Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 26 de enero de 2015

Cuando los animales del bosque despreciaron a la tortuga .064

Los animales del bosque se habían acostumbrado a bañarse en un lugar del río que no era demasiado profundo. Cada día lo hacían, porque, además, se encontraba bastante cerca del lugar donde vivían. Y un día organizaron una gran fiesta.
La tortuga trabajó mucho, ayudó a prepararla. Pero, cuando llegó el día anunciado, la echaron fuera. Ella protestó: «¿Cómo podéis ha­cerme esto? He trabajado duramente, mucho más que vosotros. ¿Y ahora queréis echarme de la fiesta?». El elefante replicó: «No alborotes tanto; piensa que podría aplastarte una sola de mis pisadas, y jamás volveríamos a saber de ti. Mira, date cuenta de que ni siquiera alcanzas a sentarte en la silla. ¿Sabes lo que vamos a hacer? Métete debajo de la mesa y aprovecha lo que caiga de ella».
La tortuga salió en;busea de su amigo el camaleón, y le dijo: «Me han dicho que eres el curandero del poblado. Saca tus potingues, a ver si eres capaz de hacer algo interesante: seca el pozo de donde obtene­mos el agua». El camaleón le ofreció un caracol para que se ocupara de este trabajo.
Cuando la tortuga metió al caracol dentro del pozo, advirtió que se estaba tragando toda el agua. Al cabo de un rato, el pozo estaba seco completamente; sólo quedaba algo de agua en el fondo. Entonces, la tortuga volvió a la fiesta de los otros animales, y oyó que comentaban: «Ahora que ya tenemos la comida en la mesa, deberíamos ir a buscar agua. No podemos empezar sin el agua...».
El antílope se ofreció: «Iré yo, si queréis: porque tengo unas patas tan finas que puedo correr como el viento». Cogió un cubo y echó a correr a toda velocidad.
Llegó al pozo, ató una cuerda al cubo y lo echó abajo. Cuando ya empezaba a subir el agua, el caracol empezó a hablar en un lenguaje que nadie entendía: «Tyineke, enyongo, enyongo, enyongo...». El antí­lope abandonó el cubo y escapó raudo hacia el lugar de la fiesta. El león se enojó mucho: «¿No ves que tenemos hambre? ¿Dónde está esa agua que tenías que traernos?». El antílope no sabía qué decir: «Seño­res, en el pozo ha sucedido algo muy raro... Vayan a comprobarlo». Se enfadaron todos los animales: «Venga ya, ¡déjate de historias! Seguro que, tras llenar el cubo, te has dado cuenta de que pesaba mucho; y, para preservar tus patitas, te has inventado esta patraña! Siempre nos lías con tus mentiras...».
Y encargaron a la marmota el mismo trabajo. Recogió el agua que quedaba, y justo cuando cogía el cubo con la mano, sonó otra vez la voz del caracol: «Tyineke, enyongo, enyongo, enyongo...». La marmo­ta, atemorizada, se escabulló a toda prisa y regresó a la fiesta con el miedo metido en el cuerpo: «Señores, allí hay algo que habla en un extraño lenguaje, una lengua que nunca habíamos oído».
Pero la marmota no podía explicarlo todo: con tanta prisa no había advertido que el caracol, cuando terminaba de hablar, arrojaba toda el agua y el pozo volvía a llenarse. Luego se la bebía de nuevo, y el pozo quedaba otra vez vacío.
«Si queréis ya me acercaré yo, que tengo manos y piernas como una persona». El mono se ofrecía para repetir la operación. Y, efectiva­mente, la repitió: se dirigió al pozo, metió el cubo, estiró la cuerda, y... «Tyineke, enyongo, enyongo, enyongo...». Y vuelta a la fiesta, a toda marcha.
Las idas y venidas se sucedían, con toda clase de animales: grandes y pequeños, a todos les sucedía lo mismo y volvían a la fiesta con las manos vacías. El gorila ya estaba harto: «Ya está bien de tanta tontería. Iré yo. No hay voz que pueda asustarme». Fue, y regresó igual que los demás. Y lo mismo le pasó al elefante, que fue el último.
