La
víbora ingrata
Había
una gran víbora apretada con una piedra en el campo cerca de un
camino. A todo el que pasaba le silbaba la víbora. Y nadie le hacía
caso. La miraban que era una víbora y todos pasaban. Pero no falta
alguno de corazón muy bondadoso, ¿sabe?, que se arrimó. Le pidió
que le sacara la piedra hasta que le sacó la piedra. Cuando se
estiró, muy grande, el largo de todo, todavía le pide que la lleve
a caballo, en ancas. Y el hombre generoso siguió hacienda la obra.
La lleva en anca. Después que va un trecho, le dice:
-A
que te pico.
-Pero,
no, cómo me va a picar.
-No,
es que yo tengo ganas de picarte.
Una
vez que le salvó la vida, nada. La víbora empecinada que lo iba a
picar. Entonce le dice el hombre, le dice:
-Vamos
a buscar un testigo, un juez, una persona que nos sirva de juez, a
ver si tiene usté razón de hacerlo o no.
Aceptó
la víbora.
Encontraron
un caballo. Pobre caballo, claro, lo habían espueliado, lo habían
maltratado.
-Piqueló,
tiene razón -dice, piqueló. El hombre me maltrata a mí.
Qué
lección le daba, fijesé, el caballo.
Entonce
el hombre le dice:
-Vamos
a buscar otro -le dice, no me conformo con
éste.
Le
acepta la víbora.
Encuentran
un buey.
Tampoco
tenía ningún halago el buey, para el hombre, que lo habían
maltratado.
-Me
hace tirar con otro aunque yo tenga menos fuerza. Piqueló -le dice,
tiene razón.
Y
bueno... Por ahí le dice el hombre:
-Vamos
a buscar un tercero.
-Bueno
-le dice, éste es el último.
-El
último.
Muy
bien. ¿A quién lu encuentran? A don Juan el Zorro.
Don
Juan el Zorro, hombre que se puede decir entre los animales, astuto,
algo así como un gran político. Y dice:
-Vamos
a ver cómo son las cosas. Vamos al lugar del hecho.
Marcharon
al lugar del hecho. El hombre ni se pensaba lo qué iba a suceder. Ni
la víbora tampoco.
-¿Cómo
estaba usté? -le dice a la víbora.
La
víbora se enroscó.
-Pongalé
la piedra -le dice al hombre. Muy bien. Dejelá ahí no más.
¡Ah!,
cuando dijo así, la cara que puso la víbora. Y la cara de contento
del hombre, que no sabía con qué pagarle. Entonce el zorro le dice:
-No,
no me debe nada.
También
haciendo otro negocio, pensando él en sacar otra ventaja.
-No
me debe nada.
-Pero
cómo no le voy a deber nada. Y que me ha hecho un favor tan grande.
Bueno,
entonce le dice:
-Todos
los de mi familia que encuentre muertos, me los entierra.
-Como
no, encantado.
Montó
a caballo y sale para un lado, y el zorro para el rumbo contrario.
En
seguida se internó en el monte y se le tiró al suelo, el zorro. Se
hace el muerto como es la costumbre de él. El hombre dice:
-Miró,
uno de la familia de mi amigo, muerto.
Se
bajó, cavó con su cuchilla un pocito y lo enterró. Cumplió, montó
a caballo y siguió. El zorro le calculó que iba retirado, se
levantó, se sacudió y fue y se tiró más adelante. Y así lo llevó
hasta la entrada del sol. A la entrada del sol se le rompe la
cuchilla al hombre, caramba, apurado, se le hacía tarde, y lo agarra
de las patas al zorro, ¡porquería!, y lo dio contra el suelo y lo
mató. Claro, no ve que ya 'taba cobrando mucho, ya.
Candelario
Portillo, 63 años. Villaguay. Entre Ríos, 1970.
El
narrador es estanciero. Aprendió este cuento de la madre, que sabía
muchas narraciones.
Cuento
609. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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anonimo (argentina) - 048
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