Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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martes, 6 de enero de 2015

El señor topo se ha perdido

El señor Topo asomó el negro hociquito por uno de los agujeros de su topera y aspiró aire profundamente. Repitió la operación dos veces más hasta que estuvo completamente seguro. «Huele como si fuera a llover», pensó.
Al señor Topo no le gustaba la lluvia nada en absoluto. Cada vez que llovía se le empapaba su elegante abriguito de piel e iba chorreando y dejando sucias pisadas de barro por toda su madriguera subterránea. Pero lo peor de todo es que la lluvia entraba por los agujeros de la topera, se le inundaba todo y después tardaba días en volverse a secar.
El cielo se fue poniendo cada vez más oscuro y pronto empezaron a caer gotitas de lluvia, que se fueron haciendo cada vez más y más grandes. Al cabo de un rato, ya no se veía más que chorros de agua que caían de las hojas de los árboles, anegando la tierra y haciéndola cada vez más fangosa.
El señor Topo no había visto nunca llover de aquel modo. Y allí estaba, en la madriguera, deseando que dejase de llover. Pero seguía lloviendo y lloviendo.
Al poco rato empezó a entrar agua en la topera. Primero cayeron unas gotitas a través de los agujeros y luego las gotitas se convir-tieron en un riachuelo que se transformó a su vez en un gran río cuya rápida corriente arrastró de repente al señor Topo. Fue cruzando los túneles de la topera por aquí y por allá, mientras el agua caía a chorro inundando su casa subterránea.
Lo siguiente que recordaba era que había sido arrastrado fuera de la madriguera y el agua de la lluvia lo llevaba prado abajo. Bajaba y bajaba sin saber dónde estaba ni hacia dónde iba. Llevado por la riada, cruzó los bosques que había al fondo del prado, luego la corriente lo siguió arrastrando, dando saltos y vueltas hasta que se sintió aturdido y sin apenas fuerzas para respirar.
De pronto se detuvo. El agua de la lluvia gorgoteaba y chorreaba a su alrededor y luego seguía su curso, pero él se había quedado firmemente enganchado entre las ramas de un arbusto.
«¡Oh, cielos! ¿Dónde estoy?», pensó el señor Topo cuando consiguió liberarse. Miró a su alrededor, pero como era muy miope -como casi todos los topos- no pudo descubrir ningún lugar que le resultara familiar. Y, aún peor, tampoco pudo distinguir ningún olor conocido. Estaba completamente perdido, lejos de casa y sin la menor idea acerca de cómo regresar. Además, para empeorar aún más las cosas, estaba empezando a hacerse de noche.
-¡Huu-uu-uu-uu-uu! -dijo una voz de repente.
El señor Topo casi se murió del susto.
-Yo en tu lugar no me quedaría ahí. ¿No sabes que el bosque es peligroso por la noche? -dijo la voz. Hay serpientes, zorros y comadrejas y todo tipo de criaturas malvadas que no te gustaría nada encontrar.
El señor Topo levantó la vista y se encontró una enorme lechuza.
-¡Oh, cielos! -fue todo lo que el señor Topo fue capaz de pensar
o decir. Le contó a la lechuza su terrible viaje, que se encontraba perdido y que no sabía cómo volver a casa.
-Tienes que hablar con la paloma Paula -dijo la lechuza. Es una paloma doméstica y vive cerca de tu prado. Puede decirte cómo regresar, pero primero tenemos que encontrarla a ella. No te alejes de mi lado y estate atento a todos esos zorros, serpientes y comadrejas de los que te he hablado.
No hizo falta decírselo dos veces. El señor Topo se mantuvo tan cerca de la amable lechuza que cuando ésta se detenía de repente o se volvía para decirle algo, ambos chocaban.
Y así cruzaron el oscuro y peligroso bosque. De vez en cuando oían ruidos extraños, como un gruñido bajo o un siseo, que prove-nían de los espesos y enmarañados árboles, pero el señor Topo no quería pensar demasiado en ello y procuraba no perder de vista a la lechuza.
Finalmente, cuando el señor Topo pensaba que ya no podría dar un paso más, se detuvieron ante un viejo olmo.
-Hooo-laaa -dijo la lechuza.
Tuvieron suerte. La paloma Paula estaba a punto de proseguir su viaje a casa.
-Por favor, me parece que estoy perdido sin remedio y no sé cómo regresar a mi prado. ¿Me llevarías hasta allá? -dijo el señor Topo.
-Por supuesto -respondió Paula. Será mejor que primero descanses un rato, pero tenemos que salir antes de que amanezca.
Y así fue cómo, al poco rato, el señor Topo se encontró de regreso en su prado, procurando siempre mantenerse lo más cerca posible de la paloma Paula. Justo cuando los primeros rayos de sol iluminaban el cielo matinal, el señor Topo sintió un olor muy familiar. ¡Era su prado! ¡Ya casi estaba en casa!
Poco después se encontraba en su madriguera. Estaba todo tan mojado y sucio de barro que lo primero que hizo fue cavar unos cuantos túneles nuevos para que la lluvia no entrara tan fácilmente. Después se tomó una buena ración de gusanos y durmió un profundo y bien merecido sueño.


0.999.1 anonimo cuento - 061

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