Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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martes, 6 de enero de 2015

Hurra por pipo!

Pipo era un cachorro muy escandaloso. No es que fuera mulo, es que lo que más feliz le hacía era ladrar todo el día.
-¡Guau, guau! -ladraba al gato, que maullaba y salía corriendo.
-¡Guau, guau! -ladraba a los pájaros, que salían volando.
-¡Guau, guau! -ladraba al árbol, que agitaba irritado sus ramas.
-¡Guau, guau! -ladraba al cartero mientras bajaba por el camino.
-¡Silencio, Pipo! -le gritaba Jaime, el niño que era su dueño. Pero Pipo le contestaba ladrando cariñosamente.
Un día, Pipo ladraba tanto que todo el mundo hacía lo que buena-mente podía para ignorarlo.
-¡Cállate, Pipo! -dijo Jaime cuando bajó al césped. Me voy a poner a leer y, si sigues ladrando, no me puedo concentrar.
Pipo hizo lo posible por no ladrar. Intentó no mirar las mariposas y las abejas que revoloteaban por el jardín. Intentó ignorar la pelota amarilla que estaba en el sendero. Se esforzó al máximo por no ladrar a los pájaros que volaban por el cielo. Pero mirara donde mirara, encontraba cosas a las que ladrar. Por eso, decidió quedarse mirando las hojas de hierba del césped.
Mientras miraba las hojas, estaba seguro de que algo había empezado a moverse. Al cabo de un momento estaba seguro de oír algo que se deslizaba. Estaba a punto de ponerse a ladrar, cuando recordó lo que Jaime le había dicho. Siguió mirando fijamente. Ahora podía oír un silbido y se acercó aún más a la hierba.
De pronto, Pipo empezó a ladrar como un loco.
-¡Guau, guau! -ladraba a la hierba.
-¡Chitón! -hizo Jaime mientras volvía la página de su libro.
Pero Pipo no podía dejar de ladrar. Había descubierto algo largo y escurridizo que se deslizaba por el césped, que tenía una larga lengua, que silbaba y... que se dirigía hacia Jaime.
-¡Guau, guau, GUAU! -ladró Pipo.
-¡Silencio, Pipo! -gritó el padre de Jaime desde la casa. Pero como Pipo no callaba, Jaime se levantó y echó un vistazo.
-¡Una serpiente! -gritó Jaime, señalando la larga y escurridiza serpiente que se dirigía hacia él.
Pipo siguió ladrando mientras el padre de Jaime cruzaba corriendo el césped y levantaba a Jaime en sus brazos.
Más tarde, cuando el empleado del centro de acogida de animales ya se había llevado a la serpiente, Jaime acarició a Pipo y le dio un hueso especial.
-¡Un hurra por Pipo! -dijo Jaime, riéndose. Suerte hemos tenido de tus ladridos.
Esa noche Pipo tuvo permiso para dormir en la cama de Jaime, pero a partir de aquel día decidió que iba a reservar sus ladridos para las ocasiones especiales.


0.999.1 anonimo cuento - 061

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