Ndjambu
era un pobre pescador que había salido con su cayuco. Encontró un
lugar que parecía bueno para pescar, y lanzó su cebo. Al cabo de
poco tiempo pescó una carpa, que le dijo: «Si me sueltas, podrás
pedirme lo que quieras». Ndjambu le pidió una casa buena, y la
carpa explicó: «Vuelve a tu poblado y encontrarás la casa que me
has pedido». El hombre soltó a la carpa en el río y al regresar a
su poblado encontró a su mujer maravillada porque de pronto se había
encontrado dentro de una casa nueva.
Ndjambu
le explicó todo lo sucedido, y la mujer dijo: «Mañana vuelve al
río y pídele a la carpa que tú seas el jefe». El hombre así lo
hizo. Y la carpa le concedió ese nuevo favor. Cuando Ndjambu regresó
a su casa, ya era el jefe del poblado.
Entonces
la mujer se dirigió a él para decirle: «Tenemos una flamante
casa nueva y tú eres el jefe, pero todavía somos pobres. Pídele a
la carpa que yo sea una reina y tú seas el rey». Cuando, por la
mañana siguiente, Ndjambu montó en su cayuco, fue al lugar donde se
encontraba la carpa y la llamó: «¡Amiga carpa, amiga carpa!
Dice mi mujer que yo debo ser el rey y ella la reina. ¿Puedes
hacerme este favor?». La carpa le respondió: «No te preocupes.
Regresa a tu casa y disfruta de tu nueva situación». Y se zambulló
de nuevo en el agua.
Al
volver a casa, el hombre se encontró con que era rey y su mujer la
reina. Pero ésta no estaba contenta y ambicionaba más: «Ahora
pídele que yo sea monja y tú un curai.
Y, efectivamente, la carpa se lo concedió.
Cuando
Ndjambu regresó a su casa y encontró que su mujer era una monja y
él un cura, pensó que su situación ya había mejorado bastante.
Pero su mujer le espetó: «Hay que aprovechar la ocasión. Pídele
que yo sea la Virgen María y tú San José». Ndjambu se dirigió al
río y llamó a la carpa. Ésta escuchó los deseos de la mujer y se
sumergió en el río. Al volver a casa, Ndjambu vio complacido que se
había transformado en San José y que su mujer era la Virgen María.
Comentó
Ndjambu que esto era realmente milagroso. Pero su mujer le cortó
en seco: «No debes resignarte con tener poco si puedes tener más.
Mañana le pedirás a la carpa que tú seas el mismo Dios; y que yo
pueda ser la mujer de Dios». Ndjambu regresó al río lleno de
ilusión: «¡Amiga carpa, amiga carpa! Dice mi mujer que yo debo ser
el mismo Dios, y que ella pueda ser la mujer de Dios». La carpa
respondió: «Vuelve a tu casa y disfruta con lo que vas a
encontrar».
Cuando
la carpa se metió de nuevo en el agua, Ndjambu remó presuroso para
empezar a disfrutar de su divinidad. Pero al llegar al poblado vio
que todas sus riquezas habían desaparecido, se habían esfumado, y
que sólo le quedaba la casucha vieja y miserable que poseía antes
de pescar a la carpa.
Así
es que perdió su suerte a causa de la ambición de su mujer.
Fuente:
Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1
anonimo (guinea ecuatorial) - 055
i
Una
vez sobrepasado el listón de jefe de poblado, las ambiciones
superiores pertenecen al modelo de cultura religiosa europea.
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