Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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martes, 6 de enero de 2015

El leon perdido

Había una vez un cachorro de león que se llamaba Lino. Era muy chiquitín, pero él estaba seguro de ser el león más valiente de África. Cuando su madre enseñó a los cachorros a acosar a sus presas, Lino practicó con ella y se le tiró encima de un salto. Cuando les enseñó a lavarse la cara, le chupó la cara a su hermana de tal manera que ésta acabó pegándole un gruñido. Y cuando mamá leona los llevó a beber a la poza, Lino se tiró al agua con un enorme chapuzón que empapó a todo el mundo. A las otras leonas no les hizo ninguna gracia.
-Será mejor que vigiles a ese hijo tuyo -dijeron a la madre de Lino. Si no, acabará teniendo auténticos problemas.
Un día, mamá leona llevó a los cachorros a su primera gran cacería. 
-Quedaos junto a mí -les dijo, que os podéis lastimar.
La leona se arrastró por la maleza y los cachorros la siguieron en fila. Lino iba el último. La hierba le hada cosquillas y le daban ganas de reír, pero se esforzó por portarse bien e ir siguiendo la cola del cachorro que tenía delante.
Siguieron arrastrándose hasta que Lino empezó a sentirse bastante cansado. «Pero un valiente león nunca se rinde», pensó, de modo que continuó caminando.
Por fin la hierba se abrió formando un claro. Lino se quedó de piedra cuando vio que la cola que había estado siguiendo, en vez de pertenecer a alguno de sus hermanos, pertenecía a un bebé elefante.
En algún punto del sendero había empezado a seguir la cola equivocada y ahora se encontraba totalmente perdido. Quiso ponerse a llorar llamando a su mamá, pero en ese momento se acordó de que era el león más valiente de África. ¿Y qué es lo que hizo? Se puso delante de la madre elefante 9 le dirigió su más fiero gruñido. «Esto la asustará», pensó Lino, «no me va a devolver el gruñido». Desde luego, la elefanta no gruñó, pero levantó la trompa y barritó con tanta fuerza que Lino salió volando por los aires y acabó chocando contra el duro tronco de un árbol.
Lino se incorporó y se dio cuenta de que le temblaban las rodillas.
«¡Cómo barrita ese elefante!»,pensó, «pero está claro que sigo siendo el león más valiente de África». Y se puso a cruzar la llanura. Hacía calor al sol de mediodía y empezó a darle mucho sueño. «Voy a echar una siestecita en aquel árbol», pensó. Así que empezó, a trepar por las ramas.
Pero, para su sorpresa, se encontró con que el árbol ya estaba ocupado por un gran leopardo. «Le voy a enseñar quien es el jefe», pensó Lino, sacando sus garras chiquitinas. El leopardo levantó la cabeza para mirarlo y sacó sus enormes garras afiladas como cuchillos. Ni siquiera lo tocó. Pero el vendaval que organizó el leopardo al agitar su gran pezuña barrió a Lino, que se cayó del árbol y aterrizó en el suelo con un gran batacazo.
Cuando Lino le temblaban las piernas. «¡Vaya garras enormes que tenía ese leopardo!», pensó, «pero está claro que sigo siendo el león más valiente de África».
Y siguió cruzando la llanura. Al cabo de un rato empezó a sentir bastante hambre. «No sé qué puedo encontrar para comer», pensó. Y justo entonces distinguió una sombra echada entre la hierba. «Parece comida sabrosa», se dijo a sí mismo. Se abalanzó sobre la sombra, pero ésta resultó ser un guepardo que saltó rápido como una centella. El torbellino que provocó hizo dar vueltas y más vueltas a Lino.
Cuando dejó de girar, se levantó y notó que le temblaba todo el cuerpo. «¡Vaya un corredor rápido que es ese guepardo!», pensó, «pero está claro que sigo siendo el león más valiente de África».
Siguió cruzando la llanura, pero estaba empezando a oscurecer y deseó con todas sus fuerzas estar en casa con su madre y sus hermanos. «¿Se habrán dado cuenta de que no estoy?», pensó con tristeza mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas. Tenía frío, estaba cansado y sentía hambre, así que se acurrucó entre la maleza para dormir.
Al cabo de un rato, lo despertó el ruido más fuerte que había oído en su vida. Era incluso más fuerte que el barritar del elefante. Llenaba el aire de la noche y hacía temblar las hojas de los árboles. El ruido fue aumentando a medida que el animal que lo producía se iba acercando. Lino asomó la cabeza de su escondite y vio una enorme criatura dorada con grandes ojos amarillos que brillaban en la oscuridad. Tenía una corona de largo pelo dorado alrededor de la cabeza y abría mucho sus rojas fauces, enseñando unos colmillos blancos muy grandes. ¡Cómo rugía! Lino estaba aterrorizado y a punto de darse la vuelta para echar a correr cuando, de pronto, el animal dejó de rugir y le habló:
-Ven aquí, Lino -le dijo cariñosamente. Soy yo, tu padre, que he venido a buscarte para llevarte a casa. Sube a mi espalda.
Lino se subió a la espalda de su padre, que lo llevó hasta casa. Cuando llegaron, el padre dijo a su madre y a sus hermanos que Lino había sido un león muy valiente.


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