Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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martes, 6 de enero de 2015

El árbol mágico

Tomás se frotó los ojos, parpadeó varias veces y se volvió a asomar por la ventana de su dormitorio. Ahí seguía todavía, un hermoso roble que, desde luego, ayer no estaba allí. No tenía la menor duda de que, si hubiera estado, él lo sabría. Para empezar, se habría subido a él, porque lo que más le gustaba a Tomás era trepar a los árboles.
¡No, seguro que el árbol ayer no estaba! Tomás se quedó sentado mirándolo entre incrédulo y maravillado. Estaba allí, ante la ventana de su habitación, inmenso, con las ramas extendidas como si lo invitase a trepar. Tomás se preguntaba asombrado cómo era posible que hubiera brotado de repente, pero decidió que, en vez de seguir admirándose, lo que haría primero sería salir y subirse a él. Pensó que, a fin de cuentas, siempre hay tiempo de sobra para asombrarse de algo, pero nunca hay tiempo suficiente para hacer las cosas.
En cuanto se vistió, salió corriendo para ver de cerca el árbol nuevo.
Tenía el mismo aspecto que cualquier otro roble grande, con gruesas ramas tentadoras, gran cantidad de hojas verdes -y redon-deadas y la corteza rugosa.
Tomás no se pudo resistir más y empezó a trepar. En un instante, se encontró bajo un toldo de hojas verdes. Ya no podía ver el suelo y, además, pasaba algo bastante raro. Las ramas de abajo parecían tan grandes que hubiera podido ponerse de pie y caminar por ellas en cualquier dirección, y las ramas que se hallaban a su alrededor parecían árboles. De pronto, se dio cuenta de que estaba trepando a un árbol muy alto, pero al mismo tiempo estaba rodeado de un auténtico bosque.
Tomás pensó que lo mejor sería volver a bajar. Pero, ¿dónde estaba la parte de abajo? Todo lo que veía eran árboles que se agitaban junto a senderos ondulantes que conducían a lo más profundo del bosque. No sabía cómo lo había hecho, pero se había perdido en un bosque ¡y aún no había desayunado! Encima, parecía que empezaba a oscurecer. De repente, oyó una voz:
-¡Rápido, sube por aquí!
Tomás se asustó mucho, pero aún se asustó más cuando vio que la voz pertenecía a una ardilla.
-¡Puedes hablar! -balbució Tomás.
-Por supuesto que puedo hablar -respondió la ardilla. Y ahora escúchame bien: corres un grave peligro y no podemos perder el tiempo si queremos salvarte de las garras del malvado Mago de los Bosques.
La ardilla le contó que el bosque estaba encantado desde hacía mucho tiempo. A veces, el Mago de los Bosques atraía a los incautos a sus dominios haciendo aparecer un árbol. Al trepar por éste, entrabas en el bosque y era casi imposible escapar.
-Pero, ¿por qué quiere el Mago de los Bosques atrapar a la gente? -preguntó Tomás, subiendo de antemano que la respuesta no le iba a qustar.
-La quiere convertir en fertilizante para que crezcan los árboles -respondió la ardilla.
Tomás no sabía muy bien qué era un fertilizante, pero le sonaba peligroso. Se alegró cuando la ardilla dijo de repente:
-Sólo hay un modo de sacarte de aquí, pero debemos darnos prisa. Pronto se hará de noche y el Mago de los Bosques despertará. En cuanto se despierte, olerá tu sangre y querrá capturarte. 
-Y saltando al árbol siguiente, la ardilla gritó: ¡Sígueme!
Tomás trepó a toda prisa detrás de la ardilla.
-¿Adónde vamos? -jadeó mientras trepaban cada vez más alto.
-A lo más alto del árbol más elevado del bosque -respondió la ardilla, mientras subían de árbol a árbol. Es el único modo de escapar.
Finalmente, dejaron de trepar. Por debajo de ellos no se veía más que árboles, y al mirar hacia arriba podía verse el cielo despejado, que empezaba a oscurecer. Se dio cuenta de algo muy extraño: las hojas de ese árbol eran enormes.
-Rápido -dijo la ardilla. Siéntate en esta hoja y agárrate fuerte.
Tomás se sentó en una de las descomunales hojas. La ardilla silbó y, al instante, aparecieron cien ardillas más. Se agarraron a la rama de donde colgaba la hoja y, con gran esfuerzo, tiraron y tiraron hasta que la rama se dobló hacia abajo. De repente, la soltaron. Con un fuerte crujido, la rama, y con ella la hoja en la que Tomás se sentaba, saltaron hacia delante. Esto hizo que Tomás y la hoja salieran despedidos por el aire. Saltaron por encima de los árboles hasta que, lentamente, empezaron a bajar flotando hacia el suelo. Fueron bajando y bajando hasta que aterrizaron de golpe.
Tomás abrió los ojos y se encontró en el suelo de su cuarto. Corrió a la ventana y se asomó. El árbol d, mágico ya no se veía; tan de repente como había aparecido había vuelto a desaparecer. Quizá nunca había existido. A lo mejor sólo había sido un sueño. ¿A ti qué te parece?


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