Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 1 de enero de 2015

La flauta que hacia a todos bailar

Érase una vez un matrimonio de campesinos que tenía dos hijos mayores y uno pequeño. Mientras el padre se dedicaba al campo, los dos hijos mayores vendían los productos y el pequeño se estaba en casa con la madre. Por eso los mayores le tenían mucha envidia. Un día cuando la madre iba a llevarle la comida al marido, que estaba en el monte pastoreando las ovejas y las cabras, le salió un lobo y se la comió. Y no dejó más que los huesos.
El hombre se quedó muy triste, pensando además cómo sacaría adelante al hijo pequeño. Entonces decidió casarse por segunda vez. Se casó y al principio la madrastra trataba bien al muchacho, pero al poco tiempo se puso a maltratarlo y a decirle que era un holgazán. Un día le dijo a su marido:
-Este hijp tuyo es el que tiene que sacar al campo las ovejas y las cabras, que tú ya estás muy mayor.
Al poco tiempo de estar guardando el ganado se encontró con una viejecita que le pidió algo para comer. El niño le dio la mitad de lo que llevaba en el zurrón y la viejecita le preguntó:
-Bueno, hombre. ¿Y qué haces tú por estos parajes de lobos?
Y el muchacho le contestó:
-Pues verá usted, es que mi madrastra y mis hermanos no me quieren y mi padre me puso de pastor.
-¿Y qué tal te encuentras?
-Un poco triste.
-¡Vaya, hombre! -dijo la vieja. Mira, te voy a dar esta flauta de hueso, que la hice con una canilla de tu pobre madre, para que te entretengas y para que no te pase nada. Además, cuando la toques, todo el mundo, y todos los animales y todas las cosas se pondrán a bailar sin parar hasta que tú dejes de tocar. Ahora, pídeme otra cosa, y te la concederé.
El muchacho, después de pensarlo un poco, le pidió que cada vez que él tosiera su madrastra se tirase un pedo.
-¡Qué ocurrencia! -se echó a reír la viejecita. Está bien, está bien. Concedido. Me gustaría estar para verlo.
En cuanto se fue la vieja, comenzó el pastor a tocar la flauta y empezaron las ovejas y las cabras a bailar dando unos brincos muy grandes. Y cuanto más tocaba, más a gusto bailaban los animales. Y así se pasó todo el día, y el otro y el otro. Pero no porque bailaran estaba el ganado más flaco. Al contrario, cada día estaba más gordo.
Los otros pastores, que lo vieron, fueron a contárselo a su familia. Entonces los hermanos, más envidiosos que antes, imaginaron una treta. Así que, como conocían a todos los vendedores de aquellos lugares, se pusieron de acuerdo con uno que vendía loza y cristal por los pueblos y le hicieron pasar cerca de donde estaba pastoreando su hermano. Se acercó a él y le dijo que no se creía que fuera verdad lo de la flauta que hacía a todos bailar, y el muchacho dijo:
-Pues ahora lo verá usted.
Se puso a tocar y en seguida las mulas, que iban cargadas de loza y cristal, empezaron a bailar, y con esto no quedó ni un plato ni un vaso sano. Conque el hombre denunció al muchacho al juez, pero, cuando se celebró el juicio, el pastor se puso a tocar también, y el juez y los ujieres y los tinteros y todo todo se puso a bailar en la sala. Y hasta la mujer del juez, que estaba enferma en la cama, se levantó y se puso a bailar.
Todos estaban contentísimos, el juez tuvo que hacer un grari esfuerzo para ponerse serio otra vez cuando el pastor dejó de tocar, y le dijo a su padre:
-Será mejor que se lo lleve usted de aquí y que no lo mande más al campo, porque cualquier día le va a poner en un compromiso.
Así que el padre lo puso también a vender, como a sus hermanos.
Un día, el rey dictó un bando diciendo que su hija se tenía que casar, y que lo haría con aquel que le alegrase la vida, consiguiendo que comiera y que se riera, pues siempre estaba muy triste y no quería comer.
El hijo mayor del campesino dijo que él iba a probar fortuna, presentándose en palacio con un saco de manzanas, las más hermosas que había por allí, a ver si le gustaban a la princesa, y de paso trataría de hacerla reír. Cuando iba por el camino, se encontró con la viejecita, que le preguntó:
-¿Adónde vas con ese saco y qué es lo que llevas?
-Voy a donde a usted no le importa, y llevo ratas.
-Pues ratas se te vuelvan -dijo la viejecita.
Cuando el mayor llegó al palacio dijo que traía unas manzanas hermosí-simas, pero, al abrir el saco, empezaron a salir ratas y a correr por todo el palacio, de modo que el rey lo mandó detener y le dieron una buena paliza antes de devolverlo a su casa.
Al día siguiente mandó el padre a su segundo hijo con un saco de naranjas muy grandes al palacio del rey.
Por el camino se encontró a la viejecita, que le preguntó:
-¿Adónde vas con ese saco y qué es lo que llevas?
-Voy a donde a usted no le importa, y llevo pájaros.
-Pues pájaros se te vuelvan.
De modo que, cuando el muchacho abrió su saco y no salieron más que pájaros, el rey se creyó que era otra burla y lo mandó azotar antes de devolvérselo a su padre.
Así que fue el hijo menor con un saco de peras. Por el camino se encontró a la viejecita, y como ya se conocían estuvieron charlando un rato. También le preguntó que qué llevaba y adónde iba, y el muchacho le dijo la verdad:
-Voy con un saco de peras buenísimas a ver si le gustan a la princesa y le agradan la vida.
-Pues el doble serán -dijo la viejecita.
Cuando el muchacho llegó al palacio quiso abrir el saco delante del rey y de su hija, pero por más que quiso no pudo sacar las peras, de tan apretadas como iban al ser dobles.
El rey ya empezaba a pensar que se trataba de otra burla, cuando el muchacho se acordó de su flauta; empezó a tocarla y empezaron a salir las peras dando saltos y a bailar delante de todo el mundo, y todos, hasta el rey y su hija, se pusieron a bailar y a reírse tan contentos, dando saltos entre las peras.
Entonces el muchacho dejó de tocar y el rey dijo:
-Tú has hecho reír a mi hija, tú te casarás con ella.
Y ya se iban a celebrar las bodas, y al banquete invitaron también al padre y a la madrastra. Cuando estaban todos comiendo, el muchacho empezó a toser y la madrastra a tirarse pedos, delante de todo el mundo. El padre se ponía colorado y por más que le llamaba la atención a su mujer, esta le decía:
-No puedo menos, no puedo menos.
Hasta que el rey se enfadó de tantos pedos y mandó a la madrastra a los calabozos por una temporada.
Y la princesa y el pastor vivieron muchos años riéndose y bailando todo lo que querían.
Y aquí se acaba el cuento con pan y pimiento, y el que primero levante el culo se encuentra un duro.

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