Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 30 de octubre de 2014

Los tres cerdos hambrientos .021

Tres cerdos trabajaban en el palacio del rey. Como éste no les pagaba pasaban tanta hambre que decidieron ir a ganarse la vida a otro lugar. Antes de marcharse, el rey, en recompensa de tantos años de trabajo, les dio un saco de arroz y una gallina.
Decidieron matar a la gallina para prepararla con el arroz; y estaban tan extraordinariamente hambrientos que quisieron buscar un lugar donde ni siquiera una mosca pudiera llevarse un grano de arroz. De manera que se adentraron en el bosque hasta encontrar un rincón donde no se observaba la presencia de ninguna criatura.
Entonces el mayor le pidió al pequeño que fuera a buscar un poco de leña. El cerdito aceptó el encargo mas, temiendo que no fuera más que una estratagema para dejarle sin comer, al andar mantenía la vista hacia atrás; tropezó y se rompió la cabeza contra una piedra.
El cerdo mayor quería comerse a la gallina él solo. Por lo que antes de cortar el cuello del pobre animal cortó el del hermano mediano; y entonces empezó a cocinar, ansioso de dar buena cuenta del ave. Cuando la comida ya estaba en su punto pasó por allí un ratón y en sus patas quedó un granito de arroz.
El cerdo mayor no quería renunciar ni siquiera a eso y persiguió al ratón hasta su agujero. Allí empezó a cavar, hasta que el pozo que hacía resultó ser más profundo que él mismo. Entonces se derrumbó y el hermano mayor quedó allí sepultado y también murió.
Así pues aquella comida tan preciosa quedó en el bosque sin que nadie se la comiera.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

Los primeros hombres .001

Dios creó la isla de Annobón y decidió que vivieran en ella un hombre y una mujer, sin que el uno supiera nada de la existencia del otro. Un día el hombre bajó a la playa y quedó muy extrañado al ver unas huellas semejantes a las suyas. Se dirigió a un montículo donde había una cueva, y desde allí intentó divisar al extraño ser que producía aquellas pisadas. Pero la mujer acudía a la playa muy tarde y el hombre no advertía su presencia.
Una mañana, el hombre construyó un monolito en la playa. La mujer lo descubrió más tarde y quedó maravillada. Vio las huellas que el hombre había dejado, las siguió, y de esta manera el hombre y la mujer se encontraron y empezaron a vivir juntos.
En la isla vivía también un monstruo terrible, que no les dejaba vivir. De manera que el hombre y la mujer decidieron construir una casa con una torre muy alta. Cuando les parecía que el monstruo dormía, echaban una cuerda y salían de la casa para buscar su sustento.
El monstruo olió que en aquella torre había carne fresca; y, cogido de la cuerda, empezó a trepar. Cuando ya se encontraba muy arriba, su enorme peso hizo que la cuerda se rompiera; y, dando un golpe terrible en el suelo, murió.
El hombre y la mujer, desde entonces, pudieron vivir juntos con toda tranquilidad.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

Los gigantes malvados .063

Aquel pueblo había sido tranquilo y alegre. Pero desde hacía algún tiempo había cambiado mucho: nadie se atrevía a salir de su casa, ni siquiera para ir a la finca, porque los gigantes atacaban y se comían a todo el que encontraban.
Una mujer muy tozuda quiso ir a visitar a su hijo, que vivía en Pale. Su marido le rogó que no saliera para nada; pero ella metió comida en una bolsa y emprendió el camino.
Al llegar a Jada, lugar donde todos los caminantes encuentran re­poso, se sentó para descansar un rato. Entonces llegaron los gigantes y ella, aterrorizada, les entregó la comida que traía en la bolsa.
Pero no era aquélla la comida que los gigantes deseaban. Y así uno empezó a comerle una mano, el otro un pie, el otro la cara... y la mujer, que no había sabido comportarse con prudencia, murió entre horribles dolores, devorada por aquellos monstruos.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

Los gigantes hambrientos .057

El rey de un pueblo ordenó que todas las familias acumularan los víveres que pudieran y no salieran de casa: hacía tiempo que unos gigantes, hambrientos, bajaban al pueblo y comían al que encontraban para saciar su hambre.
Una de las familias era muy pobre y terminó bien pronto sus alimentos. Entonces el padre, pese a las protestas de su mujer, salió a pescar. Pasaron horas y horas y el hombre no regresaba. De manera que el hijo decidió ir en su ayuda. Nuevamente las protestas de la mujer fueron vanas, porque el muchacho se dirigió a la playa sin hacerle caso. Una vez allí se metió en un cayuco y se puso a dormir, esperando la llegada de su progenitor.
Poco después los gigantes bajaron a la playa; y al darse cuenta de que en uno de los cayucos se encontraba un chico tan tierno, cogieron el cayuco y se lo pusieron sobre sus cabezas. De regreso a su cueva iban cantando:

Xacundu xacundu
ope bang bang1.

