Ngwlezie,
la mujer de Ndjambu, estaba preocupada porque su marido no
encontraba trabajo. De manera que era ella misma la que iba a pescar
al río, para traer comida a casa.
Sucedió
que quedó embarazada, y dio a luz a una niña a la que llamaron
Ilombe. La cargó a sus espaldas, y de nuevo fue al río a pescar.
Como no podía hacerlo llevando a Ilombe a la espalda, la dejó en el
suelo y se metió en el río. Al volver a la orilla, se dio cuenta de
que una mujer fantasma estaba llevándose a Ilombe, pero no tuvo
tiempo de impedirlo: la mujer fantasma desapareció con Ilombe, y
Ngwalezie regresó desesperada a casa. Ndjambu compren-dió que lo
sucedido no era culpa de ella, y la perdonó.
Al
cabo de un tiempo, Ngwalezie dio a luz a un niño. Y ese niño,
cuando creció, estaba extrañado de no tener ningún hermano. Un día
se lo preguntó a su madre, y ésta le respondió: «La verdad es que
tienes una hermana. Pero hace ya muchos años que una mujer fantasma
la secuestró y se la llevó». El chico se prometió que iría al
poblado de los fantasmas para rescatar a su hermana Ilombe.
Cuando
ya era un muchacho mayor, fue a la casa del curandero, que le dio
toda suerte de consejos y de pócimas. Al acercarse al poblado
de los fantasmas, divisó enseguida a su hermana. Pero al intentar
acercarse a ella, la vieja que la había secuestrado se lo impidió:
«¿No sabes que no se permite a nadie entrar en este poblado?». El
muchacho no se amedrentó: «En realidad he venido en busca de una
mujer. Y me gustaría casarme con ésa que tienes en tu casa». La
mujer estuvo de acuerdo, y decidieron el día de la boda.
Por
la noche se acostaron juntos. Y, cuando Ilombe se acercó para
tocarle, el muchacho le explicó lo ocurrido: «¿No te das cuenta de
que hablas una lengua distinta y de que no eres del mismo color que
esta gente? Tú eres mi hermana y voy a sacarte de aquí»i.
Y
empezó a preparar una de las pócimas, mezclando su propia saliva
con unas hojas que el curandero le había dado. A continuación
cogieron uno de los caballos de la vieja, el caballo negro, y se
escaparon. Inmediatamente se dieron cuenta de que el caballo
negro era muy lento; pero ya habían salido del poblado y les pareció
peligroso volver. El chico tranquilizó a Ilombe: «Esa pócima que
hemos dejado en la casa, responderá por nosotros».
Y,
efectivamente, por la mañana la vieja se extrañó mucho de que
Ilombe no se levantara, porque tenía por costumbre despertarse muy
temprano. Así que la llamó: «¡Ilombe, hija mía, despierta que ya
son las seis!». Desde dentro de la habitación, la saliva y las
hojas contestaron imitando la voz de Ilombe: «No me encuentro
muy bien esta mañana, mamá. Más tarde me levantaré». Pero fueron
pasando las horas, y la vieja empezó a preocuparse por la tardanza.
Al cabo entró en la habitación y se dio cuenta de que la habían
engañado.
Salió
enseguida para ver a sus caballos, y se dio cuenta de que habían
huido con el más lento. Ella tomó el caballo blanco, veloz como el
vientoii,
y empezó la persecución. Pronto estuvo en disposición de
atraparlos; pero entonces el muchacho preparó otra pócima y al
instante se convirtieron los tres en otras cosas: la chica, en un
árbol; él, en el mar; y el caballo, en un pajarito. La vieja se
acercó y preguntó al pajarito: «¿Has visto si pasaban por aquí
un hermano y una hermana montados en un caballo negro?». El
pájaro no contestaba; así que la vieja se cansó, y se fue. Al
instante, los tres recuperaron su forma original.
La
vieja había recorrido todos los lugares posibles, y volvía a su
poblado. Entonces creyó divisar a los dos muchachos, y empezó de
nuevo la persecución. Ilombe estaba muy preocupada, porque veía que
iba a alcanzarlos fácilmente. El muchacho, empero, preparó otra
conversión con su pócima: Ilombe se transformó en un árbol;
el caballo, en el mar; y él mismo, en un viejo. Al alcanzarlos, la
vieja se dio cuenta de que se habían escabullido; y preguntó al
viejo: «¿No has visto pasar a un hermano y una hermana montados en
un caballo negro?». Y, como el viejo no respondía, siguió su
camino mientras los tres recuperaban su aspecto.
Otra
vez sucedió lo mismo. Y de nuevo tuvo lugar una transformación
gracias a la pócima mágica: el caballo se convirtió en una
iglesia; Ilombe, en los fieles; y el muchacho en sacerdote. Y,
mientras la vieja insistía con sus preguntas, el muchacho no cesaba
de predicar a los fieles de la iglesia.
La
vieja pensó que todo aquello era muy extraño, y que cada vez que
creía alcanzar a los hermanos aparecían personajes que antes no se
encontraban en aquel lugar, Así que esta vez permaneció al acecho
y, al darse cuenta de que recobraban su aspecto normal, los persiguió
inmediatamente.
Ilombe
animaba a su hemano: «Conduce al caballo hacia ese río, porque los
fantasmas no pueden cruzar el agua». Así se hizo. Y cuando la vieja
ya estaba a punto de alcanzarlos, las aguas del río la detuvieron.
Comprendió que no vería de nuevo a Ilombe, y pidió al hermano que
la cuidara con el mismo cariño que ella le había dado.
Al
regresar a casa, Ngwalezie reconoció a su hija, que creía perdida
para siempre, y admiró la valentía del muchacho. Dieron una gran
fiesta, y desde entonces vivieron juntos y felices.
Fuente:
Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1
anonimo (guinea ecuatorial) - 055
i
La
posibilidad de un incesto se ve frustrada. El matrimonio entre
hermanos, igual que en el cuento 26, no lo tiene como objetivo; es
solamente un medio de ponerse en contacto para la huida final.
ii
El
caballo volador da pie a un episodio, el de la persecución, de
clara inspiración europea.
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