Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 1 de enero de 2015

El principe encantado

Érase una vez un pobre escobero que tenía tres hijas. Todas las mañanas iba al campo a buscar matas de palma para hacer sus escobas. Un día encontró una mata muy grande y, cuando fue a arrancarla, oyó una voz que le gritaba:
-¡Por favor, no me tires de los pelos!
-¿Quién eres? -preguntó el hombre.
Y al momento se apareció un dragón que le dijo:
-Si mañana me traes lo primero que te encuentres hoy al llegar
a tu casa, tendrás todo lo que quieras.
El hombre no se preocupó, porque todos los días lo primero que salía a recibirle era el perro. Pero ese día no fue el perro, sino su hija menor.
El hombre se quedó entonces muy triste. A la mañana siguiente mandó a su hija mayor que se fuera al monte y le explicó lo que tenía que hacer. Pero, al tirar de la mata, la voz le dijo a la muchacha que se marchara y que viniera la hermana menor.
Al día siguiente el escobero mandó a la hija mediana, y la voz dijo lo mismo. Por fin, el hombre no tuvo más remedio que mandar a la pequeña, y cuando esta tiró de la mata, al momento apareció un palacio muy grande con un jardín hermosísimo. Entró en él y vio que había mucha comida en las mesas, camas para dormir y todo lo que hacía falta. Pero no veía a nadie. La niña recorrió el palacio de arriba abajo, y tuvo que pasearse sola durante todo el día y comer sola, hasta que llegó la noche y se fue a acostar.
Cuando estaba dormida, sintió un peso en la cama y una voz que decía:
-No te preocupes. De día no me verás, porque soy un dragón. Pero de noche puedo quitarme la piel y soy un príncipe. Lo que hace falta es que a nadie del mundo le cuentes este secreto y que no me pierdas la piel cuando me la quito.
De día la joven paseaba sola y todo lo hacía sola. Por la noche siempre llegaba el dragón, que se quitaba la piel y se convertía en un hermoso príncipe. Así pasó mucho tiempo, hasta que un día la niña le dijo al dragón que si la dejaba ir a su casa. El dragón le contestó que sí, pero que solo tenía tres días para ir y volver.
Cuando la niña llegó a su casa, sus hermanas le dijeron:
-¡Anda, tonta, que te has casado con un dragón!
Y tanto se lo repitieron, que no pudo ella contenerse y dijo:
-¡Pues no! Que mi marido es un príncipe muy hermoso.
-¿Cómo puede ser eso? -preguntaron las otras.
Ella entonces les explicó lo que pasaba. Pero, como sus hermanas no acababan de creérselo, le dijeron que irían con ella al palacio y que encendiera una vela, cuando el príncipe estuviera dormido, para poder verlo.
Y así fue. Primero le quemaron la piel y luego ella arrimó una vela para que sus hermanas vieran al príncipe, pero con tan mala suerte, que una gota de cera le cayó sobre la cara y el príncipe se despertó.
-¡Ay! -exclamó. ¡Que ya se estaba terminando mi encantamiento! Ahora no tengo más remedio que irme. Y tú tendrás que buscarme hasta gastar siete pares de zapatos de hierro. Anda, vete y pregunta por el castillo de Oropel. Toma también estas tres ascuas. En caso de necesidad, las enciendes y conseguirás todo lo que hayas menester.
Y al momento desapareció el palacio con lo que había en él.
A los pocos meses ella dio a luz y, cuando el niño ya era mayor, compró siete pares de zapatos de hierro para él y otros siete para ella y se fueron a buscar el castillo de Oropel. Venga a andar venga a andar, cuando se les gastaba un par se ponían otro, hasta que no les quedó más que uno. Pero ya se estaban acercando a una casa, que era la casa de la Luna. Llamó a la puerta y salió una vieja, a la que preguntó por el castillo de Oropel.
-No sé -contestó la vieja. Esperen ustedes que venga la Luna. Tal vez ella sepa darles razón. Pero escóndanse en esta tinaja, porque, si no, la Luna se los comerá cuando llegue.
Así lo hicieron, y se pusieron a esperar dentro de la tinaja.
Por fin llegó la Luna, que era un águila, gritando:
-¡Fo, fo, fo! ¡A carne humana me huele! ¡Si no me la das, te mato!