Y estaban muy contentos. Los cantos y los gritos despertaron al joven, que enseguida se dio cuenta de su situación. Sin perder la calma esperó a que pasaran por debajo de un árbol y, entonces, se cogió de las ramas quedándose allí. Cuando los gigantes advirtieron que el muchacho había volado, dieron la vuelta hasta encontrarle subido a un árbol.
El chico no quería bajar de ninguna manera. Pero les pidió que abrieran bien la boca y les fue echando frutas desde lo alto. Cuando el hambre de los gigantes estuvo saciada se pusieron a dormir; entonces el joven bajó del árbol y, con un cuchillo bien afilado, les cortó el cuello y les sacó el corazón y los pulmones; lo metió todo dentro de un saco y regresó al pueblo.
Fue en busca del rey y le mostró lo que traía dentro del saco. El rey llamó a la gente y todos se dirigieron al lugar del bosque donde se hallaban los restos de los gigantes que durante tanto tiempo les habían atemorizado.
Cuando, por fin, el padre del muchacho regresó de la pesca, vio con sorpresa que el rey compartía el reino con su hijo; y se sintió enormemente feliz, porque pensó que nunca más volverían a pasar hambre.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

1 Juego de palabras sin traducción posible.

Los frutos y la cadena .066

Una pobre viuda iba cada día a pescar cangrejos para poder alimentar a su hija. Cuando ésta fue un poco mayor la llevaba consigo al río; y la pequeña observaba que siempre aparecía un palo que las seguía a todas partes. Su mamá no la creía; pero, cuando se convenció de que la niña decía la verdad, pensó que si el palo las seguía debía tratarse de algún hechizo; así que decidió cogerlo y plantarlo frente a su casa.
El palo crecía y daba hojas; pero los pájaros se las comían inmediatamente. Así que la buena mujer fue a casa de una vecina rica y le suplicó que le dejara un cubo viejo para poder plantarlo y meterlo dentro de la casa. El palo siguió creciendo y dando hojas; y, como ahora los pájaros ya no podían comérselas, al cabo empezó a dar frutos; unos frutos que nadie había visto nunca y que nadie sabía para qué podían servir. Mucho tiempo después llegaron a aquel pueblo unos forasteros. Al ver aquellos frutos se dirigieron a la mujer y le dijeron: «Hace muchos años que andamos buscando esta clase de frutos. Si usted nos los quiere vender, le daremos todo el dinero que nos pida y cada año volveremos a comprárselos». La buena mujer recibió dinero para vivir bien todo un año; y un año después los forasteros volvieron y le compraron nuevamente aquellos frutos.
Entonces la vecina rica, que quería que nadie más que ella misma tuviera mucho dinero, le dijo: «Gracias a que te dejé el cubo cuando no tenías dinero para comprarlo, te has hecho tan rica como yo. Ahora debes devolverme ese cubo, porque soy su dueña legítima». La mujer se negó porque la planta estaba tan enraizada que para quitarla del cubo había que cortarla. La vecina rica se quejó a las autoridades y éstas, después de examinar el caso, ordenaron que la planta fuera cortada y el cubo devuelto a su dueña primitiva.
Cuando, al año siguiente, los forasteros volvieron al pueblo, se compadecieron de la mujer y le dieron una bella cadena de oro para su hija: pero nadie más que la niña debía llevarla. Cuando, días más tarde, iba a celebrarse una fiesta, la vecina le pidió que le dejara aquella bellísima cadena para su propia hija; y la mujer, después de que la otra insistiera tanto, se la prestó.
Mas, al terminar la fiesta, aquella joya no podía salir del cuello de la hija de la vecina. Así es que la mujer fue a reclamar a las autoridades: «Si ella hizo cortar mi planta para recuperar lo que era suyo, ahora será justo que yo pida lo mismo». Las autoridades atendieron su deseo y ordenaron que se cortara el cuello de la niña. De esta manera la cadena volvió a su dueña legítima.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

