Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 11 de enero de 2015

El tesoro de los siete ogros

Había una vez un soldado que regresaba de las Cruzadas. Toda su vida había sido un pobre trabajador rural que prestaba su brazo para toda aquella tarea que pudiera realizar. Sin embargo, el destino no le había sonreído nunca. Sumido en la pobreza y en la miseria, aceptó unirse a las tropas del ejército cristiano que liberaría Tierra Santa de la posesión de los infieles, creyendo que de ese modo su suerte cambiaría.
En muy poco tiempo adquirió la habilidad del guerrero, aprendió cómo matar y cómo sobrevivir.
Pero llegó un día en que el ejército entero fue aplastado bajo las fuerzas enemigas. Piedras y flechas destrozaban los cuerpos de quienes se encontraban a su alrededor. Las fuerzas cristianas emprendieron entonces la retirada, pero cayeron en el intento. El enemigo los superaba en número de diez a uno.
Las cimitarras lo rodeaban y el soldado luchó valientemente, blandiendo la espada a diestra y siniestra y cercenando la vida de todo aquel que se acercara para matarlo. Pero, de pronto, un fuerte golpe en la cabeza le hizo perder la conciencia y se sumió en la oscuridad.
Cuando despertó, el dolor de la cabeza volvió inmediatamentc. Estaba empapado en sangre, propia y ajena, y tenía la visión borrosa y la boca reseca. Tomó una daga y una espada que el eneuligo no había querido llevarse y se apresuró por salir de aquel campo de batalla repleto de cadáveres que ya comenzaban a descomponerse. Algunas aves negras, animales carroñeros, ya habían empezado a darse su truculento festín.
¿Qué hacer? Su ejército estaba disuelto, no tenía salud, ni coinida ni misión. Decidió que lo mejor era regresar a su hogar, a su ticrra natal. La Cruzada, al menos para él, había terminado.
El soldado caminó durante muchos días; las heridas eran dolorosas, pero el hambre lo era aún peor y golpeaba sus sentidos romo un ariete que intentaba derribar la puerta de su voluntad.
Y cuando ya creía que iba a enloquecer por la falta de alimento vislumbró, a lo lejos, una humilde vivienda que se erigía en la planicie de un valle. Con las últimas fuerzas se dirigió hacia allí y golpeó la puerta para pedir algo de comida y agua.
Al momento se presentó un hombre grande y barbudo que, si bien al principio desconfió del extraño, que aún vestía una cota de malla destrozada y ensangrentada, finalmente lo hizo pasar y le dio de comer.
El soldado devoró el plato de sopa y el pan que le ofrecían y bebió hasta la última gota de vino que le habían servido en la taza.
-Debes comer poco si has pasado hambre durante algún tiempo -sentenció el dueño de casa.
-¿Por qué? -preguntó el soldado mientras se limpiaba la barbilla con la mano.
-Si a un estómago que ha permanecido vacío durante muc lios días le das de pronto demasiada comida, la echará fuera. Y ninguno de los dos quiere eso.
Y luego del comentario prorrumpieron en carcajadas.
El soldado agradeció el consejo y la comida y luego el hombre barbudo le mostró un lugar en el cobertizo donde podía desecansar y asearse.
Al otro día el soldado se levantó mucho mejor, el descanso al amparo del frío de la noche y la buena comida le habían sentado bien. Salió rumbo a la casa y encontró al hombre barbudo atareado en las faenas diarias.
-¿Cómo puedo recompensar lo que has hecho por mí?
-No es nada -respondió el dueño de casa secando el sudor de su frente.
El soldado repitió:
-¿Tienes algún trabajo que pueda realizar?
El hombre lo miró nuevamente con esa expresión escrutadora hasta que finalmente asintió y le mostró algunas tareas.
El soldado se quitó sus ropas de batalla y se dedicó a realizar la labor. Trabajó muy duro aquel día y el dueño de casa fue aumentando las porciones que le iba sirviendo con cada comida.
