Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

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sábado, 31 de enero de 2015

La maldad de ngwakondi .015

El rey Ndjambu se daba cuenta de que las mujeres tenían su impor­tancia en la vida, pero creía firmemente que los hombres son aún más importantes. De manera que se le ocurrió procurar que no hubiera más mujeres en su poblado. Incluso llamó a sus dos esposas, Ngwalezie y Ngwakondi, para que no tuvieran más hijas: solamente debían dar a luz a varones.
Sucedió que Ngwalezie quedó embarazada. Y, a lo largo de todo el embarazo, Ngwakondi deseaba que diera a luz a una niña, para que Ndjambu la castigara. Así sucedió, y Ngwalezie tuvo a una hermosa niña, cosa que provocó las iras de su marido: «Te lo había advertido. Lo que debes hacer ahora, para mi satisfacción, es llevártela al bosque y abandonarla».
Ngwalezie suplicó y suplicó, pero no obtuvo el perdón para su hija. Al llevarla al bosque, pensó que podría buscar un tronco hueco donde depositarla e irla cuidando. Encontró uno, colocó a su hija con mucho cuidado, y regresó al poblado. Cada día iba a ese árbol para amaman­tar a su hija, que empezó a crecer.
Ngwalezie no dejaba ningún día de ir a la finca. Y, cuando había recogido algo de comida, la cocinaba y se acercaba a ese árbol: «¡Hija mía, hija mía, hija mía!». La niña, al oír que la llamaban tres veces, salía de su escondite y tomaba la comida que su madre le había prepa­rado.
Con todo esto, Ngwalezie se pasaba muchas horas fuera de casa. Esto despertó la curiosidad de Ngwakondi, que no comprendía a qué se debían unas idas y venidas tan largas a la finca. Así que un día se decidió a seguirla, a escondidas, y se dio cuenta de lo que había sucedido.
Al día siguiente, Ngwakondi anunció que no quería ir a la finca con la otra mujer. Se quedó en casa. Pero, al cabo de un rato, afiló bien su machete y se dirigió a las entrañas del bosque, donde se encontraba ese árbol. Al llegar ahí, llamó tres veces: «¡Hija mía, hija mía, hija mía!». La muchacha respondió al instante: «¿Qué quieres, mamá?». Y, al sa­lir del lugar donde se encontraba, Ngwakondi se abalanzó sobre ella, la mató golpeándola con el machete, y esparció su cuerpo por el bosque.
Cuando Ngwalezie terminó su trabajo en la finca, también quiso acudir al lugar donde vivía su hija. Pero por el camino ya intuyó que algo malo había ocurrido porque, sin haber cazado a ningún animal, había rastros de sangre en muchos sitios. Presa de una gran excitación, al llegar al árbol llamó tres veces: «¡Hija mía, hija mía, hija mía!». La muchacha no acudía a su llamada. Ella repitió lo convenido muchas veces hasta que, en su desesperación, comprendió que Ngwakondi no había ido a la finca ese día para poder eliminarla.
Así que volvió a su casa, e hizo lo propio: afiló el machete, llamó a la otra mujer, se abalanzó sobre ella y la mató. Desde entonces vivie­ron solos Ndjambu y Ngwalezie.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat


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