Los espiritus de la noche .103

Había en un pueblo un hombre y una mujer que no creían en los espíritus. Prepararon una finca y se dieron cuenta de que alguien duplicaba por la noche1 todo lo que ellos hacían durante el día. Pensaban obtener una buena cosecha; pero en el momento de recoger los frutos y las legumbres también todo se duplicaba y sacaban mucho más de lo que podían vender; de manera que estuvieron a punto de arruinarse.
Convinieron en vigilar la finca: la mujer lo haría de día y el marido por la noche. Una amiga les dejó una lanza para tal menester, con una condición: «Como mi marido quiere tanto a la lanza, tenéis que devolvérmela antes de las seis de la mañana». Prometieron que así lo harían y fueron a empezar la vigilancia.
Durante el día no sucedió nada anormal. Por la noche el hombre se metió en un agujero de ñame; y de pronto aparecieron multitud de espíritus que empezaron a arrancar todo lo que había. El que parecía ser el jefe se acercó donde el hombre se había escondido; y, cuando se encontraba a punto de cogerle, el hombre salió del agujero y le clavó la lanza. Todos los fantasmas fueron en su busca y se lo llevaron con la lanza clavada en el corazón.
Cuando la amiga del matrimonio supo que no podían devolverle la herramienta cogió a la mujer y dijo: «Si tu marido no me devuelve la lanza antes de cinco horas te mataré». El pobre hombre empezó a deambular por el bosque sin saber qué hacer. Vio una casita donde vivía una vieja; le ayudó en lo que pudo y la anciana, agradecida, le dijo: «Para encontrar lo que buscas debes seguir por este camino haciendo sólo el bien. En la primera casa que encuentres se halla la lanza que quieres encontrar. Si los espíritus te persiguen coge un palo, dále tres vueltas y estarás otra vez conmigo».
El hombre emprendió el camino. Al cabo de un rato encontró a dos puerco espines que peleaban por una semilla; la partió y dio una mitad a cada uno. Más tarde llegó a un pueblo y, efectivamente, en la primera casa encontró el cuerpo del jefe de los espíritus con la lanza clavada. Se la arrancó y al instante se congregó a su alrededor una multitud de fantasmas que le dijeron: «Tú debes ser nuestro nuevo jefe. Toma la lanza y ven con nosotros a cazan>.
Se dirigieron al bosque. Vieron pasar a un antílope y él lo mató con su lanza y dijo: «Así es como maté a vuestro jefe». Entonces los fantasmas se arremolinaron en torno a él para capturarle; y el hombre cogió un palo, le dio tres vueltas y se encontró de nuevo con la vieja. Ésta, antes de despedirle, le dio una botella con un ungüento capaz de curar todos los males.
Volvió al pueblo y, además de rescatar a su esposa, empezó a curar a todos los que se encontraban mal. Hasta que un día el que enfermó fue el marido de su amiga. Ésta imploró ayuda y él le prestó la botella del ungüento mágico. El enfermo se recuperó inmediata-mente pero, al ir a devolver la botella, ésta se le cayó al suelo y se rompió en mil pedazos.
Nuestro protagonista estaba exasperado: «¿Recuerdas que cuando no podíamos devolverte la lanza querías matar a mi esposa? Pues voy a hacer lo mismo: si antes del anochecer no has recuperado mi ungüento mataré a la tuya».
El marido de la amiga deambuló por el bosque hasta que encontró a la misma vieja que le dio las mismas instrucciones. Así es que emprendió el camino hacia el pueblo de los espíritus. Al acercarse a él encontró a dos puerco espines que se peleaban por una semilla; los mató con su lanza y se los llevó consigo para cenar.
Cuando llegó al pueblo de los fantasmas y entró en la primera casa, entre todos le cercaron y le dijeron: «El último hombre que llegó hasta aquí había matado a nuestro jefe y logró escapar. Tú vas a pagar por él».
Y aquel hombre no regresó jamás a su casa.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

1 Este cuento nos fue narrado como un cuento tradicional annobonés por miembros de la comunidad isleña de Malabo. Sin embargo la procedencia ndowe parece indudable.

