En
un poblado vivían dos amigos que se dedicaban a la caza. El primero
de ellos se casó. Y, al cabo de mucho tiempo, todavía no tenía
ningún hijo. Consultó el problema con el curandero, y éste le dijo
que fuera a otro curandero, que vivía en el interior del bosque,
para que se ocupara de su caso.
El
curandero del bosque indicó que la mujer debía seguir un
tratamiento; y al cabo de un cierto tiempo quedó embarazada.
Pero el embarazo fue extremadamente largo: dio a luz al cabo de cinco
años. El niño que alumbró era muy pequeño y, además, cambiaba de
color todas las noches. El cazador había esperado mucho tiempo para
poder tener un hijo. De manera que aceptó al bebé tal como era y
los dos, el hombre y la mujer, lo cuidaban de una manera exquisita.
Sin
embargo, el bebé no crecía. Habían pasado diez años desde su
nacimiento, y seguía siendo un bebé. Solamente cuando había alguna
fiesta en alguno de los poblados vecinos se levantaba y, en forma de
un joven apuesto, asistía a los bailes. Luego regresaba al poblado
rápidamente y recobraba su forma infantil y así lo encontraban
sus padres. Este comportamiento extrañaba mucho a nuestro cazador,
que al cabo adivinó que en realidad su hijo era un fantasma.
Cuando
se convenció de este hecho, llamó de nuevo a la puerta del
curandero del bosque para que le aconsejara. Éste le dijo: «Que tu
mujer recoja una buena cantidad de maíz y que lo prepare en la
cocina. Por la noche, debéis tirar el maíz desde la puerta
trasera de vuestra casa hasta las cercanías del pozo adonde vais a
recoger el agua. De esta manera podrás saber si realmente tu hijo es
lo que piensas».
El
cazador y su mujer cumplieron las instrucciones del curandero.
Aquella noche, el bebé tomó la forma de una boa; y fue siguiendo el
camino que los granos de maíz trazaban. Al llegar cerca del pozo,
habían instalado una trampa. Y la boa quedó atrapada en ella. A la
mañana siguiente, una mujer del poblado se acercó a coger agua. Al
ver a la boa atrapada en la trampa, regresó al poblado para avisar a
los hombres. Éstos se acercaron al pozo armados con machetes y con
grandes palos, pero la boa ya se había escapado. El cazador se
encontraba junto con esos hombres; y, al regresar a casa,
observó que su bebé tenía una gran marca en el cuello, producto de
su apresamiento. Y se convenció de que debía acabar con él.
Llamó
al otro amigo cazador: «Durante mucho tiempo no hemos salido a
cazar, porque tenía el problema de que mi hijo no crecía.
Regresemos juntos al bosque para cazar todo lo que podamos». Ambos
salieron del poblado tirando granos de maíz que marcaban su camino.
Encontraron una casucha y se aprestaron a dormir en ella toda la
noche. Mientras tanto, el bebé se había convertido nueva-mente en
serpiente y seguía el camino marcado por los granos de maíz.
Al
llegar a la casucha, observó que su padre estaba durmiendo con las
piernas separadas. Empezó a engullir una de ellas, lentamente,
hasta la cintura. Entonces el padre cambió de posición y se
dio cuenta de que tenía un gran peso en la pierna. Al tocarla, vio
que se trataba de una boa. Llamó a su amigo, y éste fue a cortar
dos ramas que terminaban en forma de gancho: con ellas pudo
abrir la boca de la serpiente. Y, cuando el padre recobró la pierna
que la boa había tragado, la mataron.
Al
regresar a su casa, el cazador encontró a su mujer llorando porque
el niño había muerto durante la noche: «Yo no soy la culpable de
esta muerte; he estado en la casa todo el rato, y no he observado que
se pusiera enfermo». Y el padre, que sabía la verdad de lo
acontecido, no culpó a la mujer; la cual, a partir de aquel momento,
tuvo muchos más hijos que fueron normales y vivieron radiantes de
felicidad.
Fuente:
Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1
anonimo (guinea ecuatorial) - 055
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