Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 31 de enero de 2015

La preciosa kaisa .100

Un muchacho huérfano vivía en un poblado donde había soldados y civiles. Los soldados tenían más alimentos que los civiles, porque poseían las mejores fincas. Un día, el muchacho se adentró en el bos­que y encontró una de esas fincas, llena de yuca, plátanos y caña de azúcar. Cortó con su machete lo que más le apetecía, y se lo llevó a su casa. Cada día fue repitiendo la misma operación. El jefe de los solda­dos advirtió que alguien les estaba robando, y puso a diez hombres para que vigilaran esa finca. El muchacho hizo caso omiso a sus reque­rimientos y, cuando intentaron prenderle para que no tocara los culti­vos, se abalanzó sobre ellos y los mató. El jefe de los soldados se enfu­reció al ver el resultado de la vigilancia que había puesto, y dejó a otros diez hombres.
Y, como éstos corrieran la misma suerte, pensó que podría dejar en la finca una estatua con un imán que atrapara al ladrón. El muchacho regresó a la finca y empezó a cortar plátanos, caña y yuca. Y, al ver a la estatua, creyó que se trataba de otro guardián y la golpeó. Le quedó la mano atrapada. Golpeó con la otra mano, y también quedó atrapa­da. Intentó darle una patada, y también el pie quedó apresado.
El jefe de los soldados estaba satisfecho por la trampa que había ideado. Y ordenó que llevaran al muchacho a la playa y que, una vez allí, le metieran en un ataúd lleno de hierro y le arrojaran al mar. Los soldados llevaron al muchacho a la playa y le metieron dentro de un ataúd lleno de hierro. Pero, para hacerle sufrir más, le dejaron unas horas al sol antes de arrojarlo al agua.
El chico sufría el ardor del sol, cuando empezó a gritar: «No quiero casarme con la preciosa Kaisa». Un hombre que pasaba por allí, le dijo: «No seas tonto. Si es una mujer tan preciosa, cásate con ella». Y siguió su camino. Otro hombre repitió el mismo comentario. Pero el tercer hombre que se acercó le dijo: «Si no quieres casarte con esa preciosa mujer, deja que sea yo el que me case con ella». El muchacho le explicó: «No me importa que quieras casarte con la preciosa Kaisa. Pero, para ello, tienes que ocupar mi lugar en este ataúd. Dentro de un rato vendrán los soldados y te llevarán con la esposa más preciosa con que hayas podido soñar jamás».
El hombre accedió: liberó al muchacho y se puso en su lugar. El chico escapó rápidamente, 'y el hombre esperó la llegada de los solda­dos. Mientras se lo llevaban en el cayuco, pensaba que era un ser afortunado. Pero, siendo inocente, murió ahogado; mientras que el muchacho huérfano escapaba de la muerte y explicaba lo sucedido a toda la gente del poblado.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat


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