Las tres pruebas de la tortuga .027

Se trataba de un pueblo tan tranquilo que el rey tuvo que inventarse un juego para salir de tanto aburrimiento: «Daré todo lo que me pida a aquel que sea capaz de comerse una marmita de picante sin soplar; que pueda defecar sin que se le aprecie ningún esfuerzo; y que pueda mantenerse bajo el agua durante una hora entera». Las pruebas eran tan difíciles que nadie quiso probar suerte y el aburrimiento continuaba.
Hasta que la tortuga se decidió y se presentó ante el rey para intentar superar la primera prueba. Los guardianes trajeron una marmita llena de picante y la tortuga, después de cada cucharada, preguntaba: «Habéis dicho que no puedo decir buff, buff.., ¿no es verdad?». Y el rey asentía, sin darse cuenta de la estratagema.
Convinieron que la segunda prueba se realizaría a la orilla del mar. De manera que la tortuga se colocó sobre una roca y, cuando se disponía a defecar, gritó: «Hapa navi dili dja»1. El rey miraba hacia el mar, donde su barco no se veía por ningún lado; y la tortuga aprovechaba la ocasión para defecar sin que se le notara esfuerzo alguno.
Entonces la tortuga debía lanzarse al mar para intentar superar la tercera de las pruebas. Miró fijamente al rey y le dijo: «No he visto nunca a un soberano tan tonto como vos, majestad. Presumís de ser el más listo, pero os habéis dejado engañar como un niño».
Sin esperar respuesta, la tortuga se zambulló en el agua. Y todavía no se la ha visto por allí; de manera que debemos suponer que pasó la tercera prueba con éxito notable.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

1 Mira tu barco, majestad.

Las tres amigas y el gigante .050

Tres amigas eran tan presumidas que no querían bañarse con las demás y lo hacían solas, río arriba. Dejaban sus toallas en una roca y se zambullían en el agua.
Un día un gigante cogió la toalla de la más pequeña y se escondió, esperando a que salieran del agua. La pequeña sollozaba por la pérdida de su toalla cuando el gigante salió de su escondrijo diciendo: «Aquí la tengo. Si quieres recuperarla tendrás que seguirme». Las otras dos amigas salieron despavoridas: mientras que el gigante, mirando a la pequeña y retrocediendo, la hizo llegar a su guarida, un lugar alejado y tenebroso.
Allí la trató bien, aunque no la dejaba salir para nada: «Por estos alrededores viven, otros gigantes; y ellos sí te comerían si observasen tu presencia». Al cabo de un tiempo tuvieron un hijo; pero, aun así, la chica estaba decidida a intentar escapar de aquella prisión.
Su oportunidad se presentó en cierta ocasión en que el gigante había ido a merodear a un lugar desconocido. Temerosa de que efectivamente aquel lugar estuviera habitado por más gigantes, llegó hasta la costa. Al cabo de un rato pasó un cayuco y la muchacha le hizo señales. La embarcación se acercó y, después de que la chica contara su situación, la recogió y empezó a adentrarse en el mar.
En aquel momento el gigante regresaba. Y, al darse cuenta de la situación, cogió a su hijo en brazos y empezó a gritar desde la orilla: «¿Es que vas a abandonar a tu hijo?». El cayuquero advirtió a la muchacha: «No vuelvas la vista atrás, porque tu corazón de madre te traicionaría».
La chica no hizo caso de las razones del gigante. Y así pudo regresar a su pueblo, donde los suyos la recibieron como una bendición.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

Las dos rivales .086

Había una vez un pueblo de la costa dividido por un río, donde vivía un hombre que tenía dos mujeres. El hombre pasaba dos noches con cada una de ellas; pese a lo cual una de las mujeres había tenido muchos hijos y la otra ninguno. Por esa razón se peleaban muy a menudo.
Un día, la que no tenía hijos se dirigió a su marido y le rogó que acudieran a una curandera para que solucionara su problema. El hombre estuvo de acuerdo, y la curandera les dijo: «Esta mujer tiene que ir al río que separa el pueblo a pescar cangrejos: si consigue uno, tendrá un hijo; si pesca dos, tendrá dos hijos; si captura tres tendrá tres hijos... y así sucesivamente. Pero si reveláis este secreto a alguien, los niños morirán en cuanto se acerquen al río».
Aquella misma noche la mujer acudió al río, donde consiguió pescar dos cangrejos. Y, efectivamente, tuvo dos hijos hermosísimos.
Pasó mucho tiempo, y la otra mujer no entendía qué podía haber hecho su rival para tener dos hijos tan bellos. Preguntó y preguntó, pero sus averiguaciones no tuvieron éxito. Hasta que decidió interrogar a su marido. Éste no le daba respuestas convincentes, por lo que seguía insistiendo. Por fin, el marido reveló su secreto.
A partir de aquel momento, la mujer sólo cavilaba la manera de matar a los dos pequeños. Y así, un día aciago los encontró solos en el pueblo y les comentó: «Vosotros no sois niños, sois cangrejos: vuestra madre os sacó del río y una curandera os transformó en personas».
Los niños, sollozando, se acercaron al río y se echaron al agua. Y en aquel mismo momento se convirtieron de nuevo en cangrejos.
Cuando la madre advirtió la desaparición de sus dos pequeños, fue preguntando por todo el pueblo si alguien los había visto. Una vecina, que lo había presenciado todo, le contó lo sucedido. Y la mujer, desconsolada, se encerró en su casa hasta que murió de pena.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

