Un
muchacho huérfano vivía en un poblado donde había soldados y
civiles. Los soldados tenían más alimentos que los civiles, porque
poseían las mejores fincas. Un día, el muchacho se adentró en el
bosque y encontró una de esas fincas, llena de yuca, plátanos
y caña de azúcar. Cortó con su machete lo que más le apetecía, y
se lo llevó a su casa. Cada día fue repitiendo la misma operación.
El jefe de los soldados advirtió que alguien les estaba
robando, y puso a diez hombres para que vigilaran esa finca. El
muchacho hizo caso omiso a sus requerimientos y, cuando
intentaron prenderle para que no tocara los cultivos, se
abalanzó sobre ellos y los mató. El jefe de los soldados se
enfureció al ver el resultado de la vigilancia que había
puesto, y dejó a otros diez hombres.
Y,
como éstos corrieran la misma suerte, pensó que podría dejar en la
finca una estatua con un imán que atrapara al ladrón. El muchacho
regresó a la finca y empezó a cortar plátanos, caña y yuca. Y, al
ver a la estatua, creyó que se trataba de otro guardián y la
golpeó. Le quedó la mano atrapada. Golpeó con la otra mano, y
también quedó atrapada. Intentó darle una patada, y también
el pie quedó apresado.
El
jefe de los soldados estaba satisfecho por la trampa que había
ideado. Y ordenó que llevaran al muchacho a la playa y que, una vez
allí, le metieran en un ataúd lleno de hierro y le arrojaran al
mar. Los soldados llevaron al muchacho a la playa y le metieron
dentro de un ataúd lleno de hierro. Pero, para hacerle sufrir más,
le dejaron unas horas al sol antes de arrojarlo al agua.
El
chico sufría el ardor del sol, cuando empezó a gritar: «No quiero
casarme con la preciosa Kaisa». Un hombre que pasaba por allí, le
dijo: «No seas tonto. Si es una mujer tan preciosa, cásate con
ella». Y siguió su camino. Otro hombre repitió el mismo
comentario. Pero el tercer hombre que se acercó le dijo: «Si no
quieres casarte con esa preciosa mujer, deja que sea yo el que me
case con ella». El muchacho le explicó: «No me importa que quieras
casarte con la preciosa Kaisa. Pero, para ello, tienes que ocupar mi
lugar en este ataúd. Dentro de un rato vendrán los soldados y te
llevarán con la esposa más preciosa con que hayas podido soñar
jamás».
El
hombre accedió: liberó al muchacho y se puso en su lugar. El chico
escapó rápidamente, 'y el hombre esperó la llegada de los
soldados. Mientras se lo llevaban en el cayuco, pensaba que era
un ser afortunado. Pero, siendo inocente, murió ahogado; mientras
que el muchacho huérfano escapaba de la muerte y explicaba lo
sucedido a toda la gente del poblado.
Fuente:
Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1
anonimo (guinea ecuatorial) - 055
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