Al día siguiente el soldado se levantó al alba y trabajó más duro que el día anterior. Y así fueron pasando los días, hasta que llegó una noche en que el hombre barbudo fue más generoso con el vino que de costumbre.
El soldado percibió que algo pasaba, o que algo sucedería. Finalmente el dueño de casa se sentó y habló con voz serena:
-No puedo pagar por la labor que haces. Eres un buen hombre, pero no tengo tanto dinero y siento que me estoy aprovechando de ti.
-No... -comenzó a decir el soldado, pero fue interrumpido por el dueño de casa que habló con una voz cargada de autoridad.
-He preparado un saco con comida y agua. Y sólo puedo darte tres monedas por todo lo que has hecho. Además mi familia vendrá dentro de algunos días y la comida no sobrará en la mesa. Descansa aquí esta noche y ya mañana podrás emprender el camino a tu hogar.
El soldado agradeció la hospitalidad del hombre y, a pesar de que éste le repitió una y otra vez que podía pasar la última noche allí, tomó el saco, las tres monedas, su armadura de batalla y sus armas, y partió bajo la luz de las estrellas hacia el pueblo más cercano.
Luego de caminar durante algunas horas bajo el cielo repleto de estrellas de una noche despejada, vislumbró una taberna de la que salían luz, música y risas.
Abrió la puerta y se encontró con un lugar lleno de gente que bebía alegremente. Algunos cantaban abrazados mientras que otro grupo seguía el ritmo de un instrumento de cuerdas con las palmas o con el pie.
El soldado se acercó al tabernero, pidió un trago y se lo bebió de una vez.
Luego pidió el segundo, al que logró encontrarle algún sabor.
Y fue luego del tercero cuando recién pudo disfrutarlo. De todas maneras tampoco tenía más dinero. Dejó las monedas sobre la mesa y el tabernero las recogió rápidamente.
Se disponía a partir cuando un gran silencio se hizo en el lugar. Un hombre viejo se disponía a narrar un cuento.
-¡Es la historia de los siete ogros! -susurró un parroquiano a un compañero a quien el vino ya había hecho su efecto.
El soldado había escuchado muchas historias en la guerra, también había visto cosas increíbles, pero nada tan increíble como la historia que estaba escuchando.
El viejo narrador abría los ojos y hacía ademanes con las manos dándole más ímpetu a un relato que se iba gestando en la mente de todos los presentes.
Tal vez fue por la cantidad de alcohol que había bebido, tal vez el narrador era demasiado bueno, pero el soldado pudo sentir cada parte de la historia que contaba.
-Existe una caverna que, a simple vista, no tiene nada de especial: un agujero oscuro en la ladera del cerro. Pero ésa es la entrada al mayor tesoro que existe en este mundo y está protegido por los siete ogros más poderosos que hay, uno más terrible que el otro.
El silencio era tan profundo que sólo se escuchaba el crepitar del fuego.
-Hubo una vez un hombre que decidió entrar en la caverna y llevarse el tesoro. Toda la gente le imploró que no lo hiciera, pues todo aquel que se hubo atrevido pereció en el intento, encontrando muertes horribles que le helarían la sangre de las venas a cualquier espectador de ellas.
Algunos de los presentes dieron respingos de escalofrío. El viejo narrador continuó luego de una larga pausa:
-Algunos de los que entraron fueron devorados vivos, mordisco a mordisco. Otros que quisieron hacerse con el tesoro eran dos hermanos, ¡dos locos!, que pensaron que porque eran dos iba a ser todo más fácil. ¡Qué ilusos! Ya de entrada los agarró el primer ogro y los ató a los dos, luego los iba cortando de a pedazos y obligaba a un hermano a comerse al otro.
