Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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miércoles, 7 de enero de 2015

Una escoba traviesa

¡Cáspita! Hay que ver qué cantidad de polvo y suciedad tiene el suelo de esta cocina -dijo la criada, que era muy aseada y no soportaba que en el suelo hubiera ni rastro de suciedad.
Sacó tu escoba del armario del rincón y se puso a barrer el suelo diligentemente. Después retiró toda la basura con un gran recogedor.
Desgraciadamente, en esta cocina también vivían unos duendes. Eran tan chiquitines que no se los veía, pero cuando alguien los molestaba se ponían de muy mal humor. Al barrer, la escoba se metió en un oscuro rincón en el que los duendes estaban celebrando una fiesta. De repente, el rey de los duendes fue barrido de su mesa y acabó en el recogedor. A continuación se dio cuenta de que lo estaban tirando al cubo de la basura con todos los demás desperdi-cios.
Furioso, el rey de los duendes consiguió salir de entre los desperdicios. Se limpió la basura y el polvo que lo recubrían y procuró parecer todo lo majestuoso que se puede ser cuando te acaban de tirar a la basura.
-¿Quién ha sido? -chilló. Alguien lo va a lamentar muchísimo -amenazó.
Finalmente, entró en la casa y volvió a la cocina.
Los demás duendes lo miraban mientras hacían grandes esfuerzos para no echarse a reír.
El aspecto del rey era deplorable, con basura por todas partes, pero los duendes sabían que era mejor no reírse del rey: de lo contrario, éste sería capaz de lanzarles un maleficio.
-Ha sido la escoba -dijeron a coro.
-Muy bien -dijo el rey duende. Lanzaré un maleficio a la escoba.
La escoba volvía a estar en esos momentos en su armario. El rey fue hacia allí y de un salto se metió por el agujero de la cerradura. Señaló la escoba y dijo:

«¡Abracadabra! Escoba, sal de la alacena
y déjalo todo hecho una pena.»

De repente, la escoba se incorporó y sus cerdas empezaron a vibrar. Como era de noche, todos los habitantes de la casa dormían. La escoba abrió la puerta del armario y salió de un salto. Abrió la puerta de la cocina y salió a la calle. Se encaminó al cubo de la basura y, con un golpe de sus cerdas, barrió hacia dentro un enorme montón de basura. Latas de conserva, porquería, polvo, huesos de pollo y quién sabe cuántas cosas más fueron a parar al suelo de la cocina.
La criada, cuando entró, no podía dar crédito a sus ojos.
-¿Quién ha hecho todo esto? -dijo.
Sacó la escoba del armario y volvió a barrer para sacar toda la basura.
A la noche siguiente volvió a suceder lo mismo. Cuando todo el mundo se había ido a dormir y la casa estaba en silencio, la traviesa escoba salió de su armario y volvió a meter en casa toda la basura. Esta vez fueron raspas de pescado, botellas viejas y cenizas de la chimenea.
La criada se quedó sin habla. Volvió a limpiarlo todo y, aunque no tenía la menor idea de lo que pasaba, le dijo al jardinero que quemara la basura para que no volviera a entrar en la casa.
Pero aquella noche la escoba decidió organizar otro tipo de estropicio. En lugar de barrer para adentro la basura, voló sobre los estantes y fue tirando al suelo todos los frascos, que se quebraron y esparcieron su contenido por todas partes.
-¡Detente YA MISMO! -gritó súbitamente una voz.
-¿Qué te crees que estás haciendo? -añadió.
La voz pertenecía a un hada muy seria que se encontraba de pie junto al escurreplatos con las manos apoyadas en las caderas. Lo que no sabía la escoba es que en uno de los frascos que había roto estaba encerrada un hada buena que los duendes habían hecho prisionera. Como volvía a ser libre, se había roto el maleficio, y ahora iba a pronunciar el suyo:

«Escoba, escoba, limpia el suelo
y déjalo como un espejo,
tira al pozo a esos duendes perversos
y no permitas que salgan de nuevo.»

La escoba se puso a trabajar a toda velocidad. Barrió todas las esquinas, todos los escondrijos y todas las grietas. Cada mota de polvo y porquería y todas las botellas rotas fueron a parar al recogedor, y después las sacó de la casa. Por último, barrió a todos los duendes y los echó al pozo, donde ya no pudieron cometer más fechorías.
Cuando la criada bajó por la mañana, se encontró una cocina impecable. Le extrañó mucho que faltaran algunos de los frascos, pero en el fondo, y esto que quede entre nosotros, se alegró, pues así tendría menos cosas que limpiar.


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