Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 4 de enero de 2015

El tesoro de los custodios

Un príncipe de la ilustre casa de Abbas, parientes del tío del Profeta, vivía una vida humilde en Mosul, Iraq. Su familia había venido a menos y debía trabajar. Después de tres generaciones, la familia se repuso algo y el príncipe alcanzó la posición de un pequeño tendero.
Como es costumbre entre los nobles árabes, este hombre, cuyo nombre era Daud Abbassi, simplemente se llamaba Daud, hijo de Altaf. Pasaba sus días en el mercado vendiendo legumbres y verduras, tratando de reconstruir la fortuna de su familia.
Esta situación continuó varios años, hasta que Daud se enamoró de la hija de un rico mercader: Zobeida Ibnar Tawil. Ella estaba más que dispuesta a casarse con él, pero en su familia existía la costumbre de que cualquier futuro yerno tenía que igualar una rara gema, especialmente seleccionada por el padre, con el objeto de comprobar su astucia y su valor.
Después de las negociaciones preliminares, cuando a Daud se le enseñó el brillante rubí que Tawil había seleccionado para la prueba, a fin de poder ganar a su hija, el corazón del joven tendero se apesadumbró.
No sólo era una gema de una transparencia cristalina, sino que su tamaño y color eran tales que las minas de Badakhsán con seguridad no podían producir algo de su clase más que una vez cada mil años...
El tiempo pasó y Daud pensó en todos los medios para encontrar el dinero que necesitaba para obtener una joya equivalente. Al cabo del tiempo descubrió, a través de un joyero, que sólo tenía una oportunidad. Mandar heraldos para que ofrecieran, a quien pudiese igualar la joya, no solamente su casa y todas sus posesiones, sino también tres cuartas partes de cada céntimo que ganara el resto de su vida, y tener así la oportunidad de encontrar un rubí similar.
Daud hizo que se anunciara su decisión, tal como le aconsejó el joyero.
Día tras día se divulgó que se buscaba un rubí de sorprendente valor, brillo y color; y gente de lejos y de cerca se apresuraba a la casa del mercader para ver si podía vender algo tan magnífico. Pero después de un lapso de tres años, Daud comprendió que no existía un rubí en Arabistán o Ajam, en Khorasán o Hind, en África o en el Oeste, en Java o Ceilán, que se acercara a la excelencia de aquél que su posible suegro había encontrado.
Zobeida y Daud estaban al borde de la desesperación. Parecía que nunca se podrían casar, ya que el padre de la joven rehusaba terminantemente aceptar un rubí que no fuese idéntico al suyo.
Una noche, estando Daud sentado en su pequeño jardín, tratando de imaginar por milésima vez algún medio de ganarse a Zobeida, se dio cuenta de que una alta y delgada figura estaba de pie a su lado. En su mano tenía un bastón, sobre su cabeza un gorro derviche, colgando de su cintura un tazón de metal de mendigar.
-La paz sea contigo, ¡oh, mi rey! -dijo Daud, usando el saludo acostumbrado y poniéndose de pie.
-Daud el Abbassi, descendiente de la casa de Koreish -dijo la aparición. Yo soy uno de los guardianes de los tesoros del Apóstol y he venido a ayudarte en tu necesidad. Tú buscas un rubí inigualable. Yo te lo daré de los tesoros que han estado a salvo, en manos de paupérrimos custodios.
Daud le miró y dijo:
-Todo el tesoro que poseyó mi casa se gastó y se vendió o se despilfarró, hace ya siglos. No nos queda nada más que nuestro nombre, y ni siquiera lo usamos por miedo a deshonrarlo. ¿Cómo puede quedar algo del tesoro de mi patrimonio?
-Aún existe el tesoro precisamente por no haberlo dejado en manos de la casa -dijo el derviche, pues la gente siempre roba primero a aquellos que tienen algo que robarles. Sin embargo, cuando eso se acaba, los ladrones no saben ya dónde buscar. Ésta es la primera medida de seguridad de los custodios.
Daud reflexionó, pensando que muchos derviches tenían reputa-ción de excéntricos y solamente dijo:
-¿Quién dejaría tesoros inapreciables, tales como la joya de Tawil, en manos de un mendigo harapiento, y qué mendigo harapiento, habiéndosele dado aunque fuese solamente una cosa de tal valor, no la tiraría o la vendería, gastándose el producto en alguna locura?
El derviche contestó:
-Hijo mío, eso es exactamente lo que se espera que piense la gente. Por ser harapientos los mendigos, la gente cree que desean ropa. Porque un hombre tiene una joya, la gente imagina que la tirará si no es un mercader ingenioso. Tus pensamientos son las cosas que ayudan a que nuestro tesoro esté seguro.
-Entonces, llévame al tesoro -dijo Daud, para que yo pueda acabar con mis dudas y miedos intolerables.
El derviche vendó los ojos de Daud y le hizo cabalgar días y noches, vestido como un ciego, sobre un burro escuálido. Desmon-taron y caminaron por una grieta en una montaña y, cuando se le quitó la venda de los ojos, Daud vio que estaba en la casa del tesoro, donde había incalculables cantidades de increíbles gemas preciosas de gran variedad, que brillaban en estantes adosados a las paredes de piedra.
-¿Puede ser éste el tesoro de mis antepasados? Nunca he oído hablar de algo parecido, aun en los tiempos de Harun el Raschid -dijo Daud.
-Puedes estar seguro de que lo es -dijo el dervichey aún más: ésta es sólo la caverna que contiene las joyas de donde tú puedes escoger, pero hay muchas más.
-¿Y todo es mío?
-Es tuyo.
-Entonces, me lo llevaré todo -exclamó Daud, casi fuera de sí, con avaricia por lo que veía.
-Tomarás solamente lo que has venido a buscar -dijo el derviche. Estás tan mal preparado para administrar estas riquezas como lo estuvieron tus antepasados. Si eso no fuese así, los custodios te habrían entregado el tesoro íntegro hace siglos.
Daud escogió el único rubí que igualaba exactamente al de Tawil, y el derviche le llevó a su casa de la misma manera en que lo había traído hasta allí. Daud y Zobeida se casaron.
Y se relata que, de esta forma, los tesoros de la casa se entregan a los debidos herederos cuando tienen verdadera necesidad de ellos.
Hoy día no todos los custodios son siempre derviches con mantos de parches. A veces, parecen ser los hombres más comunes.
Pero no entregarán los tesoros, excepto cuando haya una verdadera necesidad.


0.187.1 anonimo (asia) - 065

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