Algunos de los hombres hicieron arcadas, abrieron la boca, sacaron la lengua y cerraron los ojos para quitarse de la mente aquella imagen horrorosa. Pero el soldado no, él seguía escuchando atentamente:
-Pero hubo un hombre que casi llegó al final y fue el que más lejos llegó en verdad. Se dice que ése no entró por el tesoro, sino para rescatar a una hermosa mujer a quien amaba y que había sido secuestrada por los ogros de esa caverna. El hombre era un príncipe o algo parecido. Sabía luchar muy bien con cualquier clase de armas y tenía una armadura que relucía bajo la luz del sol. Se dice que, al principio, hay que avanzar unos pocos metros para que los ojos se acostumbren a la oscuridad. Y cuando estaba listo e iba a avanzar apareció el primer ogro, que tenía una boca gigantesca llena de colmillos agudos como agujas. Era grande este ogro, grande y fuerte y de pelo negro. Los ojos rojos brillaban en la oscuridad como dos brasas encendidas. Pero el guerrero lo venció fácilmente.
La gente se había agachado, inclinándose hacia adelante para escuchar mejor, puesto que el viejo, a veces, bajaba la voz hasta niveles inaudibles.
-El guerrero siguió avanzando y lo sorprendió el segundo ogro, que era tan grande como el primero pero tenía, en lugar de dedos, garras afiladas como navajas. Con las garras lo atacó y le destrozó el escudo. Pero el guerrero, luego de reponerse de la sorpresa, también lo venció fácilmente. El tercero era más grande clue el anterior y estaba armado, tenía una especie de garrote lleno de púas. Trató de pegarle varias veces, pero el guerrero saltó hacia un lado y hacia el otro y logró enterrarle la espada en un descuido, y el ogro murió. El príncipe siguió adelante y, de pronto, un relámpago iluminó la caverna de tal forma que casi lo dejó ciego. El guerrero se arrojó al suelo y arrastrándose se ocultó tras unas rocas. Pero cada vez que intentaba salir aparecía ese relámpago que fulminaba todo lo que tocaba. Entonces el guerrero se fue asomando poco a poco y logró ver a un a ogro mucho más grande que el anterior y que tenía un solo ojo en su cabeza, y de este ojo salía el relámpago. Se agachó justo a tiempo y el relámpago pasó rozándole el yelmo, que se puso rojo como si hubiera estado en el fuego de una fragua por muchas horas. El hombre se lo tuvo que sacar para no quemarse la cabeza y, entonces, lo tiró hacia el ogro, que lo siguió con la mirada, y cuando éste le estaba arrojando el relámpago, el guerrero le arrojó una daga y se la clavó en el ojo y lo mató.
Se hizo una pausa larga, el viejo se frotó la garganta y dijo como al pasar:
-Tengo un poco de sed.
En menos de lo que canta un gallo tenía tres jarras de bebidas a su alrededor. El viejo bebió pausadamente, suspiró, se limpió la barbilla y eructó. Luego inspiró profundamente y siguió contando mientras todos esperaban ansiosamente el final de la historia:
-Después apareció un ogro más grande que los anteriores, pero tenía dos cabezas y dos mazas pinchudas que manejaba con sorpren-dente habilidad. Como si fueran dos personas distintas compartiendo el mismo cuerpo. Muchas veces estuvo a punto de morir el guerrero, pero finalmente pudo derrotar al ogro de dos cabezas matándolo con su espada. Entonces apareció el sexto ogro que era tan grande que ocupaba toda la cueva. El guerrero enterró varias veces la espada en su cuerpo pero sin hallar ni su cabeza ni su corazón. El monstruo gigantesco intentaba atraparlo con su mano que parecía un carro que trataba de aplastarlo. Parecía que la caverna entera se venía abajo. Pero el guerrero logró esquivar al ogro gigantesco y siguió avan-zando.
El viejo bebió hasta agotar toda su bebida:
-Finalmente fue el séptimo ogro quien lo mató. Por eso nadie sabe cómo es el séptimo ogro, el más cruel y terrible de todos.
El silencio en el auditorio era impresionante, sólo se escuchaban los ruidos de los insectos nocturnos.
