Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 5 de enero de 2015

Blas, el osito presumido

Mirad qué piel tan suave tengo -decía a los demás juguetes el oso Blas, que era muy presumido. ¡Mirad cómo brilla!
A Blas le encantaba hablar de sí mismo.
-Soy el juguete más listo del cuarto de juegos. Lo sabe todo el mundo -solía decir.
Lo que no sabía es que todos los demás juguetes se reían de él a sus espaldas.
-Ese oso se cree que es muy listo -gruñó el perro Scoty. Pero no es lo bastante listo como para notar cuándo uno está harto de él.
-Algún día recibirá una lección -dijo la mona Mili.
Y exactamente eso fue lo que pasó. Un caluroso día de verano, estaban todos los juguetes sin hacer nada en el sofocante cuarto de juegos.
-¡Ojalá pudiéramos salir todos a dar un paseo! -dijo la muñeca de trapo.
-Podríamos hacer una merienda en el bosque -dijo el oso viejo.
-Aún mejor, podríamos ir a dar una vuelta en el coche de juguete -propuso el conejo.
-Pero es que ninguno de nosotros es lo bastante grande o listo como para conducir el coche -dijo la muñeca de trapo, entristecida.
-¡Yo sí! -dijo una voz que procedía del rincón. Era Blas, que había estado escuchando la conversación. Yo sé conducir el coche de juguete y conozco el mejor sitio para merendar en el bosque -añadió.
-Nunca te hemos visto conducir el coche -dijo el conejo con desconfianza.
-Porque lo conduzco por la noche, cuando estáis durmiendo. La verdad es que soy muy buen conductor -respondió Blas.
-¡Pues entonces, vamos allá! -exclamó tu muñeca de trapo.
Y en cuestión de segundos habían empaquetado la merienda y estaban sentados en el coche.
-No me apetece conducir ahora. Hace mucho calor -murmuró Blas.
Pero como a los otros no les interesaban sus excusas, Blas se sentó en el asiento del conductor y puso el motor en marcha. En realidad, Blas no había conducido un coche en su vida y estaba bastante asustado, pero, como no quería que tos demás se dieran cuenta, hizo ver que sabía lo que estaba haciendo. Una vez fuera, tomaron el sendero del jardín. «¡Meeec, meeec!» Blas tocó la bocina y el coche giró hacia la carretera rural. Al poco rato, iban circulando por ésta y cantando alegremente.
Todo fue bien hasta que la muñeca de trapo dijo:
-Oye, Blas, ¿no deberíamos haber girado ahí para ir al bosque?
-Yo ya sé por dónde voy. Déjame a mí -contestó Blas, enfadado. Y aceleró.
-Frena un poco, Blas, que me estoy arrugando -dijo el oso viejo, que estaba empezando a inquietarse.
-Gracias, pero no necesito consejos -replicó Blas. Y aceleró aún más.
A todos los demás les empezó a entrar miedo, pero Blas se lo estaba pasando en grande:
-¿A que soy un conductor estupendo? ¡Mirad, sin manos! –exclamó.
Y quitó las manos del volante justo cuando estaban llegando a una curva muy cerrada. El cochecito se salió de la carretera y chocó contra un árbol. Todos los juguetes salieron despedidos y acabaron en la cuneta.
Todos se sentían un poco aturdidos, pero por suerte nadie estaba herido. No obstante, estaban todos enfadados con el presumido de Blas.
-Eres un oso estúpido -le dijo el conejo, furioso. ¡Nos podríamos haber hecho mucho daño!
-Ahora tendremos que volver andando a casa -dijo la muñeca de trapo, frotándose la cabeza. ¿Dónde estamos?
Todos se quedaron mirando a Blas.
-A mi no me preguntéis –dijo.
-¡Pero tú nos dijiste que conocías el camino! -se indignó el oso viejo.
-Estaba fingiendo -contestó Blas con voz temblorosa. La verdad es que no sé conducir y tampoco sé dónde estamos ahora.
-Y acto seguido se puso a llorar.
Los demás juguetes estaban furiosos con Blas.
-¡Eres un oso revoltoso y presumido! -lo reprendieron. ¡Ya ves en qué problemas nos has metido con tu fanfarronería!
Los juguetes estuvieron caminando, perdidos por el bosque, durante toda la noche, abrazándose unos a otros para vencer el miedo que les producían las sombras que aparecían alrededor de ellos. Era la primera vez que pasaban la noche fuero de casa. Cuando ya estaba a punto de amanecer, encontraron la casita donde vivían y, de puntillas, volvieron a entrar en el cuarto de juegos. ¡Qué alivio estar en casa de nuevo!
Por suerte, su dueña no se había dado cuenta de su desaparición y no se enteró nunca de la aventura que habían vivido los juguetes mientras ella dormía. Eso sí, a menudo se preguntaba qué había sido de su coche de juguete.


0.999.1 anonimo cuento - 061

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