Cuando
un hombre del poblado acudía a casa de Ndjambu para pedir la mano de
Ilombe, ésta se negaba. Fuera el hombre que fuera, lo despreciaba y
parecía que no quería casarse con nadie.
Esto
llegó a oídos del poblado de los fantasmas, y uno de ellos acudió
para intentar mejor suerte. Y, en todas las casas que encontraba por
el camino, pidió algo: uno le dejó unos zapatos, otro una camisa,
otro unos pantalones, otro una chaqueta, otro un sombrero, y otro
unas gafas.
Cuando
llegó a casa de Ndjambu para pedir la mano de Ilombe, ésta creyó
que se trataba de un hombre rico, así que habló con su padre: «Con
este hombre sí voy a casarme.» Quedaron de acuerdo, y se celebró
la ceremonia.
Al
terminar el casamiento, el hombre se llevó a Ilombe hacia su
poblado. Ilombe empezó a comprender que algo iba mal cuando se dio
cuenta de que aquel a quien creía rico devolvía todos sus vestidos.
Porque, efectivamente, a medida que el fantasma pasaba por las
distintas casas, entregaba las prendas que le habían dejado:
las gafas, el sombrero, la chaqueta, los pantalones, la camisa y
los zapatos.
Y,
cuando llegó al poblado de su marido y vio que todos vivían en
sepulcros, comprendió que se había casado con un fantasma. Entonces
reflexionó y dijo a su marido: «Antes de entrar en la casa, tengo
que hacer mis necesidades».
Se
apartó un poco, abrió su sombrilla y la dejó abierta para taparse.
Pero en lugar de hacer sus necesidades, emprendió la huida a toda
velocidad.
El
fantasma se impacientaba, y preguntó: «¿Todavía no has
terminado?». La sombrilla le contestó con la voz de Ilombe:
«No te preocupes. Tengo mucha diarrea, pero en cuanto termine
entraré en la casa». Al pasar mucho rato, el fantasma preguntó de
nuevo. La sombrilla contestó: «No estés tan impaciente, que
enseguida terminaré».
Al
cabo de mucho rato, el fantasma levantó la sombrilla y vio que allí
no había ninguna mujer. Emprendió el vuelo, y desde arriba vio que
Ilombe escapaba corriendo a toda velocidad. La persiguió y la
llamaba desde arriba. Pero Ilombe ni siquiera levantó la cabeza. Y,
cuando parecía que el fantasma la alcanzaría, llegó a su casa y
cayó exhausta al sueloi.
Ndjambu
y Ngwalezie se sobresaltaron mucho. Pero, por más que le
preguntaban, Ilombe no era capaz de articular palabra: la emoción la
había dejado muda. El rey Ndjambu llamó a un curandero, que con su
magia le devolvió el uso de la voz.
Cuando
Ilombe se recuperó y contó lo sucedido, Ndjambu sentenció:
«¿Ves lo que te ha pasado? Si hubieras aceptado a un hombre normal,
hubieras sido feliz con tu marido. Ahora, sin embargo, has tenido que
huir de él y quedarte sola en la vida».
Fuente:
Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1
anonimo (guinea ecuatorial) - 055
i
El
episodio del río insalvable completaría la versión.
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