Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 31 de enero de 2015

El hijo que no crecia .106

En un poblado vivían dos amigos que se dedicaban a la caza. El primero de ellos se casó. Y, al cabo de mucho tiempo, todavía no tenía ningún hijo. Consultó el problema con el curandero, y éste le dijo que fuera a otro curandero, que vivía en el interior del bosque, para que se ocupara de su caso.
El curandero del bosque indicó que la mujer debía seguir un trata­miento; y al cabo de un cierto tiempo quedó embarazada. Pero el embarazo fue extremadamente largo: dio a luz al cabo de cinco años. El niño que alumbró era muy pequeño y, además, cambiaba de color todas las noches. El cazador había esperado mucho tiempo para poder tener un hijo. De manera que aceptó al bebé tal como era y los dos, el hombre y la mujer, lo cuidaban de una manera exquisita.
Sin embargo, el bebé no crecía. Habían pasado diez años desde su nacimiento, y seguía siendo un bebé. Solamente cuando había alguna fiesta en alguno de los poblados vecinos se levantaba y, en forma de un joven apuesto, asistía a los bailes. Luego regresaba al poblado rápida­mente y recobraba su forma infantil y así lo encontraban sus padres. Este comportamiento extrañaba mucho a nuestro cazador, que al cabo adivinó que en realidad su hijo era un fantasma.
Cuando se convenció de este hecho, llamó de nuevo a la puerta del curandero del bosque para que le aconsejara. Éste le dijo: «Que tu mujer recoja una buena cantidad de maíz y que lo prepare en la coci­na. Por la noche, debéis tirar el maíz desde la puerta trasera de vuestra casa hasta las cercanías del pozo adonde vais a recoger el agua. De esta manera podrás saber si realmente tu hijo es lo que piensas».
El cazador y su mujer cumplieron las instrucciones del curandero. Aquella noche, el bebé tomó la forma de una boa; y fue siguiendo el camino que los granos de maíz trazaban. Al llegar cerca del pozo, habían instalado una trampa. Y la boa quedó atrapada en ella. A la mañana siguiente, una mujer del poblado se acercó a coger agua. Al ver a la boa atrapada en la trampa, regresó al poblado para avisar a los hombres. Éstos se acercaron al pozo armados con machetes y con grandes palos, pero la boa ya se había escapado. El cazador se encon­traba junto con esos hombres; y, al regresar a casa, observó que su bebé tenía una gran marca en el cuello, producto de su apresamiento. Y se convenció de que debía acabar con él.
Llamó al otro amigo cazador: «Durante mucho tiempo no hemos salido a cazar, porque tenía el problema de que mi hijo no crecía. Regresemos juntos al bosque para cazar todo lo que podamos». Ambos salieron del poblado tirando granos de maíz que marcaban su camino. Encontraron una casucha y se aprestaron a dormir en ella toda la noche. Mientras tanto, el bebé se había convertido nueva-mente en serpiente y seguía el camino marcado por los granos de maíz.
Al llegar a la casucha, observó que su padre estaba durmiendo con las piernas separadas. Empezó a engullir una de ellas, lentamente, has­ta la cintura. Entonces el padre cambió de posición y se dio cuenta de que tenía un gran peso en la pierna. Al tocarla, vio que se trataba de una boa. Llamó a su amigo, y éste fue a cortar dos ramas que termina­ban en forma de gancho: con ellas pudo abrir la boca de la serpiente. Y, cuando el padre recobró la pierna que la boa había tragado, la ma­taron.
Al regresar a su casa, el cazador encontró a su mujer llorando por­que el niño había muerto durante la noche: «Yo no soy la culpable de esta muerte; he estado en la casa todo el rato, y no he observado que se pusiera enfermo». Y el padre, que sabía la verdad de lo acontecido, no culpó a la mujer; la cual, a partir de aquel momento, tuvo muchos más hijos que fueron normales y vivieron radiantes de felicidad.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat


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