Que
era un matrimonio que tenían un gallo, un gato y un burro. Resulta
que esperaban visitas. Y el gato oía la conversación de los dueños
de casa que decían que para hacerle una cazuela a las visitas iban a
matar el gallo. Bueno... Y resulta que el gato le avisó al gallo lo
que había oído. Y resuelven mandarse a cambiar y le comunican esto
al burro. Así resuelven tarde la noche ir a la despensa y cargan
unas árganas con toda clase de provisiones. Y muy temprano emprenden
viaje. Ya iban el gato, el gallo y el burro. Más allá se encuentran
con un pato y les dice:
-¿Dónde
van ustedes?
-Vamos
a rodar tierra.
-¿Por
qué no me llevan?
-Si
querís nos podís acompañar.
-Bueno
-dice, y sigue con ellos.
Carga
el burro y sube el gallo, el gato y el pato. Y emprenden viaje. Al
poco trecho se encuentran con un carnero. Y lo invitan también a
rodar tierra. Y se va con ellos. Al poco andar se encuentran con un
chiñe, que también los acompaña. Habían andado mucho y se les
hace la noche. Se quedan a dormir en un bosque. Eligen un lindo
lugar. Había sido áhi la guarida de varios liones. Hacen fuego,
preparan la comida, comen, y cada uno se va a dormir. El gallo se
trepa a un árbol, y cada uno de los otros animales se buscan un
lugar bien seguro. Y se duermen.
Tarde
la noche llega uno de los liones. El primero en despertar fue el
chiñe. Y le orinó la vista al lión. Éste quedó ciego de dolor y
no pudo defenderse. Imediatamente se despierta el gato y lo rajuña
por todo el cuerpo al lión. El burro empezó las patadas y el
carnero a toparlo con todas sus fuerzas. El gallo decía di arriba
'el árbol. ¡Cococó, cocó! ¡Cococó, cocó! Al lión le parecía
que decía: ¡Dejenmelón a mí! ¡Dejenmelón a mí! Y el pato
andaba de un lado para otro con su grito: ¡Pah, pah! ¡Pah, pah!
El
lión maltrecho huyó y se juntó con los compañeros y les contó
todo lo que había pasado. Y les dice:
-Huyamos,
porque nos han invadido nuestra casa. Y es gente muy mala la que
está. Hay uno viejo que tira agua caliente a la vista y quema muy
mucho. Otro con un cuchillo muy agudo me lastimaba. Otro, grande que
parece boxeador, me daba golpes muy fuertes. Otro me dio muy muchos
golpes. Pero al que tenía mucho miedo era al que estaba arriba del
árbol y parecía decir: ¡Dejenmelón a mí! ¡Dejenmelón a mí! Y
al que li agradezco mucho es a un señor petizo que parece el jefe de
todos y que decía: ¡Paz! ¡Paz! ¡Paz! ¡Paz!
Los
liones se fueron lejos, disparando de miedo, y no volvieron más a la
guarida. Y así se salvaron los viajeros.
Alberto
Acevedo, 46 años. Rivadavia. Mendoza, 1951.
Trabaja
en las bodegas de la región. Buen narrador.
Cuento
618. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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anonimo (argentina) - 048
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