La tortuga y la ballena .024

Todas las especies marinas vivían en el mismo lugar del océano, y todas gozaban de una vecindad tranquila. Hasta que cierto día la tortuga tuvo la mala idea de enfrentarse a la ballena: «Oye, ballena, ¿cómo es que cuando sientes hambre te comes a las especies menores?».
La ballena estaba de mal humor y se enfadó con la tortuga: «Tengo un estómago y una boca tan grandes que puedo tragar todo lo que me apetezca. Mañana mismo, por ejemplo, te desayunaré a ti y a toda tu familia».
La tortuga, aterrorizada por tan malos augurios, cogió a su familia y bajó a vivir entre las rocas para siempre. Y así fue como consiguió salvarse.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

La tortuga y el rey .026

Un rey que vivía en Mabana con su familia ordenó que ningún hombre se acercara a su pueblo; solamente podían estar allí las mujeres.
La esposa de la tortuga vivía también en Mabana. Y la tortuga sufría mucho por no poder ver a su mujer ni a los hijos que tenían. De manera que pensó que podría ponerse un disfraz. Y, al cabo de unos días, apareció recubierto con una funda de hojas de plátano para no ser reconocido.
Aquella funda pesaba mucho, y su mujer y algunas amigas tuvieron que ayudarle a llegar hasta el pueblo. Una vez en casa, aguardaron a que anocheciera; y entonces la tortuga salió de su funda y pasó la noche con su mujer.
El rey, que tenía espías en todas partes, se enteró de lo ocurrido y mandó prender al malhechor. Y así fue como la tortuga fue condenada a trabajar en el palacio del rey durante muchos años.
Más adelante, el rey prohibió defecar en ningún lugar que estuviera a la vista. La tortuga, que trabajaba en el palacio, aprovechó un paseo del monarca para hacerlo encima de su trono. Cuando el rey se apercibió de lo sucedido montó en cólera. Y las defecaciones sobre el trono real se sucedían cada vez que salía del palacio, sin que nadie pudiera darse cuenta de quién era el responsable de tal desaguisado.
Por fin el rey, decidido a terminar con aquel problema, ordenó que llevaran a todos los sirvientes al río para matarlos. La tortuga, astuta como siempre, sugirió que las cosas se hicieran con orden; y que dispusieran a todos los reos en hilera, junto al río, de menor a mayor estatura.
Los guardianes creyeron que la tortuga tenía razón. Y, como ella era la más bajita, quedó junto a la orilla. Cuando los guardianes empezaron la matanza, ella se deslizó hasta el agua y esquivó el real castigo.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

La tortuga y el gigante .060

En un pueblo había un rey que era muy querido por todos porque era muy bueno. También vivían allí la tortuga y su esposa, que, como los demás habitantes del lugar, gozaban de la protección del rey.
Un día llegó al pueblo un gigante terrible, que atemorizaba a todo el mundo y se comía a los que intentaban enfrentársele. El rey mandó muchas veces a sus soldados a combatirle; pero jamás lograban vencerle, y el gigante se los iba comiendo. De manera que el rey estaba desolado.
Entonces la tortuga se presentó ante el rey para ofrecerle sus servicios: «Yo solucionaré tu problema y traeré al gigante atado para que puedas matarlo. A cambio deseo que me prometas la mitad del reino». El rey accedió gustoso, puesto que deseaba el bienestar del pueblo; y la tortuga se dirigió al bosque cercano, donde el gigante terrible aguardaba a sus nuevas víctimas.
Se acercó a él sin ninguna clase de miedo y le hizo la siguiente proposición: «Me atarás las patas con esta cuerda que he traído; si logro sacármela ataré tus piernas con un alambre; si no consigues desembarazarte de tus ligaduras, te habré vencido y todo el mundo sabrá que soy más fuerte que tú».
El gigante, complacido por un desafío que no parecía difícil de superar, lo aceptó sin darse cuenta de que la cuerda que había traído la tortuga estaba podrida. Así es que ésta no tuvo ninguna dificultad en deshacerse de las ataduras que el gigante le hizo. En cambio, cuando los alambres de la tortuga sujetaron las piernas del gigante con gran fuerza, éste no pudo librarse de ellos por más que lo intentó.
La tortuga cogió un buen garrote y, pegándole constantemente, le llevó ante el rey para que éste pudiera matarle. El rey le metió en una gran jaula; y concedió la mitad del reino a la tortuga, tal como había prometido.
Sucedió, sin embargo, que un día los hijos del rey empezaron a jugar cerca de la jaula del gigante. Y la pelota, accidentalmente, fue a parar dentro de la jaula. Como los pequeños sabían dónde se guardaba la llave, abrieron la puerta para recuperar su juguete; y el gigante aprovechó la ocasión para escaparse.
Furioso y lleno de rabia, merodeó por todo el pueblo buscando a la tortuga para vengarse de ella. Al llegar a la playa vio que allí estaba, con su esposa. Pero las dos tortugas, al darse cuenta de su presencia, se metieron en el agua y nadaron mar adentro.
Los esfuerzos del gigante resultaron baldíos. Y, al ver que no podría vengarse de su enemiga, subió a lo alto de un barranco y se precipitó al vacío. De esta manera el pueblo recuperó su tranquilidad.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