-Por eso el tesoro sigue allí, porque el séptimo ogro mató al príncipe. Éste nunca pudo rescatar a su amor, y algunos dicen que aquel que pasa desprevenido por la caverna aún escucha el llanto amargo de la joven.
-El viejo suspiró y luego dijo: Una historia de amor muy triste, muy triste en verdad. La pobre mujer allí, encerrada, esperando a que su enamorado la rescate..., si no tuvo la mala suerte de ver cómo lo devoraban después de haber vencido a los seis primeros ogros.
La conversación volvió a fluir aunque no tan animada como antes. El soldado se había quedado pensando en el tesoro de los siete ogros. Quería tener dinero, era lo que más ansiaba en el mundo, pero... ¿la historia sería cierta?
-¡Hey! -dijo el soldado llamando al viejo narrador.
El hombre siguió sentado en su silla bebiendo de la segunda jarra que tenía arriba de la mesa.
El soldado se acercó al anciano y se le sentó enfrente:
-¿Esa historia de ogros es verdad?
-¡Por supuesto que lo es!
-¿Entonces cómo sabe contra qué ogro peleó el guerrero si finalmente murió?
-Un narrador de cuentos nunca revela su fuente, para que no le roben el cuento. Pero te apuesto mi vida a que es cierto, sino, de otro modo, no lo hubiera narrado.
-¿Cómo era el séptimo ogro? -preguntó el soldado entusiasmado.
-Mmmmmm -dijo el viejo antes de responder, se meció la larga barba gris y carraspeó un poco- es un misterio, uno tan grande que nadie ha podido resolver hasta ahora.
-Si es verdad lo que cuenta, entonces podrá señalarme la caverna del tesoro de los siete ogros.
El viejo volvió a tomarse su tiempo, inspiró profundamente y al fin habló:
-Es un suicidio lo que deseas hacer, pero veo en tus ojos que ni siete ogros serían capaces de hacerte desistir. Yo soy muy viejo para un viaje tan largo pero te diré dónde podrás encontrar el lugar, es fácil de reconocer si estás allí. Deberás caminar hacia el sur durante un día y medio, encontrarás tres cerros que tienen varias cuevas. Las montañas son altas y el sol casi no las toca excepto en cl amanecer o en el atardecer. Espera el momento en que salga o se ponga el sol y verás que sus rayos iluminan, por unos instantes, todas las entradas de las cavernas que hay allí excepto una. Esa es la entrada al reino de los ogros, ésa es la puerta que te conducirá al tesoro de los siete ogros.
El soldado se levantó con renovadas fuerzas, como si una nueva energía corriera por su cuerpo. Salió de la taberna sin siquiera saludar al anciano y emprendió la caminata.
No fue difícil hallar el camino. Al segundo día, ya desde lejos, pudo vislumbrar la silueta de un grupo de cerros que se erguían en el horizonte.
El soldado apuró el paso, no quería perderse la puesta de sol que le marcaría la entrada de la cueva.
Llegó justo a tiempo, los rayos del astro rey iluminaban todas las entradas excepto una, la más oscura de todas. Un musgo verdinegro crecía entre las rocas que la conformaban.
Descansó un rato mientras revisaba sus armas. Finalmente se puso de pie, desenfundó su espada y se sumergió en la oscuridad.
El soldado hizo lo mismo que había hecho el príncipe del cuento: esperó un momento a que sus ojos se acostumbraran a las sombras. Luego comenzó a caminar con paso lento pero seguro, intentando hacer el menor ruido posible.
La antorcha titilaba en la oscuridad, parecía como si en algún niomento ésta fuera a cobrar vida y a engullirse el fuego y la luz.
Un bulto gigantesco y monstruoso se movió adelante y el soldado arrojó la antorcha a un costado para no delatar su posición. El monstruo que se acercó tenía el mismo aspecto que había desrrito el viejo: una boca gigantesca plagada de colmillos agudos, cuerpo cubierto de pelo y ojos rojos como dos brasas encendidas dle furia. Era evidente que el viejo había mentido: los siete ogros scguían vivos. O bien, lo cual era más aterrador, tenían el poder de volver de la muerte.