Entonces habló la tortuga: «Iré yo, a pesar de que no me hayáis aceptado en vuestra fiesta. Iré, a cambio de comida». Los animales se reían de ella, puesto que no la consideraban capacitada para algo en lo que todos ellos habían fracasado. La tortuga fue al pozo, se metió al caracol en el bolsillo, y regresó con el cubo lleno de agua sobre su caparazón. Todos la aclamaron, pero el león objetó: «Has sido muy valiente. Pero aquí no te queremos. ¡Véte fuera!».
La tortuga se marchó de la fiesta. Empezó a excavar la tierra, hasta que salió por debajo de la mesa donde los demás animales estaban comiendo, sin darse cuenta de lo que sucedía. Dejó al caracol en el suelo, y éste gritó de nuevo: «Tyineke, enyongo, enyongo, enyongo...». Y arrojó toda el agua que llevaba en el estómago. Los animales huye­ron precipitadamente: perseguidos por la tromba de agua, se metían en los peores sitios, se caían, tropezaban unos con otros...
La tortuga empezó a comer tranquilamente. Los animales empeza­ron a acercarse de nuevo, sorteando los charcos, todavía sin mucha convicción. Cuando la tortuga terminó de comer, el caracol desapare­ció.
Entonces, los animales recuperaron su confianza: «¡Vaya por Dios, qué atrevida eres! ¡O sea qué te has zampado nuestra comida! ¡Pues no habrá más remedio que comerte a ti también!». La tortuga ni se inmu­tó: «Quizá me comeréis. Pero tened en cuenta que yo siempre os he hablado en un lenguaje que todos comprendíamos. Lo que decía aquel caracol, ni siquiera sabría repetirlo». Los animales estaban sorprendi­dos: ¿Cómo puedes saber que se trataba sólo de un caracol?». Ella respondió: «Debo suponer que lo era, puesto que una vez los había oído y también me asusté como vosotros».
Las palabras conciliadoras de la tortuga no surtieron efecto: «De todas maneras habrá que comerte, puesto que no nos queda otra cosa». Los animales cogieron a la tortuga para comérsela. Ella, sin embargo, se dirigió al león: «Jamás creí que fueras tan ignorante. Si queréis que tenga un gusto más delicioso, no tenéis que comerme aquí mismo: cuando estoy en un poblado, estoy tan dura como un hueso; lo que debéis hacer es llevarme junto al río, porque allí incluso la concha se me vuelve blanda y sabe mejon».
La creyeron, y la transportaron junto al río. Al llegar a la parte más profunda, la tortuga se acercó al agua y miró su reflejo: «¿Os dais cuenta de que en realidad estoy metida en el río? Ésta es la auténtica tortuga, la más blanda, la más sabrosa. Éste es el mejor plato que podéis comer: la tortuga de caparazón tierno».
El león estaba satisfecho: se miraba las garras, se lamía los labios, pensaba que masticaría a la tortuga con todo detenimiento. La tortuga les metía prisa: «¿Qué estáis esperando? Venid uno a uno en busca de la cena, tomadme...» .
Los animales se disponían a saltar, cuando rugió la voz del león: «Un momento, que nadie salte todavía. ¡Seré yo el que empiece el festín!». Se lanzó de cabeza al agua. Los cocodrilos se abalanzaron sobre él y lo devoraron. Y el río quedó teñido de sangre. La tortuga estaba entusiasmada: «¿Os habéis fijado, amigos? El león me ha arran­cado un pata, y todo se ha llenado de sangre. Apresuraos, porque no creo que os llame a la mesa. Si perdéis el tiempo, él solo va a comerme entera». Los animales se tiraron al río, y todos fueron devorados.
El camaleón también quería saltar, pero la tortuga le advirtió: «No seas imbécil, y regresemos al poblado». Desde entonces vivieron felices y fueron buenos amigos.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat


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