El
perro y la tortugai
vivían en el mismo poblado y eran vecinos. Cada vez que el perro
salía de casa, quedaba embelesado por el buen olor que salía de la
cocina de la tortuga. Así que un día le preguntó de dónde sacaba
tan buena comida, para poder acompañarla y traer a su casa algo tan
excelente.
La
tortuga se opuso: «Esta comida voy a robarla a un lugar que
pertenece a un demonio. No debes acompañarme, porque ese demonio
tiene muchos vigilantes; y, si te cae un fruto en la cabeza,
empezarás a aullar y llamarás la atención». El perro insistía y
se comprometió a no levantar la voz por nada del mundo. Al fin, la
tortuga accedió a que la acompañara.
Al
llegar al terreno del demonio, vieron que los vigilantes estaban
dormidos. Aprovecharon la ocasión y empezaron a comer carne seca. Un
fruto cayó sobre la tortuga, pero ésta, protegida por su caparazón,
no dijo nada, Empezaron también a recoger frutos, y uno de ellos
cayó encima del perro. Éste lanzó un aullido tan grande que todos
los vigilantes se despertaron asustados, persiguieron a los dos
animales y los encerraron dentro de una casa.
La
tortuga sugirió a los vigilantes: «¿Por qué nos tenéis en la
habitación grande de la casa, donde podemos ensuciarlo todo?
Sería mejor que nos encerrárais en el cuartucho que utilizáis como
retrete. Y, además, allí os sería más fácil vigilarnos».
Los vigilantes vieron que lo que decía la tortuga era razonable, y
allí los encerraron.
Cuando
llegó el demonio y se enteró de que los vigilantes habían atrapado
a dos ladrones, quiso comérselos inmediatamente. Pero la tortuga,
que iba a ser la primera en morir, le hizo observar: «¿No ves que
aquí he quedado llena de mierda? Ordena a uno de tus vigilantes que
me lleve hasta el río, donde yo misma podré lavarme». El demonio
vio que la tortuga había hablado razonablemente. Uno de los
vigilantes acercó a la tortuga al río, y ésta empezó a
lavarse. Luego le dijo:
«Échame
en un lugar más profundo, para que pueda lavarme mejon». El
vigilante, que tenía que devolver a la tortuga perfecta-mente
limpia, así lo hizo. Y la tortuga se echó a reír: «¿Tan tonto
eres que no sabes que soy un animal de río? Pues jamás volverás a
verme». Y se fugó.
El
demonio echaba chispas por la boca. Y arremetió contra el perro:
«Tú tendrás que pagar por los dos. Te voy a matar ahora mismo».
El perro suplicaba clemencia, y aseguraba no saber que lo que estaban
recogiendo perteneciera a otro. Pero el demonio no quiso perdonarle:
«¿Es que alguna vez viste que la tortuga pusiera trampas en el
bosque o cultivara una finca? ¿Cómo puedes decir que no sabías que
vivía de lo que robaba a los demás? Mis vigilantes van a llevarte
al bosque para matarte».
El
perro vio la muerte ante sus ojos. Pero, cuando los vigilantes ya le
habían conducido al lugar fatídico, se dirigió a uno de ellos y le
rogó: «Por lo menos, deja que vaya un momento a hacer mis
necesidades». El vigilante se lo permitió. Y el perro, al verse
libre, se adentró corriendo en la espesura del bosque y no
volvió a aparecer jamás.
Cuando
el demonio supo que el perro también había conseguido huir, ordenó
que mataran al vigilante que le había permitido escaparse. Y allí
mismo se lo comieron.
Fuente:
Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1
anonimo (guinea ecuatorial) - 055
i
Muchos
de los cuentos ndowe son parecidos a los de otras culturas. A título
de ejemplo, señalemos que éste parece una versión paralela de uno
annobonés. Decir que un cuento procede «de tal lugar» carece de
sentido.
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