La tortuga y el dragon .061

En un pueblo vivía la tortuga con su familia. Un dragón merodeaba por aquellos contornos y nuestra amiga decidió enfrentársele: se acercó al lugar donde vivía, comiendo tambarinos; y el dragón, que estaba hambriento, le pidió unos cuantos; al ver que la tortuga iba en son de paz, le propuso que jugaran juntos.
La tortuga aceptó: cogió unas cuerdas de banano que había traído, se ató con ellas y, simulando una gran fuerza, se desató. El dragón también quería demostrar su poderío, por lo que pidió a la tortuga que le atara; ésta así lo hizo, pero esta vez con unos alambres; de manera que el dragón no pudo desatarse y la tortuga le llevó ante el rey, que lo enjauló.
Al cabo de un tiempo, el dragón prometió al rey que jamás volvería a practicar la maldad. El rey ordenó que lo soltaran. Y el dragón, que no podía sacarse de la cabeza la mala jugada que la tortuga le había hecho, fue a buscarla y le anunció que se la iba a comer.
La tortuga le dijo: «Ya sabes que nosotras olemos muy mal cuando nos cocinan. Espera un momento a que me limpie y luego me haces lo que te plazca».
El dragón aceptó y la tortuga se deslizó hasta lo más profundo de un pozo; pero su enemigo la había seguido y vigilaba aquel pozo día y noche. Por fin la tortuga, al ver que su estratagema no daba resultado, salió del pozo y le anunció: «La carne de tortuga está muy dura, y tendré que hervir durante mucho tiempo. Deja que suba a este árbol: te iré echando leña, y tú la recoges. Así tendrás suficiente fuego para una cocción tan larga».
El dragón estuvo de acuerdo. La tortuga empezó a cortar ramas y a echárselas abajo. Hasta que una de las veces se cogió de la rama que caía. El dragón no se dio cuenta de que la tortuga estaba en el suelo y siguió esperando a que cayera la rama siguiente. Mientras tanto la tortuga se escondió entre los helechos e inició una huida temerosa. Empezó a llover y se refugió bajo una roca que estaba situada junto a un acantilado.
El dragón, molesto por la lluvia y por la espera, temió que su presa se hubiera escapado y se aprestó a seguirla. Cuando la encontró bajo la roca, le ordenó que le siguiera hasta su casa. La tortuga, en lugar de obedecerle, indicó: «Date cuenta de que esta roca puede causar daño a alguien. Empújala y luego te seguiré». El dragón empezó a empujarla y la tortuga, echándose desde lo alto, cayó al mar; y, burlándose de la ingenuidad de aquel dragón, nadó hasta que estuvo en lugar seguro y fuera de su alcance.
Su astucia le había salvado la vida.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

