Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 31 de enero de 2015

La mujer que pario un machete, una lanza, un hacha y un hijo .024

En un poblado la gente pasaba mucha hambre: porque, cuando tenían una finca cultivada, llegaban manadas de jabalíes y se lo comían todo.
Una mujer de ese pueblo, de la cual nadie conocía que tuviera marido, quedó embarazada. Y, en el momento del parto, dio a luz un machete, una lanza, un hacha y un hijoi.
El hijo empezó a crecer. Y, a medida que se hacía un hombre, observó que aquellos objetos que su madre había parido le obedecían en todo: cuando iba a la finca, el machete le chapeaba lo que quería; cuando tenía que cortar un árbol grande, el hacha lo talaba completa­mente sola; y si salía al bosque a cazar animales, con sólo fijarse en el que quería abatir provocaba que la lanza se dirigiera al cuerpo del animal en cuestión y lo matara. Y, cuanto más crecía el chico, más afilados y certeros eran esos instrumentos.
Un día, su madre regresó de la finca con las manos vacías: los jabalíes habían hecho un buen trabajo y no quedaba nada. El mucha­cho pasó la noche vigilando la finca; pero los jabalíes, al no haber nada en ella, ya no regresaron.
Había que hacer una finca nueva. Y, con su machete y su hacha, en poco rato la tuvo preparada. La madre fue a plantar sus verduras y volvió a la casa. A la mañana siguiente, la madre fue a la finca y volvió enseguida exclamando: «¿Recuerdas los árboles que habías cortado para hacer la finca? Pues están levantados otra vez». El chico no creía lo que su madre contaba. Pero, efectivamente, se dirigió a la finca y comprobó que todos los árboles estaban de nuevo en su sitio, como si nadie los hubiera cortado jamás.
El chico reunió a toda la gente del poblado, para que acudieran con él a la finca por la noche. Pero en todo el poblado no hubo nadie que se atreviera a acompañarle. Así que fue solo. Y, en medio de la noche, oyó unas voces que se acercaban. Al cabo de un rato se dio cuenta de que era la manada de jabalíes: todos ellos podían hablar, y comentaban que levantarían de nuevo los árboles si alguien los cortaba otra vez.
Al día siguiente, el muchacho ordenó a su hacha que talara otra vez los árboles de la finca. Y por la noche acudió de nuevo a su escondrijo. De nuevo se oyeron las voces de la manada; y cada jabalí llevaba una botella con un líquido que hacía que los árboles recuperaran el lugar de antaño. El chico observó que uno de los jabalíes parecía ser el jefe de todos, y ordenó a la lanza que lo matara. La lanza se dirigió en pos del jabalí; y, sin llegar a matarle, lo hirió mortalmente. Los demás cerdos de la manada recogieron el cuerpo de su jefe y regresaron huyendo a su poblado.
El muchacho quería recuperar su valiosa lanza. Así que se dirigió a lo más profundo del bosque, donde vivía solo un anciano. Éste le dijo: «Los hombres de ahora tenéis dificultades porque nunca pedís consejo a los más viejos. Ya que tú lo has hecho, te ayudaré». Le indicó el camino del poblado de los jabalíes, pero le advirtió que debería llevarse un caballo blanco, que él mismo le regaló, y tres bolsas llenas de cala­bazas, de cacahuetes y de maíz, respectiva-mente.
El muchacho se despidió de su madre, y le entregó una botella mágica para que supiera cómo se encontraba: si le herían o se encon­traba en un grave apuro, el líquido de la botella se pondría rojo; en caso contrario, permanecería de color blancoii. La madre le dio las tres bolsas que el anciano había dispuesto, y el muchacho partió en su caballo blanco.
Al llegar al poblado, se dio cuenta de que no se trataba de un poblado de jabalíes: eran fantasmas, que por la noche adquirían esa forma; y estaban celebrando el funeral por su jefe, que finalmente había fallecido. El muchacho entró en el poblado llorando desespera­damente: «¡Oh, Dios mío! Alguien ha atravesado a mi buen padre con una lanza, y voy a quedarme solo en la vida!». La gente le acogió con mucho cariño, puesto que efectivamente creyeron que se trataba del hijo de su jefe; y lo alojaron en una casa en la que vivían un ciego y un tartamudo.
Por la mañana siguiente, el muchacho pidió una lanza para salir a cazar. Unos no estaban de acuerdo con que le dieran la misma lanza que había matado al jefe del poblado, pero el muchacho les replicó: «Tengo derecho a ella, puesto que soy su hijo. Y no podemos celebrar el funeral si no hay carne suficiente para todos». Así los convenció, y se adentró en el bosque junto con sus dos compañeros.
Y cada vez que observaba la presencia de un animal, se dirigía así a su lanza: «Te ordené que mataras al jefe de la manada de jabalíes, y lo hiciste. Ahora mata a este otro animal». Y regresó al poblado cargado de toda suerte de piezas, de manera que la fiesta empezó con gran albo­rozo.
Mientras tanto, el ciego y el tartamudo discutían sobre la covenien­cia de explicar lo sucedido a todo el poblado. Como no se pusieron de acuerdo, llegaron a las manos y se dieron muerte mutuamente. Enton­ces el chico comprendió que había llegado el momento de huir. Montó en su caballo blanco y emprendió el regreso al poblado de su madre.
Al amanecer, los fantasmas entraron en la casa del muchacho para pedirle que volviera de nuevo al bosque para cazar más animales. Pero, al ver los cadáveres del ciego y el tartamudo, creyeron que el chico les había matado y se pusieron a volar en su busca.
Aquella mañana, la madre del muchacho sacó la botella mágica y vio con horror que poco a poco el líquido que contenía adquiría un tono rojizo, hasta llegar a ser como la sangre. En aquel momento el chico miró atrás y vio cómo los fantasmas estaban a punto de darle alcance. Entonces sacó las tres bolsas que el anciano había dicho, y empezó a tirar trozos de calabaza, granos de cacahuete y maíz, al tiem­po que espoleaba a su caballo. Los fantasmas, satisfechos por la comi­da que iban encontrando, se olvidaron de la persecución. Y el mucha­cho regresó sano y salvo a su poblado, con su caballo y su lanza, cayendo en los brazos de, su madre.
La valentía del muchacho y la sabiduría del anciano habían logrado resolver esa dificultad.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 055

i Por la estructura del cuento, debe referirse a Ugula. Nótese que la madre actúa como un donante involuntario; de ahí que no serían verosímiles la primera función del donante ni la reacción del héroe.

ii Es una escena de enlace que prepara la posterior persecución.

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