Una
señora vieja, que tenía una hija que tenía cuatro animales, que
era un cabro, un gato, un gallo y un pato.
La
muchacha todos los días salía en busca de trabajo y a la vuelta
traía diferentes cosas para comer. Le decía a la madre:
-Guardá
un poco, mamá, para mañana.
-¡Vamo
a comé!
Si
es yerba decía:
-¡Vamo
a tomá mate!
Un
día dijo:
-Hoy
vamo a comé todo. Mañana hemos de matá tu gallo.
-Pero,
tiene, mamá, que aprendé a guardá -dice la muchacha.
Despué
la muchacha le dice al gallo:
-Andate,
mi hijo, en el monte, porque tu agüela te amenaza con matate mañana.
Se
levanta la vieja y le dice a la muchacha:
-Vamo
a matá tu gallo.
Se
levanta la muchacha y va en busca del gallo. No lo encuentra y le
dice a la vieja:
-¿No
ve, mamá?, Dios nos castiga. Se perdió el gallo porque le amenazó
al animalito.
Entonce
la madre le dice:
-Andate
a buscá trabajo, entonce.
Se
va la muchacha. Todo el santo día trabaja sin tener descanso. Viene
por la noche recién y trae de todo a la vieja, y le dice:
-Guarde
un poco, mamá, para mañana.
-Vamo
a tomá mate y a comé, que mañana hemo de comé tu pato.
Se
levanta la pobre muchacha a la noche y le dice al pato:
-Andate,
hijo, a onde 'tá tu hermano, que tu agüela amenaza matate.
Temprano
se levanta la vieja y le dice:
-Andá
matá tu pato.
Se
hace la muchacha que no sabe nada. Lo busca y no lo encuentra.
Entonce le dice:
-¿No
ve, mamá? Todos los animalitos se van a dir por culpa suya, porque
usté lo amenaza.
Entonce
ella le dice:
-Güeno,
andate a trabajá, entonce.
-Güeno,
mamá -le dice.
Todo
el día trabaja la pobre muchacha. A la noche le trae de diferente
cosa para comé. Le dice:
-Acá
le traigo, mamá. Pero no coma todo. Dejamo un poco para mañana.
-Comemo
todo, no dejamo nada, que mañana comeremo tu cabro.
La
muchacha va y le dice a la noche al cabro:
-Andate,
mi hijo, a onde 'tan tus hermanos, que tu agüela te amenaza matate.
Se
levanta temprano la vieja y le dice:
-Andá
traé tu cabro.
Se
fue la muchacha a buscá el cabro. Viene y le dice:
-Güeno,
andate a trabajá, entonce.
Al
otro día sale a trabajá la pobre muchacha. A la noche le trae para
comé y le dice:
-¡Pero
no coma todo, mamá! Deje un poco para mañana, que yo estoy cansada
de trabajá.
La
vieja le dice:
-¡Qué
mañana, ni qué nada! ¡Mañana comeremo tu gato!
La
pobre muchacha se levanta a la noche y le dice al gato:
-Andate,
mi hijo a onde 'tán tus hermanos, que tu agüela te va a matá.
Al
otro día se levanta temprano la vieja y le dice:
-Andá
traé tu gato.
La
muchacha sale a buscá el gato. Viene y le dice a la vieja:
-¿No
ve, mamá, que por usté me quedé sin ninguno de mis animalitos?
Se
jueron por fin los cuatro animalito. Se encontraron en un tapera. Se
hicieron gauchillos los cuatro. Se jueron a onde era la posada de dos
tigres.
Llegó
la noche. Dijo el gallo:
-Yo
voy a dormí allá arriba, en aquella ramada, porque muy pronto,
temprano, suelo cantar.
Dice
el pato:
-Yo
voy a dormí cerca de esa laguna porque pronto me suelo bañar.
Dice
el gato:
-Yo
voy a dormí cerca del juego, porque pronto me suelo calentar.
Dice
el cabro:
Yo
voy a dormí en aquel chiquero porque pronto suelo estar de cuerpo.
Por
la noche se arrimaron los dos tigres. El gato estaba durmiendo cerca
del juego. Los tigres empezaron a soplar el juego queriendo distinguí
éste que estaba ahí, durmiendo. En una de ésas se despertó el
gato, y en la oscuridá le pegó por la cara al tigre, le hacheó con
la uña. Y disparó el tigre y le dice al otro tigre:
-Vamo,
compañero, porque acá hay gauchillos. Uno me cortó en la cara.
Al
pasar por abajo de la ramada cantó el gallo. Más juerte dispararon.
Pasaron por cerca del chiquero. Salió el cabro. Le atracó un bote y
patadas. Más juerte dispararon. Pasaron por cerca de la laguna, y el
pato dijo: ¡cuá!, ¡cuá!, ¡cuá!, y ellos oyeron que decía:
-¡Acá
se va! ¡Acá se va! ¡Acá se vá!
Salieron
disparando los tigres; más fuerte se ían.
Al
otro día el señor cabro salió en busca de hojas para comer y se
encontró con una osamenta de tigre. Y se le ocurrió ensartar por
l'asta y la trajo a la tapera. Y vinieron los tigres a la tarde
siguiente y encontraron ahí el cadáver del otro tigre. Ellos
creyeron que eran los gauchillos que estaban ahí, que lo mataron al
tigre. Entonce salieron disparando de miedo. Creyeron que eran los
gauchillos que fundieron al tigre y que los ían a fundir a ello
también. Y se quedaron dueño de la casa lo animalito.
Bernardina
Fernández, 71 años. Villa Pellegrini. Iberá. San Martín.
Corrientes, 1952.
Campesina
rústica. Muy buena narradora.
Cuento
623. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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anonimo (argentina) - 048
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