
tengo muchas águilas en el reino, que las mando para diferentes
puntos. Pueda ser que alguna sepa.
Y
pegó un silbido el rey de las águilas y empezaron a llegar las
águilas. Y él les empezó a preguntar de ese lugar, Donde
ni Viento Corre, y ninguna supo dónde
quedaba, ninguna había llegado a ese lugar.
-Bueno
-dijo el Rey de las águilas, no falta más que la águila vieja. Es
la única que los puede dar noticias, pero ella tarda un poco más
porque es muy vieja, pero luego llegará. Como que fue así, y llegó.
Le preguntaron por el lugar que se llamaba Donde
ni Viento Corre y ella dijo que no
sabía y que el único que podía saber era el Viento Norte. Y se
fueron a buscarlo y le preguntaron que si no sabía dónde quedaba el
lugar Donde ni Viento Corre.
-Mire
-les dijo el Viento Norte, yo he andado muy mucho, por muchas partes,
y no he sentido nombrar ese lugar. Miren, el único que puede saber
es mi compadre, el Viento Sur.
Y
se fueron a la casa del Viento Sur y le dijieron que allí iban a
buscarlo a ver si les daba noticias dónde quedaba el lugar Donde
ni Viento Corre.
-Mire
-les dijo el Viento Sur, yo no sé pero conozco una vieja que cuando
yo voy y la embromo y la hago enojar, me insulta y me dice «ahorita
me voy a ir para el lugar Donde ni
Viento Corre», así que ella ha de
saber. Mire -le dice al muchacho, los vamos a ir juntos y yo la hago
enojar hasta que diga que va ir a Donde
ni Viento Corre. Y usté está
escondido y cuando la vieja diga así, usté le sale y la esige que
le diga dónde es ese lugar.
Y
el muchacho se puso el sombrero y las botas y le pegó andar. Anduvo
muchas leguas y se puso a esperarlo al viento. Y cuando llegó el
viento él estaba sentado, esperandoló. Se había sacado las botas y
el sombrero. Y llegó el viento y le dijo que cómo ha venido tan
ligero.
Bueno,
y volvieron a seguir caminando. Y el muchacho se puso el sombrero y
las botas y corrió más ligero que el viento y lo esperó
cerca de la casa de la vieja. Bueno, llegó el viento y le dijo al
muchacho:
-Allá,
en aquel rancho vive la vieja, así que usté trate de llegar, que no
lo vea la vieja. Yo voy a llegar fuerte, apagandolé el juego
echandolé ceniza a las ollas. La voy a molestar tanto hasta que diga
que se va ir Donde ni Viento Corre,
y usté la agarra y la esige que le diga dónde es ese lugar.
El
muchacho se puso el sombrero que no lo vían y se fue adonde estaba
la vieja, y se puso cerquita de la vieja. Y en eso llegó el Viento
Sur y empezó a desparramarle el juego y a echale ceniza en las
ollas. Y la vieja se enojaba. Y tanto la embromó el viento, que dijo
la vieja:
-¡Este
viento maldito que me embroma tanto! Ahorita me voy a ir para el
lugar Donde ni Viento Corre.
Y
la vieja le dijo que ella no sabía, pero la esigía tanto que le
tuvo que decir dónde era. Él le contó que iba en busca de una niña
que estaba encantada y que la habían llevado ahi. Entonce ella le
dijo:
-Vaya
allá, aquel pueblito que di aquí se ve el humito. Ahi, a la
entrada, hay una casita de dos pisos. Ahi vive la niña que usté
busca. Ella está en el piso di arriba.
Le
dio las gracias el muchacho a la vieja, y se fue. Llegó el muchacho
y de lejo lo vido la chica. Se puso el sombrero el muchacho y entró
donde estaba la chica. Conversaron un buen rato. Él se había sacado
el sombrero para que lo viera bien. Se puso el sombrero y se fue. Así
pasó un tiempo. Todos los días venía el muchacho y conversaban
hasta que un día la chica le dijo que por él ya si había terminado
el encanto. Y se fue la chica con él, se casaron y se volvieron a
los pagos de ellos.
Julián
Aguilera, 65 años. Las Barranquitas. Pringles. San Luis, 1971.
El
narrador aprendió este cuento en El Saladillo, de su padre, que era
un gran narrador.
Cuento
960. Fuente: Berta Elena
Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 069
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