Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 4 de enero de 2015

Una vara de nariz y una cuarta de cuerpo

Esto era una madre que tenía tres hijas costureras. Pero la costura estaba muy mal y no ganaban ni para comer. No tenían ya ni una peseta, y hasta las habían desahuciado de la casa donde vivían. Entonces dijeron:
-En este pueblo no tenemos nada que hacer. Vámonos a Algodo-nales. Algodonales es un pueblo muy bueno y allí siempre hay trabajo.
Así fue. Llegaron al pueblo y no encontraban habitación ni tenían dinero. Entonces, un señor que tenía una taberna les dice:
-Pues miren ustedes, aquí hay una casa que las malas lenguas dicen que está encantada y nadie se quiere ir a ella. Se murieron los dueños y ya han ido tres o cuatro, pero no sé qué pasa, que nadie quiere vivir en esa casa. Si ustedes fueran capaces de no tener miedo... Es una casa que está puesta y todo. Preciosa.
Dice la madre:
-¿Miedo nosotras? ¿Nosotras a qué le vamos a tener miedo si estamos luchando con el hambre?
Dice el tabernero:
-Entonces van ustedes al señor alcalde y se lo cuentan. Seguro que les da las llaves de la casa.
Bueno, pues así fue. Van al alcalde y el alcalde les dice:
-Pueden ustedes disponer de todo lo que hay en la casa. Y si no pueden resistir el miedo que allí hay, que dicen que suenan ruidos, que suenan cadenas..., ustedes se salen, y no pasa nada.
Pues se fueron las cuatro a aquella casa. Entraron y lo vieron todo muy bien puesto. Muy buenas camas y unas habitaciones estupendas:
-¡Ay, qué casa, madre! ¡Ay, qué suerte! ¡Si estuviéramos nosotras aquí siempre!
Dice la mayor:
-Yo voy a ver si acabo el vestido que me ha encargado una señora, que se lo tengo que entregar dentro de tres días, porque es para una boda. De manera que vosotras os acostáis, que yo me quedo cosiendo.
Entonces no había todavía luz eléctrica. Tenían velas, velones y candiles. Ella cogió un candil, y se puso al lado de la candelita a coser, la pobre. Las otras se iban a acostar y le decían:
-Anda, acuéstate. Mañana Dios dirá.
-No, no, no, yo me quedo acabando el traje.
Se pone a coser y, cuando dan las once y media, ¡empieza un aire! ¡Uuhrrr, uuhrrr!, y en el doblao como unas cadenas arrastrándose. Dice:
-¡Ay, por Dios, qué aire más tonto se ha puesto! -y a eso una ventana: ¡Plaf, plaf, plaf!, los cristales rotos. ¡Huy, por Dios, qué nochecita!
Se levanta y cierra la ventana. Se sienta otra vez, y entra una ráfaga por la chimenea que esparce las cenizas y le apaga el candil. A esto, un reloj grande que había de pared: ¡Pam, pam, pam, pam...! Las doce. Y en seguida unos golpes en la puerta: ¡Pum, pum, pum! Ya estaba la pobre muerta de miedo y con un hilo de voz dice:
-¿Quién? ¿Quién?
-¡Ábrele a una vara de nariz y una cuarta de cuerpo!
-¿Eh? ¿Qué? ¿Quién? ¿Qué dice usted?
-¡Que le abras a una vara de nariz y una cuarta de cuerpo!
Tira la muchacha el vestido y sale corriendo para la habitación de la madre:
-¡Madre, madre, hermanas!
Pero la madre y las hermanas roncando, venga a roncar. La pobre se tiró en la cama y, harta de llorar, se quedó dormida. Cuando despierta por la mañana, le dice la madre:
-¿Pero cómo te acostaste vestida?
-¡Ay, madre, ay, madre! ¡Qué miedo he pasado esta noche!
-¿Y qué ha pasado?
-Primero, un viento y unos ruidos de cadenas por el doblao. Luego, los cristales de una ventana, que se rompieron, una ráfaga de aire que desparramó las cenizas y me apagó el candil. Venga usted a verlo.
Se levantaron y fueron todas a mirar. Pero allí ni había cristales rotos, ni ceniza por el suelo, ni nada. Subieron al doblao, y allí solo había chismes antiguos, muy bonitos. Dice la madre:
-A ver, ¿dónde está todo eso que tú dices? ¿Y el vestido lo acabaste?
-¿Qué vestido?
-¿Lo ves? Eso es que te entró sueño, y para que nosotras no te riñamos dices que te pasó todo eso.
-De verdad que vino un miedo...
-¡Qué miedo ni qué niño muerto! -dijo la segunda. Esta noche me quedo yo. Verás cómo termino el vestido.
Así fue. Se queda la segunda aquella noche, y le dice la mayor:
-¡Ay, pero acuéstate antes que den las once y media, porque a las once y media empiezan los ruidos, y a las doce...!
-¡Anda, so tonta! ¡Vete y déjame tranquila!
