Un
hombre vivía en un poblado con su mujer y sus tres hijos. Eran tan
miserables que muchos días no tenían para comer sino cocos. El
hombre estaba desesperado y se adentró llorando en el bosque.
«¿Qué
es lo que te pasa?». El hombre volvió la cabeza y vio que el que le
preguntába era un mono. Sorprendido, le contó su desgracia. El
mono se compadeció de él: «Voy a ayudarte. Junto a ti está un
plátano mágico. Si lo coges del árbol y lo pones en el suelo, te
dará todo lo que le pidas. Luego, vuelve a colocarlo en su sitio».
Y desapareció entre los árboles.
El
hombre se dirigió hacia el lugar que el mono había señalado. Cogió
el plátano, lo puso en el suelo y le indicó: «Quiero comen». Al
instante, aparecieron toda suerte de sabrosos manjares. El hombre los
comió satisfecho y volvió a colocar el plátano en su lugar. Al
llegar a su casa, su mujer le había preparado unos cocos. Pero él
dijo que no tenía hambre y se fue a acostar.
Esto
lo hizo muchas veces. Y, como nunca aceptaba la comida que su mujer
le daba, un día su hijo pequeño le siguió hasta el bosque y
descubrió la causa de tanta desgana. Cuando el hombre regresaba a
casa, el chico cogió el plátano, lo metió en un saco y se lo llevó
a su casa, donde lo escondió debajo de la cama.
Cuando,
a la mañana siguiente, su padre emprendió de nuevo el camino del
bosque, el muchacho llamó a su madre y a sus hermanos y les contó
lo sucedido. Pusieron el plátano en el suelo, le pidieron comida,
saciaron su hambre y escondieron de nuevo el plátano debajo de la
cama.
Mientras
tanto, el hombre había llegado a su árbol secreto. Y, al ver que su
plátano mágico había desaparecido, se echó a llorar de nuevo. Al
oír sus gemidos, acudió de nuevo el mono y le explicó: «Esto te
pasa porque no has querido compartir tu suerte ni siquiera con tu
familia. Sígueme, y en otra parte del bosque te mostraré otro
plátano mágico».
El
hombre siguió al mono. Pero, al poner el otro plátano en el suelo,
en lugar de aparecer comida aparecieron cuatro hombres robustos
que le pegaron una soberana paliza.
Llegó
a su casa moribundo: «No voy a vivir mucho tiempo, pero alguien me
ha pegado y no sé la causa». Su mujer le espetó: «No has tenido
la generosidad de compartir tu suerte con nosotros. ¿Por qué te
extrañas ahora, si la suerte te ha vuelto la espalda?». El hombre
murió y su familia, que guardó celosamente el plátano mágico, no
pasó hambre nunca más.
Fuente:
Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1
anonimo (guinea ecuatorial) - 055
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