Que
había una vieja que tenía arte y que vivía a la oría de la mare.
Esta vieja tenía un hijo mocito. Tenía una gran majada de cabras. Y
esta vieja hacía cuidar la majada con el hijo a la oría de la mare.
Y este muchacho se crio, s'hizo un joven, y hasta se le puso rabioso,
y se llevaba mal con ella.
Y
una vez, cuidando este muchacho las cabras, le salió nuestro amo a
la oría de la mare, como un viejito. Le salió con unos dos perros,
muy bonitos los perros. Entonce el muchacho le dijo que se los
vendiera. Entonce le dijo él:
En
tanto istalo el muchacho, le dijo el viejito que se los vendía, que
le diera sesenta cabras, le dijo.
-Bueno
-le dice, antes di andar contando, hagamos un corte, m'hijo, si ya
hamos tratado por estos perritos.
En
la tarde, echa de menos las cabras, la magre. Que le faltaba una
tropilla de cabras. Qu'él le dijo que no sabía ande si habían
perdido las cabras.
Este
muchacho comenzó a andar mal con la magre y se le comenzó a ir a
pasiare a una vecina, distancia de una legua. Y tenia una niña la
señora aquea, y él la solicitó para casarse. Bueno, la señora le
dio la niña al joven para que se casara.
La
madre del joven no era gustosa que se casara el joven con esta niña.
Pero al fin el joven ése se casó no más con la niña y no le avisó
a la magre. Y viene por áhi un vecino y le dice:
Cuando
jue ella, en la tarde, ya si habían casado los jóvenes. El joven
andaba siempre con sus dos perros.
Cuando
jue ya tarde, la magre de la niña dice que les iba a tender la cama
a los novios para que se vayan a acostar. Entonce la magre del joven
dice:
Y
le dijieron que güeno. Y como la madre del joven tenía arte, era
bruja más o menos, le puso un cormillo envenenau del lau que
regulaba que s'iba acostar la niña.
Y
ya se jueron a acostar los jóvenes. No viene y toca la casualidá
que el joven se quiso acostar d'ese lau. Y al poco rato no más se
murió el joven y naide sabía deque.
Y
áhi lo velaron. Y áhi 'taban los perros que no se movían. Al otro
día lo llevaron a enterrarlo en el pantión. Cuando lo llevaron a
enterrarlo los perros lo vieron pal lau que lo llevaron. Pero áhi
los agarraron a los perros y la señora se los vendió al comisario
d'ese pueblo.
El
comisario que 'taba muy contento con estos perros tan lindos, los
encerró muy bien con llave. Al día siguiente los perros li habían
desaparecido. Los buscaron por todas partes y no le hallaban ni el
rastro, como si hubieran salido volando.
Los
perros si habían dentrau al pantión, habían cavau y lu habían
sacau al finau. Li habían lambido l'herida adonde se li había
clavau el cormillo, y se lo sacaron al cormillo.
Y
lo encontraron sentau al joven a donde lu habían sepultau y los
perros a la par d'él. Áhi no más lo trajieron a la casa de la
esposa, ande había síu cavau. Entonces los perros hablaron y
dijieron que ellos eran unos ángeles, que Dios se los había dau al
joven para que lo salvaran, porque Nuestro Amo sabía lo que iba a
pasar, y que como ya no los necesitaba el joven, ellos se iban.
Campesino
rústico que conserva un antiguo modo de hablar comarcano.
Cuento
922. Fuente: Berta Elena
Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 069
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