Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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martes, 6 de enero de 2015

El pajaro dorado

Había una vez un rey que tenía un pájaro dorado en una jaula de oro. El pájaro no tenía nada que hacer. Todos los días, un sirviente del rey le traía agua y comida y le limpiaba las finas plumas amarillas mientras el pájaro entonaba su hermosa canción para el monarca.
-¡Qué afortunado soy de tener un pájaro tan bello que canta con una voz tan hermosa! -decía el rey.
Pero con el paso del tiempo empezó a preocuparse por el pájaro. «No es justo», pensó, «tener encerrada en una jaula a tan hermosa criatura. Le voy a dar la libertad.» Llamó a un sirviente y le ordenó que llevara el pájaro a la selva y lo liberase. El sirviente obedeció. Llevó la jaula a un pequeño claro en lo más profundo de la selva, la depositó en el suelo, abrió la puerta e hizo salir al pájaro.
-Espero que sepas cuidar de ti mismo -dijo el sirviente al alejarse.
El pájaro dorado miró a su alrededor. «¡Qué raro!», pensó. «Espero que alguien venga pronto a darme de comer». Y se sentó a esperar.
Al cabo de un rato, oyó un chasquido entre los árboles y vio a un mono que se columpiaba de rama en rama con sus largos brazos.
-¡Hola! -saludó el mono, colgándose de la cola, mientras sonreía al pájaro amistosamente. ¿Quién eres tú?
-Soy el pájaro dorado -contestó éste con altanería.
-Ya veo que eres nuevo aquí -dijo el mono. Si quieres te enseño los mejores lugares para comer en las copas de los árboles.
-No, gracias -replicó el desagradecido del pájaro dorado. ¿Qué podría enseñarme un mono como tú?
-Y añadió: Qué feo eres. Seguro que tienes envidia de mi hermoso pico.
-Como quieras -le dijo el mono. Tomó impulso y desapareció entre los árboles.
Al poco rato, el pájaro dorado oyó un siseo y una serpiente apareció reptando por el suelo.
-¡Hola! -saludó la serpiente. ¿Quién eres tú?
-Soy el pájaro dorado -replicó éste lleno de soberbia.
-Si quieres te enseño los senderos de la selva -dijo la serpiente.
-No, gracias -contestó el grosero del pájaro. ¿Qué puede enseñarme una serpiente? Tu voz es sibilante y horrorosa y seguro que tienes envidia de mi hermoso canto -dijo, sin darse cuenta de que todavía no había cantado nada.
-Como quieras -siseó la serpiente. Y desapareció entre la maleza.
En ese momento, el pájaro empezó a preguntarse cuándo llegarían los exquisitos bocados que se había acostumbrado a comer cada día.
En ese preciso instante le llamó la atención un movimiento que se produjo en el árbol que tenía detrás. Al fijarse, descubrió un camaleón camuflado con el tronco.
-Buenos días -lo saludó el camaleón. Como llevo aquí todo el rato, ya sé quien eres: el pájaro dorado. Es importante saber esconderse en caso de peligro. Si quieres, yo te enseño.
-No, gracias -contestó el pájaro dorado. ¿Qué podría enseñarme un adefesio como tú? Seguro que te gustaría tener unas plumas tan bonitas como las mías -dijo, ahuecando su hermoso plumaje dorado.
-Como quieras, pero luego no digas que no te lo advertí –murmuró el camaleón. Y se alejó a toda prisa.
El pájaro dorado acababa de volver a sentarse cuando una gran sombra gris pasó volando sobre la selva. Cuando levantó la vista, vio una gran águila que planeaba a poca altura. El mono se apresuró a esconderse entre el denso follaje de la copa de los árboles, la serpiente se deslizó entre la espesa maleza y el camaleón se quedó muy quieto hasta que su piel se volvió del mismo color que el árbol en el que estaba, Haciéndose totalmente invisible.
«Ajá», pensó el pájaro dorado. «Lo único que tengo que hacer es levantar el vuelo y esa estúpida águila ya no podrá atraparme». Agitó sus alas una y otra vez sin saber que se le habían debilitado a causa de su lujosa vida en palacio. En ese momento, lamentó que su plumaje fuese dorado y deseó con todas sus fuerzas tener unas discretas plumas marrones que no resaltasen en el claro del bosque.
-¡Socorro! -gritó. ¡Por favor, que alguien me ayude!
Vio al águila bajar planeando hacia él con ojos brillantes como el fuego y unas garras interminables. En aquel preciso instante, el pájaro dorado sintió algo que se deslizaba en torno a sus patas y lo arrastraba a la maleza. Era la serpiente. Luego un brazo largo y peludo lo subió a los árboles y se dio cuenta de que el mono se lo estaba llevando.
-Quédate quieto -susurró el camaleón, empujándolo al centro de una gran flor amarilla. Ahí el águila no podrá verte.
El pájaro comprobó que la flor tenía exactamente su mismo color y por eso el águila pasó de largo.
-¡Me habéis salvado tu vida! -exclamó el pájaro. ¿Cómo puedo agradeceros algo así?
-Con tu hermoso canto -contestaron.
Y, desde ese día, el mono, la serpiente y el camaleón cuidaron del pájaro dorado, quien a cambio cantó para ellos todos los días.


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