Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 1 de enero de 2015

Juan matasiete

Pues, señor, esto era un zapatero remendón. Como todos los zapateros remendones, no sacaba al día más de ocho cuartos, y casi nunca tenía ganas de trabajar. Para hacerle cumplir, mucha gente le pagaba por adelantado. Pero a veces resultaba peor, porque iba y se lo gastaba en la taberna, y al día siguiente tampoco trabajaba, porque estaba durmiendo la mona.
Un día se encontraba Juan, que así se llamaba, más cansado que de costumbre, o sea, por los suelos y sin un real en el bolsillo. Estaba el hombre abstraído y de mal humor, mirando el cacharro del engrudo, cuando fueron a posarse en él unas cuantas moscas. Le dio tanto coraje, que pegó un manotazo en el cacharro y las mató a todas. Las contó y eran siete. Estuvo pensando un momentillo y se dijo: «Se acabó la miseria. Ni un día más».
Cogió un papel y escribió el siguiente letrero: «Aquí va Juan Matasiete, y el golpe regular». Se lo colocó en el sombrero y se echó a la calle. Salió del pueblo y empezó a andar, a andar, hasta que llegó a otro pueblo. Las gentes se acercaban primero a ver lo que ponía el sombrero, pero cuando leían «Aquí va Juan Matasiete, y el golpe regular», se apartaban de él, por si acaso. Fue juntando fama Juan Matasiete y, cuando llegaba a otro pueblo, la gente ya solo se atrevía a mirarlo desde los balcones.
También el rey se enteró de que tenía en su reino a un hombre tan valiente y lo mandó llamar. Acudió Juan al palacio y se hizo anunciar como un personaje. Le acompañaron por unas escaleras muy grandes, y mientras subía ya un criado iba diciendo en voz alta:
-¡Aquí va Juan Matasiete, y el golpe regular!
Conque llega a la presencia del rey, y este le pregunta:
-¿Es cierto que mata usted siete y de un solo golpe?
-De un golpe regular -dijo el zapatero.
-Está bien, hombre. ¿Serías tú capaz de matar a un gigante que vive por aquí cerca y que no nos deja en paz desde hace años? Nos manda pedradas desde el bosque, arranca los árboles y no hay manera de cogerlo, por lo mucho que corre.
Juan se quedó un momento pensando y contestó:
-Por lo menos lo intentaré.
-Pues sepa usted que, si lo consigue, yo, en premio, le entregaré la mano de mi hija. Y ahora dígame usted qué es lo que necesita.
-De momento, comer bien. Y cuando salga a buscar al gigante, un pájaro y una maroma muy larga.
Se estuvo Juan en el palacio dos o tres días dándose la gran vida, y por fin dijo que salía en busca del gigante. Le dieron el pájaro y la maroma y se encaminó al bosque.
Nada más llegar, le sale el gigante y le dice:
-Valiente crees que eres. t0 es que no sabes que nadie se atreve a entrar en mis dominios?
Le llamó entonces la atención el letrero que llevaba Juan en el sombrero y se agachó a leerlo:
-«Aquí va Juan Matesiete, y el golpe regular.» ¡Ja, ja, ja!
El gigante se echó a reír y estuvo un rato riéndose.
-Ya veo que eres un bromista, amiguito. Supongo que no irá conmigo el letrero.
Y entonces Juan le dijo:
-Si tan valiente se cree usted, yo le desafío a lo que quiera.
-¡Hombre, eso está bien! Me divertiré un rato.
-¿A qué vamos primero?
-Al que tire una piedra más lejos -dijo el gigante.
-Vale -dijo Juan Matasiete.
Primero tiró el gigante y, cuando estaba mirando dónde caía su piedra, Juan se sacó el pájaro que llevaba en un bolsillo, y lo lanzó.
-¿Has visto, enano, dónde ha caído mi piedra? –preguntó el gigante.
-Ya lo creo. Y mire usted por dónde va la mía todavía -dijo Juan, señalando al pájaro, que de tan alto que iba ya no se distinguía bien.
-¡Caramba, sí que va lejos! Está bien, tú ganas. Vamos a ver ahora quién arranca más árboles.
-De acuerdo. Ya puede usted empezar, mientras yo me preparo.
El gigante se puso a arrancar árboles, mientras Juan desliaba la maroma que llevaba enrollada al cuerpo. Esto le llamó la atención al gigante, que le preguntó:
-¿Qué estás haciendo?
-Nada, que voy a pasar esta maroma alrededor del bosque para arrancar todos los árboles de una vez.
-¡Quieto, quieto! -dijo el gigante. No hagas eso, hombre, que me vas a dejar sin bosque, y a ver qué hago yo después.
-Está bien, como usted quiera. Pero esta también la he ganado yo.
-Está bien, está bien. Vamos por la tercera.
-¿Qué hacemos? -preguntó Juan.
-Pues a ver quién come más gachas.
El gigante hizo un caldero de gachas y se pusieron a comer. Comía aquel que era una barbaridad. Pero Juan se hacía el que estaba comiendo, cuando en realidad iba echando las gachas en el morral, que se había colgado del cuello. Hasta que el gigante se hartó y dijo:
-Yo ya no puedo más. ¿Y tú?
-Calle, hombre. Yo estoy empezando.
Y seguía echando las gachas en el morral sin que el otro se diera cuenta.
-¡Ya vale, hombre del demonio! Me has ganado otra vez. Pero vamos a la última.
-¿Cuál?
-A ver quién corre más.
-De acuerdo.
Salieron a un prado muy grande y dijo Juan:
-En mi tierra se acostumbra a darle ventaja al más pequeño.
-Como tú quieras, hombre -dijo el gigante, y se echó a reír otra
vez-. Ya puedes salir corriendo, que yo no empezaré hasta que te pierda de vista.
Así que Juan se puso a correr con todas sus fuerzas, y llegó a donde estaban unos pastores. Les dijo:
-¡Mirad, vengo huyendo del gigante! Si lo veis venir, le decís que para correr más deprisa me he rajado la barriga, porque me pesaban mucho las gachas.
Y no acabó de decirlo, cuando le clavó el cuchillo al morral, y empezaron a salirse las gachas y a regar todo aquello conforme él seguía corriendo.
Al momento llegó el gigante y les preguntó a los pastores:
-¿Habéis visto pasar a un mequetrefe?
-Sí, señor -contestaron. Hace poco pasó corriendo, pero se detuvo un momento y se rajó la barriga, porque las gachas le pesaban mucho para correr. Mire cómo ha puesto todo esto.
-¿Ah, sí? Conque truquitos tenemos... Pues ahora verá.
Y el gigante se sacó un alfanje y se rajó la barriga, para que le salieran las gachas. Pero con las gachas le salieron también todas las tripas y no pudo dar más de tres o cuatro pasos. Y cayó como una montaña y se murió.
Juan se volvió al cabo de un rato y vio al gigante muerto. Entonces se fue para el palacio. Cuando llegó le dijo al rey:
-Preparad un carro de mulas para que vayan a por él, que ya está muerto.
-Pero ¿es posible? -dijo el rey.
-¡Con que yo lo diga, basta! De una puñalada lo he dejado en mitad del camino.
-Está bien, hombre. No se hable más.
Salieron a por el gigante y, cuando bajaba las escaleras, Juan iba diciendo:
-¡Aquí va Juan Matasiete, y el -golpe regular! ¡Y con la princesa me he de casar!
Y se casó con la princesa en unas fiestas que fueron muy lucidas. Y yo estuve allí, pero de una patada me mandaron aquí.

0.003.1 anonimo (españa) - 075

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