Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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martes, 6 de enero de 2015

El conejo saltarin

Mamá Conejo tenía cuatro hijitos preciosos.
Tres de ellos eran chiquitines, como suaves bolas de pelusilla. Eran muy mimosos y tranquilos y muy, muy dulces. Nunca hacían ruido y se portaban siempre como les decía su mamá. El cuarto era Pipo.
Pipo no se parecía en nada a ninguno de sus hermanos. Era grande y bullicioso y tenía las putas de conejo más grandes del mundo. Además, le encantaba saltar. De la mañana a la noche, Pipo saltaba por todas partes: iPAM!, ¡PAM!, iPAM! Pipo nunca hacía lo que le decía Mamá Conejo, pero ella lo quería igual.
Una mañana temprano, Mamá Conejo se despertó con un gran ruido que hacía temblar y retumbar toda la madriguera. Todo el mundo se despertó enseguida. Pero, ¿qué era ese ruido?
Era Pipo, claro, saltando y brincando con sus enormes patas por toda la madriguera.
-Estoy segura de que no hace tanto ruido a propósito -dijo Mamá Conejo con un gran bostezo.
Pipo salió de un salto y Mamá Conejo fue detrás de él, moviendo el hocico para comprobar si había peligro. ¿Dónde se había metido?
De pronto se oyó un escandaloso ¡PAM!, ¡PAM!, ¡PAM!
-Tengo hambre -dijo Pipo mientras pasaba saltando. ¡Mamá, quiero desayunar ya!
Mientras los demás conejitos iban saliendo de la madriguera a la luz del sol, Pipo dio tres vueltas saltando alrededor del prado.
-iPipo, deja de dar vueltas y quédate con los otros, que salir por ahí es peligroso! -dijo Mamá Conejo.
Y ahora, niños -susurró, vamos a desayunar al campo de zanahorias. Quedaos cerca de mí no os marchéis por el sendero.
Por supuesto, Pipo no la escuchó y desapareció de un gran salto por un agujero que había en la cerca.
-¿Adónde habrá ido ahora? -dijo su madre.
Al poco, Pipo reapareció con una lechuga.
-Pipo, ¿de dónde has sacado esta lechuga? -preguntó a su madre.
-De aquel campo -contestó Pipo.
-Te podían haber descubierto -dijo Mamá.
-No te preocupes, soy rapidísimo -contestó Pipo.
-Deprisa, niños. Tenemos que llegar al campo de zanahorias antes de que el granjero empiece a trabajar -dijo Mamá Conejo.
Pero, por supuesto, Pipo en vez de escuchar se estaba comiendo una hoja de diente de león.
-¡Qué rica! -murmuraba para sí mismo.
-¡Pipo! -lo llamó su madre, enfadada. Deja de tragar y sígueme.
Se escabulló por debajo de la verja, entró en el campo y cogió un montón de zanahorias.
-Comed todas las que podáis, pero vigilad por si viene el granjero -advirtió a sus hijos.
Las zanahorias eran estupendas, gordas, jugosas y crujientes. En breves instantes, todos los hermanos de Pipo estaban masticando alegremente. Pipo saltaba alrededor, royendo y masticando a la vez. ¡Boing! ¡Boing! ¡Boing!
Mamó Conejo y sus conejitos cruzaron el campo, royendo una zanahoria por aquí, mordisqueando una hoja por allá, y no se dieron cuenta de que Peluso, el pequeño de la familia, no los seguía.
De pronto, Mamá Conejo oyó el ruido del tractor.
-¡Rápido! ¡Que viene el granjero! -grito.
Todos se escabulleron bajo la cerca. Todos, ¡menos Peluso! Mamá Conejo vio que el tractor iba directo hacia él. Sus ruedas gigantescas aplastaban todo lo que se encontraba en el sendero. El pequeñín estaba acurrucado junto a la cerca, demasiado asustado como pura moverse. ¿Qué podía hacer Mamá Conejo? De repente, el conejito Pipo pasó saltando. Con un brinco enorme llegó hasta Peluso y con otro más sacó a su hermano del sendero justo en el momento en que lo iba a atropellar el tractor.
-Ya os dije que soy rapidísimo -dijo Pipo riéndose.
-¡Pipo! -dijo su madre mientras saltaba hacia ellos. Eres tan...
-¡Ya sé, ya sé! -contestó Pipo. ¡Soy tan saltarín!
-Así es -dijo su madre. ¡Qué feliz me siento de tener un conejito tan salturin como tú!


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