Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 31 de enero de 2015

El hombre que era hijo de un animal .086

Una mujer, que vivía en un bosque virgen, dio a luz a un hermoso niño. Cada día, lo llevaba consigo a la finca; y regresaban a su casa, donde le preparaba la comida y cuidaba de él. Un día, sin embargo, decidió ir sola a la finca. Sucedió que, mientras se encontraba fuera, se aproximó un animal y vio al niño. Pero en lugar de atacarle lo llevó consigo y cuidó de él como si de una madre se tratara: lo llevaba consigo a la finca y, de vuelta a casa, le preparaba la comida y lo mecía entre sus brazos. De manera que, cuando el niño fue creciendo, creía que el animal era realmente su madre.
De un poblado cercano, unos años más tarde, salieron de viaje cuatro amigos: un delincuente, un motorista que llevaba el cayuco, un carpintero y un cazador con su escopeta. Se detuvieron en una playa a descansar, y vieron al muchacho que se despedía del animal, porque éste iba a adentrarse en el bosque para cazar y procurarse comida. Los cuatro hombres se extrañaron mucho de lo sucedido y pidieron expli­caciones al muchacho: «No hay de qué extrañarse: se trata de mi ma­dre, que dentro de un ratito volverá a traerme la comida».
Los hombres pidieron al muchacho que se juntara a ellos, porque no consideraban bien que un chico viviera solo con un animal, en lugar de vivir con los demás hombres. Pero el chico quería al animal como a su propia madre, y se negó. Entonces ellos idearon un plan:
El delincuente se acercó a conversar con el chico; y aprovechó un momento de distracción de éste para golpearle y dejarle incons-ciente. Entonces le metieron en el cayuco y el motorista arrancó a toda veloci­dad. En aquel mismo momento el animal, cargado con la comida, llegaba a la playa y se dio cuenta de lo sucedido. Al instante arrancó a correr siguiendo la playa; al llegar a la altura del cayuco, se metió en el agua y empezó a nadar rápidamente para recuperar al chico. Los hom­bres no se dieron cuenta de nada hasta que el animal embistió al cayu­co y lo partió por la mitad. En ese momento el carpintero sacó su martillo y en un momento el cayuco quedó reparado. El motorista arrancó de nuevo a toda velocidad, mientras el animal seguía porfian­do por alcanzarles. Entonces tronó la escopeta del cazador: el animal, herido de muerte, siguió nadando tras el cayuco. Un nuevo disparo le alcanzó también, y seguía nadando. El tercer disparo terminó con su vida.
Al llegar al poblado, el delincuente quería quedarse con el chico: «He sido yo el que le ha, cogido, y debe quedarse, conmigo». Pero el motorista también tenían sus razones. «Si no lo hubiera traído en el cayuco, el animal se hubiera podido apoderarse de él». Y las razones del cazador y del carpintero, que también habían intervenido en el asunto, eran esgrimidas también con toda rotundidad.
Los cuatro hombres siguieron peleando por el muchacho. Y jamás se pusieron de acuerdoi.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 055


i La solución más habitual consistiría en introducir en el desenlace un nuevo perso­naje que se hiciera con el chico.

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