Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 31 de enero de 2015

Ilombe en el poblado de los fantasmas .002

Ngwalezie tenía una buena finca y trabajaba mucho. También re­cogía muchos frutos. Y siempre le daba algo Ngwakondi, que trabaja­ba poco y tenía una finca peor. Cada tarde, al regresar a casa, descansa­ban un rato en un tronco caído en mitad del camino. Y Ngwakondi, en lugar de sentirse agradecida por la bondad de Ngwalezie, cada día la odiaba más.
Una tarde, Ngwakondi regresó a casa antes de tiempo. Y lanzó un maleficio en el tronco que utilizaban para descansar. Cuando Ngwale­zie vio que era la hora del regreso, no encontró a la otra mujer. Así que volvió sola y, como hacían siempre, se sentó en el tronco embrujado. Empezó a sentirse débil y, al llegar a casa, murió. Ngwakondi se quedó con la finca buena y abandonó la suya.
Más adelante, sucedió que Ilombe se puso enferma. Se levantó de la cama y, viendo que se encontraba débil, cogió unos frutos de Ngwa­kondi y se los comió. Cuando la mala mujer regresó a casa y advirtió que Ilombe se le había comido los frutos, la maldijo diciendo: «Ya que has comido lo que no debías, busca a tu madre. Y que ella te dé unos frutos semejantes, tanto si está viva como si está muerta».
Ilombe no sabía a dónde ir. Empezó a andar sin rumbo por el bosque: encontró a unas hormigas que estaban peleando, las separó y les dio algo de comida; encontró a dos moscas que también peleaban, y a toda una serie de animales que discutían entre sí: y a todos los iba separando y les daba algo para comer. Por fin empezó a oír un ruido, como si alguien estuviera cortando leña: se acercó, y vio una casucha; y, junto a ella, un diente estaba cortando un gran árbol. Le saludó, le ayudó a cortar el árbol, entró en la casa, la limpió y lavó al mismo diente.
Éste estaba muy satisfecho; y cuando Ilombe le contó el problema en que se había metido, la tranquilizó y le indicó qué debía hacer: «Siguiendo este camino, encontrarás un río. Escóndete en la orilla, y espera a que llegue una hormiga con un cayuco hecho de hojas de plátano. Ella te llevará al poblado de los difuntos. Pero si te preguntan quién te ha llevado, no digas que ha sido la hormiga sino las hojas de plátano. Entonces te acercarán a una casucha como ésta, donde vive un viejo. Éste llenará su pipa, la encenderá y echará el humo sobre tu rostro. Si resistes el humo sin parpadear, te dirá dónde puedes encon­trar a tu madre».
Ilombe emprendió el camino del río y se escondió en la orilla. Cuando llegó la hormiga, montó en el cayuco y la hormiga empezó a remar hasta dejarla junto al poblado de los fantasmas. Éstos pregunta­ban a Ilombe: «¿Quién te ha traído hasta aquí?». E Ilombe respondía: «Las hojas de plátano». Entonces la llevaron frente al viejo, que encen­dió su pipa y echó humo sobre su rostro. Ilombe resistió la prueba, y el viejo le dijo: «La casa de tu madre es la última. Entra por la puerta trasera; y no comas el primer plato que te dé, porque será su propia teta».
Ilombe entró en casa de su madre por la puerta trasera. Ésta la recibió con gran alegría, y le preparó algo de comida. Pero Ilombe lo rechazó: «Ahora no tengo hambre». Su madre conservó, pues, los dos senos, y le dijo: «Cada noche hay un gran baile. Pero no salgas de la casa, porque si alguien advierte que no estás muerta te golpeará la espalda con un palo y vas a quedar jorobada». Ilombe se encerró en el cuarto de la leña, y no salió para nada.
Al día siguiente, su madre la acompañó hasta su poblado y le dijo: «Voy a hacer una brujería contigo: me quedaré en el poblado y te ayudaré en todo el trabajo que tengas. Pero serás la única que podrá verme». Desde entonces, Ilombe cumplía maravillosamente todas sus tareas, y su finca empezó a dar más frutos que la de la propia Ngwa­kondi.
Esta mala mujer, un día regresó a casa muy fatigada. Y al ver unos frutos en la cocina se los comió. Pero los frutos eran de Ilombe. Y ésta, al darse cuenta de lo sucedido, le dijo: «Ya que has comido lo que no debías, busca a tu madre. Y que ella te dé unos frutos semejantes, tanto si está viva como si está muerta».
Ngwakondi salió al bosque, sin saber qué dirección tomar. Encon­tró a unas hormigas que peleaban; y a unas moscas; y a otros animales. Pero en lugar de separarlos, los pegaba; y no les dio nada para comer. Cuando oyó que alguien estaba cortando leña, no quiso ayudar al diente, ni entró para nada en su casucha porque le pareció demasiado fea. Aún así, el diente le contó lo que debía hacer.
Pero Ngwakondi no le hizo el menor caso: no quiso esconderse al llegar a la orilla, y cuando los fantasmas le preguntaron quién la había traído al poblado respondió: «Me ha traído la hormiga». Le llevaron ante el viejo, y cuando éste le echó el humo de la pipa en la cara agitó las manos para disiparlo. El viejo le advirtió: «La casa de tu madre es la penúltima. Pero debes entrar por la puerta trasera y no comer del primer plato que te presente, porque será su propia teta».
Ngwakondi entró en la casa de su madre por la puerta delantera. Y cuando ella le presentó un plato, Ngwakondi pensó que estaba ham­brienta tras el largo camino y se lo comió. Su madre se quedó con un solo pecho. Empezaba a atardecer, y le dijo: «Hija mía, mañana te daré los frutos que has venido a buscar; pero no acudas al baile de esta noche, porque si se dan cuenta de que estás viva te golpearán con un palo que te dejará jorobada». La mala mujer no quiso que la encerra­ran en el cuarto de la leña, y en cuanto empezó el baile salió de la casa y se mezcló con los fantamas. Éstos, al darse cuenta de que no era uno de ellos, empezaron a golpearla. Y, al instante, le creció una enorme joroba.
La madre de Ngwakondi, a la mañana siguiente, la acompañó a su poblado. Pero, al ver que regresaba con aquella joroba, la gente se apartaba de ella. Llegó a su casa, y tanto Ndjambu como sus propios hijos no quisieron saber nada de ella, y tuvo que vivir sola y abandona­da por todos.
Quien comete algo malo, acaba sufriendo por ello.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat


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