La tortuga y el demonio .029

La tortuga y el demonio eran amigos íntimos; este último tenía que vivir en el bosque para no ser reconocido, mientras que su amiga vivía en la ciudad de Pale.
Un día la tortuga se dirigió al bosque con unos amigos, y llegaron al lugar donde el demonio vivía: «Venimos a trabajar: tenemos que preparar tablas para reparar mi casa y solicitamos que nos hospedes». El demonio no podía negarle nada a su amiga, así que no tuvo inconveniente. Al cabo de unos días, cuando hubieron terminado su trabajo y se preparaban para regresar a Pale, el demonio demostró su interés en acompañarles: «Pero no es demasiado prudente porque, con lo feo que soy, la gente se burlará de mí».
La tortuga encontró una solución: podía taparse la cara hasta llegar a su casa, donde su mujer les atendería a la perfección. El diablo estuvo de acuerdo y emprendieron la marcha. Poco antes de llegar a la ciudad se detuvieron en un cruce de caminos. La tortuga dijo: «Espera aquí, amigo, porque voy a avisar a mi mujer para que lo tenga todo listo».
Pero en realidad se dirigió a la plaza y, convocando a todo el pueblo, anunció que iba a traer al mismísimo diablo. Efectivamente: regresó al cruce de caminos y volvió a la ciudad en tan innoble compañía. Al pasar por la plaza, de repente la tortuga destapó la cara del energúmeno y todo el pueblo, con grandes carcajadas, se rió de su fealdad.
Aprovechando el desconcierto general la tortuga se dirigió al río. Hasta allí la siguió el demonio, dolido por la traición de su amiga. Pero ésta, al ver que se acercaba, se echó al agua y desapareció.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

La tortuga y el cura .028

En un pueblo vivían una tortuga y un cura que eran muy amigos: trabajaban juntos, comían juntos, paseaban juntos... Un día, en uno de sus paseos encontraron un ataúd. La tortuga se alejaba y el cura le advirtió: «Si dentro de este ataúd solamente hay un muerto, lo enterraré y nada más. Pero si hay dinero me lo quedaré todo».
La tortuga no le hizo caso y siguió alejándose. Mientras tanto el cura abrió el ataúd y vio que estaba lleno de monedas de oro. Tal como habían acordado se lo iba a quedar todo; pero pensó que, ya que lo compartía todo con la tortuga, también tenía que repartir con ella su riqueza. De manera que la llamó y la tortuga, al ver tanto oro, pretendió quedarse con la mayor parte; el cura, sin embargo, hizo el reparto de manera que él mismo se quedó con algo más, encerró lo suyo en el propio ataúd y lo enterró frente a su casa.
Cuando la tortuga llegó a su casa con las monedas que le habían tocado su mujer se puso la mar de contenta. Pero ella estaba disgustada porque el cura se había quedado con una parte más grande y aquella misma noche le robó el ataúd. El cura, al darse cuenta, esperó a que volviera a anochecer. Entonces se puso una luz bajo la sotana y, tocando una campanilla, empezó a dar vueltas a la casa de la tortuga mientras gritaba con voz lúgubre:

Kube kube
odje san xima
jalmax omama
oya mabape
dadalan1.

La tortuga se atemorizó tanto que inmediatamente lo devolvió todo. Aunque por la noche siguiente, repuesta del susto, volvió a robarlo y el cura repitió su actuación. Los robos y restituciones se fueron sucediendo hasta que el cura fue a visitar a la tortuga y le dijo: «Habíamos establecido que si dentro del ataúd había dinero me lo quedaría todo y aun así lo he repartido contigo. Deberías mostrarte agradecida y, en cambio, sólo pretendes robar mi parte. De ahora en adelante ya no te consideraré mi amiga».
Y dicho esto cogió todas sus cosas y se marchó a un lugar desconocido.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

1 Eso me lo has cogido tú. Devuélvemelo, ladrón.

La tortuga .030

La tortuga vivía en un pueblo con su mujer y una hija que era adivina. Poseía aves de corral y ganado, pero su esposa no dejaba que comiera nada de carne: la reservaba para el día en que venían sus padres a visitarles.
Sin embargo, los suegros de la tortuga no acudían muy a menudo y nuestra amiga tenía tantas ganas de comer que, aprovechando una extraña enfermedad de su hija, imaginó un ardid. Se dirigió a su mujer y le habló así: «Hoy he estado en una cueva en la que he encontrado a un santo. Le he pedido que curara a nuestra hija y me ha respondido que para eso tienes que llevar un lechón bien cocinado al Santo Cristo de la Pasión, que también suele visitar la misma cueva».
La mujer deseaba que su hija se curara. De manera que degolló al lechón más grande que encontró, lo guisó magníficamente y se dirigió a la cueva: «Santo Cristo de la Pasión, aquí te traigo este lechón para que cures a nuestra hija». Y, dejando el manjar en el suelo, volvió a casa.
La tortuga siguió la escena a escondidas. Y no solamente se zampó el lechón entero, sino que al regresar a casa habló de nuevo con su mujer: «He vuelto a ver al santo, que está muy satisfecho por la ofrenda que le has llevado. Dice que tienes que repetirla tres veces para que nuestra hija se cure». Y la mujer, llena de esperanza, al día siguiente mató otro lechón, lo guisó tan bien como sabía y lo llevó a la cueva, donde la tortuga dio buena cuenta de él.
Entonces la hija tuvo el presentimiento de que su padre las engañaba; y dijo a su madre: «Mañana repites la operación; pero cuando guises el lechón ponle una gran cantidad de picante, a ver qué sucede».
La madre conocía las facultades de adivinación de su hija y le hizo caso. Cuando, al día siguiente, la tortuga se comió el tercer lechón se abrasó, vio cómo el cuerpo se le llenaba de ampollas, y proclamó: «Soy el animal más astuto que existe; pero esta vez me han descubierto».