El ogro se acercó al fuego mientras olfateaba el aire con sus dilatadas fosas nasales. El soldado saltó desde las sombras y hundió su arma en la espalda de la criatura que se retorció de terror y aulló como un animal. El soldado la arrancó con la misma furia con la que la había clavado y cuando el ogro se volvió la enterró en la boca rompiéndole algunos colmillos.
El ogro se desplomó muerto.
Unos pasos rápidos comenzaron a retumbar desde más adelante y el soldado supuso que el aullido había llamado la atención de los demás ogros y se preparó para pelear. Tomando la antorcha y la espada mantuvo a raya al segundo ogro, que era más grande y espantoso que el primero. Tal como el cuento lo había anticipado, sus brazos terminaban en afiladas zarpas.
El ogro intentó cortarlo con poderosos golpes que el soldado esquivó hábilmente; las garras eran tan filosas que al chocar contra la pared desnuda de roca de la caverna desprendían pedazos de piedra.
El soldado usó la antorcha como una maza y le quemó la cara, y ante la sorpresa y el dolor del ogro, arremetió con la espada varias veces hasta asegurarse de que lo había matado.
Mientras el soldado intentaba recuperar el aliento, escuchó nuevamente el ruido de alguien, o algo, que se acercaba.
Y el tercer ogro no tardó en aparecer. Era más grande que los anteriores y portaba un garrote pinchudo que manejaba con gran habilidad. La antorcha del soldado estaba casi consumida, la oscuridad lo rodeaba y no lograba acercarse lo suficiente para matarlo.
De pronto, el soldado trastabilló y cayó al suelo sembrado de huesos. La espada escapó de su mano y rebotó en la oscuridad de la caverna hasta perderse de vista. El ogro sonrió con una mueca maliciosa y levantó la maza con las dos manos para asestar su golpe mortal.
El hombre apoyó las manos en el suelo para intentar escapar y se pinchó con algo, lo sujetó con fuerza y casi sin pensar usó el objeto puntiagudo para clavarlo en uno de los pies desnudos del ogro, que aulló de dolor y perdió el equilibrio.
El soldado saltó sobre el ogro y sin darle tiempo a recuperarse desenfundó su daga y lo degolló de un solo tajo.
Mientras la sangre manaba de manera abundante, se dio cuenta de que lo que había usado para apuñalar el pie del ogro había sido un hueso de alguna de sus víctimas. Luego buscó la espada y finalmente la encontró.
La antorcha permanecía en el suelo, a punto de apagarse. Oteó la cueva buscando algo de madera pero no halló nada. Intentó prender fuego al garrote del ogro que acababa de matar pero estaba tan impregnado de sangre vieja que el fuego no lo quería tocar.
Se cortó las mangas de la camisa y preparó una nueva antorcha, aunque sabía que no le duraría mucho tiempo.
Siguió caminando con mayor ansia pues ya había vencido a los tres primeros ogros. De pronto se sobresaltó al encontrar un cráneo extraño que tenía un solo agujero en lugar de dos. Una daga de bella empuñadura labrada permanecía clavada en dicha cavidad, que estaba en el medio de la frente. El soldado recordó cómo el ogro que arrojaba rayos de su único ojo había sido muerto por aquel príncipe de la historia. Con mucho esfuerzo logró sacar la daga y se la guardó en su cinturón.
Siguió avanzando en la caverna que se hacía cada vez más oscura y fría. La humedad le calaba los huesos y a pesar de sus recientes victorias sentía que el temor se le iba agrandando.
El quinto ogro de dos cabezas permanecía dormido contra una gran piedra, a su lado tenía un garrote y una maza de metal que terminaba en cuatro muescas puntiagudas.
El soldado se acercó lentamente, intentando producir el menor ruido posible, mientras sostenía una daga en cada mano. Pero cuando estaba a tres metros del monstruo, la nariz de una de las cabezas pareció olfatearlo, y entonces el ogro abrió los ojos y lo vio. Con el brazo del lado de la cabeza despierta se pegó un golpe en la cara de la otra, que parpadeó y rugió con furia.
