Eran
animales de una casa de familia y 'taban aburridos porque los
trataban mal. Dispusieron irse lejos. Dice el gato al pato:
-Che,
vamolós a rodar tierra. Vamos a invitar a los otros compañeros.
Vamos a invitar al burro, le pegan todos los días, le dan palos,
azotes, y no le dan casi qué comer.
El
burro se va con los amigos. Pasan a otra casa de familia. Lo invitan
a un gallo que 'taba todo arruinau. Y van cuatro. Van a otra casa
ande había un cordero criau guacho, que ya 'taba hecho un carnero.
Se hizo la reunión de los estropiaus. Se van al campo. El gato y el
pato le dicen al burro:
-Vos
vas a ser el carguero. Vas a llevar todo. Los vamos a juntar esta
noche.
Se
juntaron esa noche y lo cargaron al burro con provisiones. Y ya van
con rumbo al campo. Iban por el campo y por áhi pegaban unos gritos.
El gallo cantaba y balaba el carnero. Y le dicen al burro:
-Sería
bueno que vos pegués un grito.
Por
allá se encuentran con el lión y el tigre. Y los invitan. Se juntan
y se van. Estos animales tenían unas cabezas de otros tigres y
liones qui habían muerto y las llevan. Cuando anduvieron un tiempo
devisaron unas casas. Era ya muy de noche.
-Vamos
a llegar a una familia que son bastantes malos -dice uno.
Llegan
y se van rumbo a las casas onde había tres gigantes. Y se adelanta
el gato. Y llega el gato. Saluda y dice si le pueden dar una mesa, un
poco larga para comer, que son unos cuantos pasajeros qui andan de
paso.
Uno
de los gigantes le dice al pión que tenían:
-Facilitales
una mesa.
Llega
el burro a la mesa y saca de las cargas las cabezas de tigre y de
lión que llevaban. Entonces dice:
-Éste
es el fiambre que traimos.
Les
dio miedo a los gigantes esta gente que parecían cazadores de tigres
y liones. Y en l'oscuridá óiban el aullido del gato y la voz del
gallo y del pato y no sabían quénes eran.
El
gato les dice a los gigantes si les pueden dar posada esa noche para
él y sus acompañantes. Y les pide una proporción para hacer fuego.
El gigante que los atendía se negó. Entonce se quedaron en un
corral viejo. Más tarde el gato va a dar una vuelta por la casa y
dice:
-El
chalé de los gigantes los tiene que quedar para nosotros. Se lo
vamos a quitar. Los vamos a ganar a la cocina.
Y
se fueron a la cocina el gato y el gallo.
-Yo
me voy a enterrar en la ceniza de la cocina. Y vos te ponís encima
de la puerta de la cocina -le dice al gallo. Y vos te ganás en la
represa -le dice al pato. Que el carnero se quede por áhi, ajuera, y
que el burro s'eche también por áhi cerquita.
El
tigre y el lión se quedaban a la guardia, ande no los vieran, junto
a las casas.
Como
a las once de la noche, el pión quiso fumar. Era muy vicioso y no
tenía fóforos. Se viene a la cocina a encender el cigarro. Y ve las
lucecitas de los ojos del gato y cre que es juego. Y dice:
-¡Ve,
qué bien, hay juego!
Y
al ir a encender el cigarro lu agarra el gato con las uñas y los
rasguña por todos lados. Y se le descuelga el gallo y lo espuelia
con toda la furia. Y si allega el carnero y le da topetazos. Y se
levanta el burro y le da un gran mordiscón. Y el pato venía
gritando pero nu alcanzó a llegar.
El
pión gritaba y manotiaba, hasta qui al fin pudo escapar, y jue a
darles parte a los gigantes de lo que li había pasado. Y les dice:
-Uno
parece sastre, pincha con una punta de áujas como si cosiera. El
otro señor parece domador, tiene espuelas y saca los pedazos a
espuelazos. El otro parece carpintero, pega tan fuerte como si pegara
con el combo. El otro señor que llevaba las alforjas -que era el
burro- parece herrero, lleva unas tenazas muy grandes y mi había
agarrau de las espaldas que casi me revienta. Ahora, el último que
venía, un señor petizo, que no alcanzó a llegar, que decía:
¡Dejenmelón! ¡Dejenmelón! ¡Dejenmelón!, ése debe ser el más
peligroso.
Ese
último era el pato.
Los
gigantes tuvieron miedo de esta gente tan mala y no quisieron peliar.
Así es que los gigantes les dejaron la casa y se jueron calladitos.
El tigre y el lión 'taban de más también y se despidieron. Y los
animales que salieron a rodar tierra se hicieron dueños de la casa y
todavía 'tarán viviendo áhi.
Máximo
Reyes, 68 años. Las Cuevas. Tupungato. Mendoza, 1951.
Muy
buen narrador.
Cuento
620. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 048
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