Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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martes, 6 de enero de 2015

El feroz tigre

Tigre no era un tigre de verdad, sino un feroz gatito callejero. La gente lo llamaba Tigre porque bufaba y arqueaba la espalda cuando se le acercaba alguien.
-Deberías ser más amable con las personas -le decía su amigo Pecas. Cuando las domesticas, no son tan malas.
Pero Tigre no confiaba en las personas. Si se le acercaban, sacaba las uñas e incluso les arañaba, así que pronto le dejaron en paz. Tigre sabía cuidar de sí mismo. No necesitaba a nadie. Por la noche vagaba por las calles en busca de cubos de basura en los que escarbar y robaba la comida de los animales domésticos. Durante el día dormía donde podía: debajo de un arbusto o en el techo de un garaje.
Una fría noche de invierno, mientras vagaba por las calles, empezó a nevar. Pero Tigre descubrió una ventana abierta. «Seguro que ahí dentro se está seco y hace calor», pensó. Saltó por la ventana y se encontró en una oscura entrada. «Aquí estaré bien», pensó Tigre. Se enroscó en una bola y se durmió enseguida. Se encontraba tan cómodo que durmió todo la noche de un tirón. Cuando por fin se despertó, no había nadie a su alrededor, pero junto a él había un cuenco con comida y un plato de agua.
-Seguro que a nadie le importa -ronroneó Tigre.
Y se zampó toda la comida. Luego bebió agua y se volvió a marchar por la ventana.
Aquél fue el día más frío de la vida de Tigre, así que cuando llegó la noche y vio que la ventana seguía abierta, no dudó en meterse dentro. Esta vez la puerta de la entrada estaba entreabierta. Tigre la abrió del todo y se encontró en una cálida cocina. Allí durmió estupendamente toda la noche. Cuando se despertó por la mañana, encontró un cuenco de delicioso pescado y un plato de agua al lado.
-Seguro que a nadie le importa -ronroneó Tigre.
Devoró el pescado y lamió el agua que le habían dejado. Esa noche siguió nevando y el gato regresó una vez más. Esta vez, al ir a dormir junto al fuego, encontró allí una cómoda cesta.
-Seguro que a nadie le importa -ronroneó Tigre.
Se metió dentro y se durmió. Nunca había dormido tan bien. Por la mañana, vio que había alguien en la cocina. Tigre abrió el ojo izquierdo, justo una rendija, y vio a un niño que le estaba poniendo un cuenco junto a la cesta. Abrió los dos ojos y se quedo mirando al niño, que a su vez miraba a Tigre. El gato se incorporó y se preparó para bufar y arañar.
-Buen chico -susurró el niño cariñosamente. Tigre miró el cuenco. Estaba lleno de leche.
-Seguro que a nadie le importa -ronroneó.
Y se la bebió toda. Desde entonces, Tigre acudió a la casa todas las noches. El niño siempre le daba de comer y de beber y, a cambio, el gato se dejaba acariciar.
Una mañana, mientras Tigre jugaba en el jardín con el niño, pasó su amigo Pecas y le dijo:
-¡Pensaba que no te gustaban las personas!
-He descubierto que, cuando las domesticas, son buena gente -respondió Tigre con una sonrisa. ¡Había dejado de ser un feroz gato callejero!
Sonia Pérez estaba tendiendo la colada. Hacía un día precioso y tenía pensado visitar a su amiga Rosa. «Voy a tender la colada ahora que brilla el sol», se dijo, « y me pondré en camino».
Al cabo de un rato, se detuvo y miró en la cesta. «¡Qué raro!», pensó, «estoy segura de que ya había tendido la camisa verde y, sin embargo, está otra vez en la cesta». Y siguió tendiendo la ropa. Pero al poco tiempo sacudió la cabeza con incredulidad. Aunque ya llevaba rato tendiendo, la cesta seguía casi llena y en el tendedero no había casi nada. Estaba empezando a enfadarse porque se le hacía tarde para ir a casa de Rosa.
Por mucho que lo intentó, no consiguió tender la ropa. Al final, dejó la colada húmeda en la cesta y fue corriendo a casa de su amiga.
-Siento llegar tarde, Rosa -dijo Sonia, casi sin aliento de tanto correr. Y le contó lo que le había pasado.


0.999.1 anonimo cuento - 061

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