Ndjambu
decidió irse de viaje. Llamó a sus dos mujeres y les advirtió:
«Me voy de viaje. Pero no quiero que nadie toque el plátano que hay
enfrente de la casa, porque a mi regreso quiero invitar a mis
amigos». Y partió hacia el lugar adonde deseaba ir.
Ngwakondi
vio que ahí se le presentaba una oportunidad para que Ngwalezie
quedara mal con su marido. Un día, mientras la otra había ido a
trabajar a la finca, Ngwakondi cortó el plátano, lo cocinó y se lo
comió. Luego escondió la cáscara en la parte de la basura que
correspondía a Ngwalezie.
Ya
faltaba poco para el regreso de Ndjambu. Ngwalezie se aprestaba
a cortar el plátano para tenerlo a punto en el momento en que su
marido regresara, cuando se dio cuenta de que ya no estaba ahí.
Llamó a Ngwakondi, y ésta dijo que no sabía nada del plátano.
Cuando
Ndjambu llegó, se puso hecho una furia. Cogió su escopeta y ordenó
a las dos mujeres que buscaran por todas partes hasta encontrarlo.
Ellas buscaron por toda la casa, por la cocina y por los
alrededores. Y por fin apareció la cáscara en la parte de la
basura de Ngwalezie. Ndjambu disparó la escopeta, y Ngwalezie, la
buena mujer, murió.
A
partir de entonces, cada vez que Ngwakondi iba a la finca pasaba por
delante de la tumba de Ngwalezie. Se paraba allí y empezaba a cantar
y a bailar de alegría, celebrando su muerte. Esto molestaba mucho al
fantasma de Ngwalezie; y, al fin, decidió matar a la mujer mala: un
día, cuando Ngwakondi regresó a su casa después de bailar de nuevo
sobre la tumba, enfermó y al cabo de poco tiempo muriói.
De
manera que Ndjambu se quedó sin ninguna mujer, por no haber
sabido darse cuenta de que la mala le había engañado.
Fuente:
Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1
anonimo (guinea ecuatorial) - 055
i
El
estereotipo que encarna Ngwalezie, esencialmente bueno, impide al
narrador una excesiva prolijidad en el relato de su venganza. Las
maldades de Ngwakondi, en cambio, suelen ser más elaboradas.
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