Se acuestan las otras, y se queda la segunda cosiendo. Cose que te cose, cose que te cose a la luz del candil. Pero a las once y media oye unos ruidos: ¡Uuhrrr, uuhrrr!, y en el doblao las cadenas arrastrándose, ¡y un viento!
-¡Ay, qué noche más mala se ha puesto! Tenía razón mi hermana. ¡Ay, madre mía, yo me voy a acostar! Si no fuera por este dichoso vestido...
Cose que te cose, cose que te cose... A esto, una ráfaga que entra por la chimenea, esparce las cenizas y apaga el candil. Y el reloj de pared: ¡Pam, pam, pam, pam...! Las doce.
-¡Ay, mamaíta, qué miedo!
Y los golpes en la puerta: ¡Pum, pum, pum!
-¿Quién es?
-¡Ábrele a dos varas de nariz y una cuarta de cuerpo!
-¡Ay! -tira el traje, sale corriendo y se mete en la cama de su madre: ¡Madre, madre, hermanas!
Pero allí no despertaba nadie. Todas roncando. Hasta que la pobre, harta de llorar, se quedó dormida.
Cuando a la mañana siguiente despiertan las otras, les cuenta lo mismo: el viento, las cadenas, la ceniza... Y dicen las dos mayores:
-¡Vámonos de esta casa, vámonos! Nosotras no nos quedamos aquí ni un segundo.
Pero entonces dice la más pequeña:
-No, que esta noche me quedo yo. Y como venga ese guasón, que eso tiene que ser un guasón, para que nos vayamos de la casa, se va a enterar. A ese le abro yo la puerta, y se va a enterar.
-¡Ay, Mariquita, no digas tonterías! ¿Cómo le vas a abrir la puerta tú? ¿Tú sabes lo que estás diciendo?
-¿Que no? ¡Que sí le abro!
Así fue. Se queda por la noche. Se pone a coser, cose que te cose, cose que te cose. Se había metido una caja de cerillos en el bolsillo, y otra vez pasó lo del viento y las cadenas, hasta que se apagó el candil. Las doce y los golpes en la puerta:
-¿Quién es?
-¡Ábrele a tres varas de nariz y una cuarta de cuerpo!
-¡Espéreme usted, que ahora mismo voy!
Se saca su caja de cerillas y enciende otra vez el candil. Se va para la puerta, levanta la aldaba, descorre el cerrojo; pero, hija, nada más abrir: ¡Shuiffs!, otra ráfaga y se le apaga el candil. Dice Mariquita:
-¡Pues sí que la hemos hecho buena! Me ha apagado usted el candil y ahora no veo nada.
-No te preocupes. Enciéndelo otra vez y dámelo. Y si tienes valor, sígueme.
Mariquita encendió otra vez su candil y al momento sintió que alguien se lo quitaba. Pero ella no veía más que la luz. Se fue detrás de la luz por las calles, revolviendo esquinas y más esquinas. La luz delante y ella detrás. Hasta que llegaron a una capilla. Entra la niña en la capilla y ve que estaban muchas mujeres, todas de negro, todas iguales. No se sabía cuál era una y cuál era otra. Y en medio de la capilla un ataúd. Un ataúd pequeño.
La pobre se pone de rodillas y se santigua. Pero estaban las mujeres muy apretadas y hacía mucho calor. Y esperar, esperar, esperar, hasta que se quedó dormida.
Cuando por la mañana se despierta, ve que estaba la capilla completa-mente vacía. Y el ataúd abierto. Se acerca y ve que hay dentro un Niño Jesús de marfil, con un cartelito: «Para Mariquita».
-¡Ay!, ¿si será para mí?
A esto aparece un señor alto, delgado, bien vestido. Le dice:
-Sígueme.
Y la llevó a un sótano. En el sótano había tres tinajas: una grande, otra mediana y otra pequeña. Le dice el hombre:
-Antes de marcharte tienes que cumplirme un deseo. Yo soy un alma en pena. Estoy purgando en el Purgatorio. Y mientras no cumpla una persona buena la promesa que yo hice, no puedo entrar en el cielo. Esta tinaja grande que ves aquí está llena de monedas de cobre. Tú las tienes que repartir entre los pobres, porque yo se las robé a ellos, sin quedarte ni con cinco céntimos. Esta otra mediana es de monedas de plata. Quiero que me la digas toda en misas, porque fui tan malo, que Dios me tiene castigado hasta que cumpla mi condena. Y esta otra chiquitita es de monedas de oro. Esto es lo que era verdaderamente mío. Este era mi capital. No lo otro, que lo robé. ¿Compren-des? Por eso lo tenía que restituir. De modo que, si cumples, tuyo será el Niño Jesús, la onza de oro y además mi casa con todo lo que hay en ella.
Mariquita le dijo:
-Pues lo cumpliré.

Y nada más decirlo, el alma pegó un estallido y desapareció. La niña se fue para su casa, cumplió lo prometido, y en ella, su madre y sus hermanas fueron muy felices y comieron perdices, y a mí no me dieron porque no quisieron.

0.003.1 anonimo (españa) - 075

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