Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 31 de enero de 2015

Ilombe en el poblado de los fantasmas .003

Ngwalezie murió dejando a una única hija. Ngwakondi la tomó a su cargo, junto a sus propios hijos. Pero no cuidaba bien a la huérfana: la menospreciaba, la hacía trabajar duramente y le daba poca comida. Ndjambu veía todo lo que sucedía, pero no hacía nada por temor a Ngwakondii.
Un día, la chica cogió un plátano de Ngwakondi, lo preparó en la cocina y se lo comió junto con los hijos de aquélla. Cuando regresó de la finca, Ngwakondi se enfadó mucho y sus hijos le dijeron que era la chica, sólo ella, la que se había comido el plátano. Entonces Ngwakon­di le dijo: «Irás donde vive tu madre, tanto si está viva como si está muerta, y que ella me devuelva el plátano que me has cogido».
La chica estaba desolada, porque no sabía dónde encontrar a su madre muerta. Pasó por delante de la casa de un viejo, y éste le dijo: «Vete al bosque a buscar castañas». La chica fue al bosque, recogió muchas castañas y regresó a la casa del viejo. Éste le explicó lo que debía hacer: «Vete hasta el final del bosque. Allí encontrarás un árbol muy grande. Súbete a él, y verás que empezarán a pasar muchos fan­tasmas, todos ellos con unos grandes vestidos de saco. Debes esperar en el árbol. Y, cuando pase el último fantasma, que será una mujer, le tiras una castaña. Si ella la recoge, baja del árbol, escóndete dentro de su vestido, y te llevará hasta la casa de tu madre»ii.
La muchacha hizo todo lo que el viejo había dicho. Y, efectiva-men­te, el último fantasma recogió la castaña. Entonces la chica se metió dentro del vestido y, así escondida, llegó al poblado de los difuntos. Su madre la recibió con gran alegría. Y, a la mañana siguiente, le dio un plátano para Ngwakondi y, para ella, toda suerte de semillas: de pláta­no, de yuca y de malanga.
Cuando la muchacha regresó a su casa, devolvió el plátano a Ngwa­kondi. Y plantó las semillas que Ngwalezie le había dado. Luego fue a la casa del viejo para agradecerle su ayuda. Éste le dijo: «Toma esta pócima y échala sobre el lugar donde has plantado las semillas. Verás que las plantas crecerán rápidamente. Y si alguna vez Ngwakondi come alguna de ellas, el hechizo de la pócima la obligará a comer continuamente, hasta que tú te des cuenta de su falta. Entonces, mán­dala también a la casa de su madre muerta».
Las plantas, efectivamente, crecieron con gran rapidez. Eran tan lozanas, que Ngwakondi sentía unas terribles ganas de comérselas. Así que aprovechó un día en que la chica salió a pescar para coger un plátano y cocinarlo. Cuando terminó de comérselo, salió de la cocina. Entonces oyó que la olla le hablaba y decía: «¡Come otra vez!». Ngwa­kondi se acercó a la olla y vio que estaba de nuevo llena de plátano. Lo comió y, cuando iba a salir de la cocina, la olla repitió: «¡Come otra vez!». Ngwakondi comió de nuevo, y se repitió la misma escena. La mala mujer lavó minuciosamente la olla, la echó contra el suelo, la partió en mil pedazos... Y, cada vez, la olla repetía: «¡Come otra vez!».
Por fin, Ngwakondi marchó corriendo a la playa y explicó a la chica todo lo que le había sucedido. La muchacha no quiso saber nada: regresó a la casa y, al observar que faltaba el plátano, dijo a Ngwakon­di: «Deberás pasar la misma prueba que me hiciste sufrir a mí. Busca a tu madre y, tanto si está viva como si ha muerto, haz que devuelva la fruta que me has cogido».
Ngwakondi emprendió el camino. Pasó por delante de la casa del viejo y ni siquiera le saludó. El viejo la llamó y le explicó todo lo que debía hacer. Ngwakondi recogió muchas castañas, llegó hasta el final del bosque, subió al gran árbol y esperó a que llegaran los fantasmas. Al pasar el primero de ellos, le echó una castaña. El fantasma se la devolvió. Y lo mismo sucedió con el segundo, y con el tercero. Ngwa­kondi se enfadó mucho con los fantasmas, bajó del árbol y cogió a uno por el cuello. Éste le dio un gran golpe que le rompió la columna vertebral.
A rastras, Ngwakondi pudo regresar a su casa. Llamó a su familia. Ndjambu pidió a sus hijos: «¿Qué podemos hacer para ayudarla?». Pero sus hijos respondieron: «Esta no es nuestra madre. Nuestra madre no es una mujer desfigurada». Y la dejaron tirada.
De manera que Ngwakondi, la mala mujer, murió sola y abando­nada por sus propios hijos. Mientras que la hija de Ngwalezie, que había seguido los consejos del viejo, vivió mucho tiempo con toda la felicidad que es posible.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 055

i Normalmente, Ndjambu se desentiende de los problemas de las mujeres por consi­derarlos de poca categoría. El miedo a la reacción de Ngwakondi le asimila al Beme de los cuentos fang.

ii Respecto a las versiones anteriores, hay que observar la reducción de donantes; lo cual realza la figura del único que aparece, cuyo papel quedará mejor dibujado.

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