Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 31 de enero de 2015

El rescate de ilombe .025

Ngwlezie, la mujer de Ndjambu, estaba preocupada porque su ma­rido no encontraba trabajo. De manera que era ella misma la que iba a pescar al río, para traer comida a casa.
Sucedió que quedó embarazada, y dio a luz a una niña a la que llamaron Ilombe. La cargó a sus espaldas, y de nuevo fue al río a pescar. Como no podía hacerlo llevando a Ilombe a la espalda, la dejó en el suelo y se metió en el río. Al volver a la orilla, se dio cuenta de que una mujer fantasma estaba llevándose a Ilombe, pero no tuvo tiempo de impedirlo: la mujer fantasma desapareció con Ilombe, y Ngwalezie regresó desesperada a casa. Ndjambu compren-dió que lo sucedido no era culpa de ella, y la perdonó.
Al cabo de un tiempo, Ngwalezie dio a luz a un niño. Y ese niño, cuando creció, estaba extrañado de no tener ningún hermano. Un día se lo preguntó a su madre, y ésta le respondió: «La verdad es que tienes una hermana. Pero hace ya muchos años que una mujer fantasma la secuestró y se la llevó». El chico se prometió que iría al poblado de los fantasmas para rescatar a su hermana Ilombe.
Cuando ya era un muchacho mayor, fue a la casa del curandero, que le dio toda suerte de consejos y de pócimas. Al acercarse al pobla­do de los fantasmas, divisó enseguida a su hermana. Pero al intentar acercarse a ella, la vieja que la había secuestrado se lo impidió: «¿No sabes que no se permite a nadie entrar en este poblado?». El muchacho no se amedrentó: «En realidad he venido en busca de una mujer. Y me gustaría casarme con ésa que tienes en tu casa». La mujer estuvo de acuerdo, y decidieron el día de la boda.
Por la noche se acostaron juntos. Y, cuando Ilombe se acercó para tocarle, el muchacho le explicó lo ocurrido: «¿No te das cuenta de que hablas una lengua distinta y de que no eres del mismo color que esta gente? Tú eres mi hermana y voy a sacarte de aquí»i.
Y empezó a preparar una de las pócimas, mezclando su propia saliva con unas hojas que el curandero le había dado. A continuación cogieron uno de los caballos de la vieja, el caballo negro, y se escapa­ron. Inmediatamente se dieron cuenta de que el caballo negro era muy lento; pero ya habían salido del poblado y les pareció peligroso volver. El chico tranquilizó a Ilombe: «Esa pócima que hemos dejado en la casa, responderá por nosotros».
Y, efectivamente, por la mañana la vieja se extrañó mucho de que Ilombe no se levantara, porque tenía por costumbre despertarse muy temprano. Así que la llamó: «¡Ilombe, hija mía, despierta que ya son las seis!». Desde dentro de la habitación, la saliva y las hojas contesta­ron imitando la voz de Ilombe: «No me encuentro muy bien esta mañana, mamá. Más tarde me levantaré». Pero fueron pasando las horas, y la vieja empezó a preocuparse por la tardanza. Al cabo entró en la habitación y se dio cuenta de que la habían engañado.
Salió enseguida para ver a sus caballos, y se dio cuenta de que habían huido con el más lento. Ella tomó el caballo blanco, veloz como el vientoii, y empezó la persecución. Pronto estuvo en disposi­ción de atraparlos; pero entonces el muchacho preparó otra pócima y al instante se convirtieron los tres en otras cosas: la chica, en un árbol; él, en el mar; y el caballo, en un pajarito. La vieja se acercó y preguntó al pajarito: «¿Has visto si pasaban por aquí un hermano y una herma­na montados en un caballo negro?». El pájaro no contestaba; así que la vieja se cansó, y se fue. Al instante, los tres recuperaron su forma origi­nal.
La vieja había recorrido todos los lugares posibles, y volvía a su poblado. Entonces creyó divisar a los dos muchachos, y empezó de nuevo la persecución. Ilombe estaba muy preocupada, porque veía que iba a alcanzarlos fácilmente. El muchacho, empero, preparó otra con­versión con su pócima: Ilombe se transformó en un árbol; el caballo, en el mar; y él mismo, en un viejo. Al alcanzarlos, la vieja se dio cuenta de que se habían escabullido; y preguntó al viejo: «¿No has visto pasar a un hermano y una hermana montados en un caballo negro?». Y, como el viejo no respondía, siguió su camino mientras los tres recuperaban su aspecto.
Otra vez sucedió lo mismo. Y de nuevo tuvo lugar una transforma­ción gracias a la pócima mágica: el caballo se convirtió en una iglesia; Ilombe, en los fieles; y el muchacho en sacerdote. Y, mientras la vieja insistía con sus preguntas, el muchacho no cesaba de predicar a los fieles de la iglesia.
La vieja pensó que todo aquello era muy extraño, y que cada vez que creía alcanzar a los hermanos aparecían personajes que antes no se encontraban en aquel lugar, Así que esta vez permaneció al acecho y, al darse cuenta de que recobraban su aspecto normal, los persiguió in­mediatamente.
Ilombe animaba a su hemano: «Conduce al caballo hacia ese río, porque los fantasmas no pueden cruzar el agua». Así se hizo. Y cuando la vieja ya estaba a punto de alcanzarlos, las aguas del río la detuvie­ron. Comprendió que no vería de nuevo a Ilombe, y pidió al hermano que la cuidara con el mismo cariño que ella le había dado.
Al regresar a casa, Ngwalezie reconoció a su hija, que creía perdida para siempre, y admiró la valentía del muchacho. Dieron una gran fiesta, y desde entonces vivieron juntos y felices.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 055

i La posibilidad de un incesto se ve frustrada. El matrimonio entre hermanos, igual que en el cuento 26, no lo tiene como objetivo; es solamente un medio de ponerse en contacto para la huida final.

ii El caballo volador da pie a un episodio, el de la persecución, de clara inspiración europea.

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