El soldado saltó sobre la criatura y enterró ambas dagas en el pecho peludo. Las dos cabezas gritaron de dolor y sujetaron al hombre con sus poderosos brazos.
El soldado comenzó a sentir que los huesos le crujían en un abrazo que lo terminaría por aplastar.
Usó sus piernas y pateó los gigantescos genitales desnudos del ogro, que inmediatamente lo soltó. Desenfundó su espada y con dos certeros movimientos le cortó las dos cabezas.
El soldado se dio cuenta de que el ogro se había despertado porque lo había olfateado, al igual que el primero. Entonces, desenterró las dos dagas que le había clavado y despellejó al ogro y se cubrió con su piel maloliente.
Siguió avanzando casi a ciegas hasta que tropezó con algo gigantesco que, sin lugar a dudas, no era roca. Trató de adivinar la forma y se dio cuenta de que era un ogro mucho más grande que todos los anteriores, pues ocupaba casi toda la abertura de la cueva. Estaba durmiendo. Un pequeño espacio quedaba cerca de su trasero, el único hueco por el que el hombre podría pasar.
Lentamente comenzó a trepar sobre el cuerpo del ogro y cuando estaba a punto de llegar al otro lado la inmunda mole se movió. El soldado se quedó estático como una estatua. Sintió el ruido de su nariz olfateando el aire y una mano gigantesca, que lo podría aplastar con un mínimo esfuerzo, lo tocó.
El ogro volvió a sumergirse en su sueño y el soldado puro suspirar aliviado, pues el ogro había creído tocar a uno de sus compañeros al sentir la piel del ogro muerto en sus dedos.
El caballero siguió avanzando con lentitud, el corazón le galopaba como un caballo desbocado. ¿Cómo sería el séptimo y último ogro? De pronto notó que, más adelante, había una cierta luminiscencia dorada y ya no se respiraba el hedor de la cueva.
Preparó su espada debajo de la piel del ogro y siguió avanzando hasta que llegó a un recinto gigantesco que parecía un palacio de piedra. Estaba iluminado por cientos de candelabros de oro y plata. Los techos eran altos. Había escaleras y arcadas, cortinas de seda, tapices y, en el centro del salón, una gran pila de monedas, joyas y objetos preciosos.
La luz del lugar no provenía tanto de las velas como del resplandor dorado del tesoro de los siete ogros.
De pronto llegó a sus oídos el sonido de un llanto. El soldado rodeó el tesoro y se encontró con una mujer de largo pelo negro, cubierta con harapos y con la piel sucia y golpeada.
-¿Qué te sucede? -preguntó el soldado quitándose la piel maloliente del ogro que lo cubría.
La mujer pareció asustarse; las lágrimas habían formado surcos en la suciedad de su rostro, aunque el soldado se percató de inmediato de que se trataba de una bella mujer.
-Me tienen encerrada aquí desde hace mucho tiempo.
El soldado la ayudó a ponerse de pie y le dijo con voz segura:
-No te preocupes, he matado a todos los ogros.
Ella detuvo su llanto y abrió los ojos desmesuradamente.
-¿A los siete? ¿Has matado a los siete ogros? -preguntó con desesperación.
El hombre reflexionó un instante antes de responder y cayó en la cuenta de que sólo había vencido a seis de ellos.
-No maté a siete, no encontré al último. ¿Sabes cómo es el séptimo ogro?
-No, no falta ningún ogro, falta la reina, la madre de todos ellos, falta la ogresa. Ella tiene poderes mágicos y es la más fuerte de todos.
-¿La ogresa? ¿Y dónde está? -preguntó el soldado mirando a su alrededor.
-¡Aquí! -gruñó la mujer dejando sobresalir sus colmillos, y con un golpe de garra le arrancó la cabeza.

Cuentos de ogros

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