El
rey Ndjambu se daba cuenta de que las mujeres tenían su importancia
en la vida, pero creía firmemente que los hombres son aún más
importantes. De manera que se le ocurrió procurar que no hubiera más
mujeres en su poblado. Incluso llamó a sus dos esposas, Ngwalezie y
Ngwakondi, para que no tuvieran más hijas: solamente debían dar a
luz a varones.
Sucedió
que Ngwalezie quedó embarazada. Y, a lo largo de todo el embarazo,
Ngwakondi deseaba que diera a luz a una niña, para que Ndjambu la
castigara. Así sucedió, y Ngwalezie tuvo a una hermosa niña, cosa
que provocó las iras de su marido: «Te lo había advertido. Lo que
debes hacer ahora, para mi satisfacción, es llevártela al bosque y
abandonarla».
Ngwalezie
suplicó y suplicó, pero no obtuvo el perdón para su hija. Al
llevarla al bosque, pensó que podría buscar un tronco hueco donde
depositarla e irla cuidando. Encontró uno, colocó a su hija con
mucho cuidado, y regresó al poblado. Cada día iba a ese árbol para
amamantar a su hija, que empezó a crecer.
Ngwalezie
no dejaba ningún día de ir a la finca. Y, cuando había recogido
algo de comida, la cocinaba y se acercaba a ese árbol: «¡Hija mía,
hija mía, hija mía!». La niña, al oír que la llamaban tres
veces, salía de su escondite y tomaba la comida que su madre le
había preparado.
Con
todo esto, Ngwalezie se pasaba muchas horas fuera de casa. Esto
despertó la curiosidad de Ngwakondi, que no comprendía a qué se
debían unas idas y venidas tan largas a la finca. Así que un día
se decidió a seguirla, a escondidas, y se dio cuenta de lo que había
sucedido.
Al
día siguiente, Ngwakondi anunció que no quería ir a la finca con
la otra mujer. Se quedó en casa. Pero, al cabo de un rato, afiló
bien su machete y se dirigió a las entrañas del bosque, donde se
encontraba ese árbol. Al llegar ahí, llamó tres veces: «¡Hija
mía, hija mía, hija mía!». La muchacha respondió al instante:
«¿Qué quieres, mamá?». Y, al salir del lugar donde se
encontraba, Ngwakondi se abalanzó sobre ella, la mató golpeándola
con el machete, y esparció su cuerpo por el bosque.
Cuando
Ngwalezie terminó su trabajo en la finca, también quiso acudir al
lugar donde vivía su hija. Pero por el camino ya intuyó que algo
malo había ocurrido porque, sin haber cazado a ningún animal, había
rastros de sangre en muchos sitios. Presa de una gran excitación, al
llegar al árbol llamó tres veces: «¡Hija mía, hija mía, hija
mía!». La muchacha no acudía a su llamada. Ella repitió lo
convenido muchas veces hasta que, en su desesperación, comprendió
que Ngwakondi no había ido a la finca ese día para poder
eliminarla.
Así
que volvió a su casa, e hizo lo propio: afiló el machete, llamó a
la otra mujer, se abalanzó sobre ella y la mató. Desde entonces
vivieron solos Ndjambu y Ngwalezie.
Fuente:
Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1
anonimo (guinea ecuatorial) - 055
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