Ikandjaka
vivía en un gran poblado lleno de gente. Se portaba muy mal, y
solamente se entendía con un viejo tronco caído. A los demás les
maltrataba mucho, incluso a sus propios padres. El jefe del poblado
decidió castigarle y mandó a unos hombres para que le apresasen.
Pero Ikandjaka se dio cuenta y huyó a tiempo hacia un poblado
vecino.
Allí
se celebraba una fiesta. Ikandjaka apartó a toda la gente a golpes,
cogió la bebida y empezó a dársela a otro tronco caído que se
encontraba en aquel lugar, creyendo que éste también sería amigo
suyo. Pero el tronco escupía toda la bebida que le daba, porque no
quería saber nada de él. Por fin, los hombres más fuertes del
poblado pudieron sujetarle y le metieron en una cárcel.
En
la cárcel, Ikandjaka engañó a todo el mundo: se portaba mejor que
nadie. Por eso uno de sus vigilantes, que era curandero y adivino,
confió en él y le enseñó todos sus conocimientos. Luego lo llevó
a un cementerio, donde le favoreció con toda suerte de sortilegios,
y le dejó escapar.
Al
verse libre, Ikandjaka regresó a su poblado natal y reunió a toda
lagente. Pero el jefe no le dejó hablar y ordenó que le mataran.
Entonces Ikandjaka, haciendo uso de sus poderes, desapareció y
se metió en la nariz del jefe de su poblado. Este empezó a tener
muchos problemas para respirar, y decidió ir a consultar su caso al
jefe del poblado vecino, donde Ikandjaka había estado preso. Al
llegar ahí, Ikandjaka se metió en la nariz del otro jefe. Y éste
empezó a pelear con el primero, diciéndole que había venido
al poblado para contagiarle su enfermedad.
La
gente no podía separarlos, porque se trataba de dos jefes. Así que
decidieron llamar al jefe de un tercer poblado. Y cada vez que se
acercaba un nuevo jefe, Ikandjaka se le metía en la nariz para que
se enfadara y se peleara con los otros. Hasta que llegó uno que
también era curandero y adivino, y antes de hablar del asunto de
Ikandjaka se metió picante en la nariz. Cuando Ikandjaka se metió
en las fosas nasales del recién llegado, sintió que todo su cuerpo
le picaba. Y huyó hacia otro poblado.
En
una casa de ese poblado se celebraba también una fiesta. Ikandjaka
pretendió entrar para comer, pero unos hombres se lo impidieron.
Ikandjaka
fue a un gallinero, cogió unos huevos podridos y los echó dentro de
la casa. El mal olor provocó la salida de todos, y entonces
Ikandjaka entró tranquilamente en la casa y empezó su banquete. Los
hombres, al verle comer, se dieron cuenta de que había sido él
quien les había echado los huevos podridos. Entraron todos juntos en
la casa, le cogieron entre todos y le dieron muerte.
Fuente:
Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1
anonimo (guinea ecuatorial) - 055
No hay comentarios:
Publicar un comentario