Pero la vieja le dijo que era una pobre muchacha con su hijo que andaban buscando el castillo de Oropel. La Luna dijo que ella no sabía dónde estaba, pero que tal vez su primo, el Sol, lo supiera. Y fue la joven a la casa del Sol, con los zapatos que todavía le quedaban, y llamó a la puerta. Salió otra vieja y les preguntó que qué querían. Cuando se enteró, les dijo:
-Está bien, pero meteos en esta tinaja, porque, si no, el Sol os comerá cuando llegue.
Por fin llegó el Sol, que era otra águila muy brillante, gritando: 
-¡Fo, fo, fo! ¡A carne humana me huele! ¡Si no me la das, te mato! 
Pero la vieja le explicó quiénes eran y lo que querían, por si él podía ayudarles.
-Yo no. Pero mi primo el Aire seguramente sabe dónde está ese castillo.
Se fue la muchacha a la casa del Aire, y allí salió otra vieja, que les dijo lo mismo, y otra vez la muchacha y su hijo se metieron en una tinaja. Cuando llegó el Aire, soplando muchísimo, dijo:
-¡A carné humana me huele! ¡Si no me la das, te mato!
Pero la vieja le dijo que era una pobre muchacha con su hijo, que venían de parte de su primo el Sol a ver si él sabía dónde estaba el castillo de Oropel. Entonces dijo el Aire que él sí lo sabía y que los llevaría hasta allí.
Así, en un momento, los dejó en la puerta del castillo.
Al llegar, la muchacha se dio cuenta de que había mucho jaleo, y, cuando preguntó, le dijeron que el príncipe se había casado aquel mismo día.
Entonces la muchacha encendió las tres ascuas y les pidió una rueca muy hermosa. Al momento se cumplió su deseo y se puso a hilar a la puerta del castillo. Una criada la vio y fue a decirle a la princesa:
-¡Ay, señora, si viera usted qué rueca tan hermosa tiene una peregrina que hay en la puerta!
-Anda, ve y dile que cuánto quiere por ella -dijo la princesa. Así lo hizo la criada, pero la muchacha contestó:
-Decidle a la princesa que le daré mi rueca si me permite dormir esta noche con el príncipe.
-¡Qué barbaridad! ¡Cómo se le habrá ocurrido semejante cosa! -exclamó de muy mal humor la princesa.
-Ande usted -dijo la criada. Por una noche... Le daremos al príncipe unas dormideras y así no se enterará de nada.
Así lo hicieron. La muchacha subió a la habitación y le dijo:
-Mira que aquí está tu mujer y tu hijo también.
Pero como el príncipe estaba dormido, no se enteró.
Al día siguiente la muchacha les pidió a sus tres ascuitas que le trajeran una rueca de plata, y al momento la tuvo. Otra vez la criada la vio desde el castillo, fue a contárselo a la princesa y esta la mandó a ver cuánto quería la peregrina por ella.
-Quiero que me permitáis dormir otra noche con el príncipe. La princesa también se escandalizó, pero la criada volvió a convencerla de que nada pasaría, si le daban dormideras al príncipe. La muchacha subió a la habitación del príncipe y le dijo:
-Mira que aquí está tu mujer y tu hijo también. Pero el príncipe, dormido como estaba, no se enteró tampoco. A la mañana siguiente la muchacha les pidió a las ascuitas que le trajeran una rueca de oro. Y volvió a pasar lo mismo. Pero esta vez el príncipe, que sospechaba algo, hizo como que se tomaba la dormidera, pero en realidad la tiró a un lado.
Aquella noche, cuando entró la muchacha, dijo:
-Mira que aquí está tu mujer y tu hijo también.
Y el príncipe, como estaba despierto, en seguida la recordó, se abrazó a ella y le dijo que ya estaba desencantado del todo.
Al otro día aparecieron los tres juntos y el príncipe mandó llamar a todo el mundo. Entonces les dijo:
-Una vez tenía yo una preciosa cajita con una llave de oro, que se me perdió. Entonces mandé hacer otra tan bonita como la primera. Después de mucho tiempo encontré la primera, y ahora yo os pregunto: ¿Con cuál de las dos debo quedarme?
-¡Con la primera! -respondieron todos.
-Pues tienen ustedes razón. Por eso yo me quedo con esta hermosa peregrina, que es mi verdadera esposa, y dejo a la segunda. Y también me quedo con este, que es mi hijo.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

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