Una
mujer, que vivía en un bosque virgen, dio a luz a un hermoso niño.
Cada día, lo llevaba consigo a la finca; y regresaban
a su casa, donde le preparaba la comida y cuidaba de él. Un día,
sin embargo, decidió ir sola a la finca. Sucedió que, mientras se
encontraba fuera, se aproximó un animal y vio al niño. Pero en
lugar de atacarle lo llevó consigo y cuidó de él como si de una
madre se tratara: lo llevaba consigo a la finca y, de vuelta a casa,
le preparaba la comida y lo mecía entre sus brazos. De manera que,
cuando el niño fue creciendo, creía que el animal era realmente su
madre.
De
un poblado cercano, unos años más tarde, salieron de viaje cuatro
amigos: un delincuente, un motorista que llevaba el cayuco, un
carpintero y un cazador con su escopeta. Se detuvieron en una playa a
descansar, y vieron al muchacho que se despedía del animal, porque
éste iba a adentrarse en el bosque para cazar y procurarse comida.
Los cuatro hombres se extrañaron mucho de lo sucedido y pidieron
explicaciones al muchacho: «No hay de qué extrañarse: se
trata de mi madre, que dentro de un ratito volverá a traerme la
comida».
Los
hombres pidieron al muchacho que se juntara a ellos, porque no
consideraban bien que un chico viviera solo con un animal, en lugar
de vivir con los demás hombres. Pero el chico quería al animal como
a su propia madre, y se negó. Entonces ellos idearon un plan:
El
delincuente se acercó a conversar con el chico; y aprovechó un
momento de distracción de éste para golpearle y dejarle
incons-ciente. Entonces le metieron en el cayuco y el motorista
arrancó a toda velocidad. En aquel mismo momento el animal,
cargado con la comida, llegaba a la playa y se dio cuenta de lo
sucedido. Al instante arrancó a correr siguiendo la playa; al llegar
a la altura del cayuco, se metió en el agua y empezó a nadar
rápidamente para recuperar al chico. Los hombres no se dieron
cuenta de nada hasta que el animal embistió al cayuco y lo
partió por la mitad. En ese momento el carpintero sacó su martillo
y en un momento el cayuco quedó reparado. El motorista arrancó de
nuevo a toda velocidad, mientras el animal seguía porfiando por
alcanzarles. Entonces tronó la escopeta del cazador: el animal,
herido de muerte, siguió nadando tras el cayuco. Un nuevo disparo le
alcanzó también, y seguía nadando. El tercer disparo terminó con
su vida.
Al
llegar al poblado, el delincuente quería quedarse con el chico: «He
sido yo el que le ha, cogido, y debe quedarse, conmigo». Pero el
motorista también tenían sus razones. «Si no lo hubiera traído en
el cayuco, el animal se hubiera podido apoderarse de él». Y las
razones del cazador y del carpintero, que también habían
intervenido en el asunto, eran esgrimidas también con toda
rotundidad.
Fuente:
Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1
anonimo (guinea ecuatorial) - 055
i
La
solución más habitual consistiría en introducir en el desenlace
un nuevo personaje que se hiciera con el chico.
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