Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 31 de enero de 2015

La maldad de ikandjaka .104

Ikandjaka vivía en un gran poblado lleno de gente. Se portaba muy mal, y solamente se entendía con un viejo tronco caído. A los demás les maltrataba mucho, incluso a sus propios padres. El jefe del poblado decidió castigarle y mandó a unos hombres para que le apresasen. Pero Ikandjaka se dio cuenta y huyó a tiempo hacia un poblado vecino.
Allí se celebraba una fiesta. Ikandjaka apartó a toda la gente a golpes, cogió la bebida y empezó a dársela a otro tronco caído que se encontraba en aquel lugar, creyendo que éste también sería amigo suyo. Pero el tronco escupía toda la bebida que le daba, porque no quería saber nada de él. Por fin, los hombres más fuertes del poblado pudieron sujetarle y le metieron en una cárcel.
En la cárcel, Ikandjaka engañó a todo el mundo: se portaba mejor que nadie. Por eso uno de sus vigilantes, que era curandero y adivino, confió en él y le enseñó todos sus conocimientos. Luego lo llevó a un cementerio, donde le favoreció con toda suerte de sortilegios, y le dejó escapar.
Al verse libre, Ikandjaka regresó a su poblado natal y reunió a toda lagente. Pero el jefe no le dejó hablar y ordenó que le mataran. Enton­ces Ikandjaka, haciendo uso de sus poderes, desapareció y se metió en la nariz del jefe de su poblado. Este empezó a tener muchos problemas para respirar, y decidió ir a consultar su caso al jefe del poblado vecino, donde Ikandjaka había estado preso. Al llegar ahí, Ikandjaka se metió en la nariz del otro jefe. Y éste empezó a pelear con el primero, dicién­dole que había venido al poblado para contagiarle su enfermedad.
La gente no podía separarlos, porque se trataba de dos jefes. Así que decidieron llamar al jefe de un tercer poblado. Y cada vez que se acercaba un nuevo jefe, Ikandjaka se le metía en la nariz para que se enfadara y se peleara con los otros. Hasta que llegó uno que también era curandero y adivino, y antes de hablar del asunto de Ikandjaka se metió picante en la nariz. Cuando Ikandjaka se metió en las fosas nasales del recién llegado, sintió que todo su cuerpo le picaba. Y huyó hacia otro poblado.
En una casa de ese poblado se celebraba también una fiesta. Ikand­jaka pretendió entrar para comer, pero unos hombres se lo impidieron.
Ikandjaka fue a un gallinero, cogió unos huevos podridos y los echó dentro de la casa. El mal olor provocó la salida de todos, y entonces Ikandjaka entró tranquilamente en la casa y empezó su banquete. Los hombres, al verle comer, se dieron cuenta de que había sido él quien les había echado los huevos podridos. Entraron todos juntos en la casa, le cogieron entre todos y le dieron muerte.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat


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