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

La tortuga, la ballena y el elefante .032

El elefante y la ballena vivían en lugares distintos, pero ambos estaban orgullosos de su tamaño y de su fuerza. La tortuga iba a visitarles a menudo, y siempre apostaba con ellos a que sería capaz de arrastrarles a cualquier sitio que le propusieran. La ballena sonreía y respondía que solamente esperaba a que la tortuga fijara fecha, hora y lugar; y también el elefante parecía dispuesto a aceptar la apuesta.
Por fin la tortuga los citó: lo hizo por separado, sin que el uno supiera que el otro también debería acudir. Al llegar el día, la tortuga se dirigió a la ballena y le pasó una cuerda por la cintura mientras le decía: «Ahora me voy hacia aquella roca; cuando adviertas que la cuerda empieza a tensarse, ya puedes tirar de ella con todas tus fuerzas».
A continuación se dirigió a la costa, donde le aguardaba el elefante. Le pasó por la cintura el otro extremo de la cuerda y le dio las mismas instrucciones. Luego fue hasta la roca: desde allí podía divisar a los dos animales; ellos la veían, pero no podían distinguirse entre sí.
La tortuga cogió la cuerda y pegó un buen tirón. Al instante, tanto el elefante como la ballena empezaron a tirar con todas sus fuerzas. Y lo hicieron con tanto ímpetu que la disputa duró muchas horas, sin que ninguno de los dos sospechara que estaban enfrentándose. La tortuga, encima de la roca, bailaba y se reía a carcajadas.
Por fin, la cuerda se rompió. La tortuga se acercó al lugar donde se encontraba la ballena, postrada y jadeante, que le dijo: «Mientras yo sudaba y luchaba con todas mis fuerzas, tú bailabas sobre la roca y te reías. Eres pequeña, pero me has ganado. De ahora en adelante siempre te respetaré». Y también el elefante, postrado y sudoroso, rindió admiración a la presunta fuerza de la pequeña tortuga y le prometió respeto para toda la vida.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

La sonrisa .089

Una familia de la isla de Annobón tenía una hija. La madre contrajo una extraña enfermedad y, al verse abocada a la muerte, rogó a su marido que no se volviera a casar.
El marido intentó seguir el consejo de la difunta esposa. Pero con el paso del tiempo contrajo segundas nupcias porque se encontraba solo y necesitaba a alguien que compartiera su vida. La nueva esposa, sin embargo, aprovechaba las ausencias del marido para maltratar a la hija de éste.
La muchacha llegó a hartarse tanto de la situación que se marchó al bosque. Poco a poco fue perdiendo sus facultades humanas. Y un día, al acudir a beber al río, vio la imagen de una hermosa joven reflejada en el agua. Aquella chica le sonreía y, sin darse cuenta de que se trataba de ella misma, se acercó tanto al agua que cayó dentro del río y pereció ahogada.
Cuentan que su espíritu todavía se pasea por la orilla buscando una sonrisa.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

La tortuga perezosa .031

En Awal vivía la familia tortuga con tres hijos. El padre tortuga era muy holgazán y lo único que hacía era comer. Su mujer le preparaba comidas suculentas y él se las comía sin aportar nada; excepto el ifoh, un manjar que aseguraba que no le gustaba.
Un día la madre tortuga dejó preparada una olla de ifoh y se fue a la finca con sus hijos. Cuando regresaron a casa observaron que alguien se lo había comido todo y había dejado en la olla algo maloliente. Preguntaron al padre qué había sucedido y él respondió que había estado fuera de casa todo el tiempo; y que, como a él no le gustaba esa clase de comida, tampoco le preocupaba saber quién se la hubiera comido.
La misma escena se repitió durante muchos días. Hasta que el hijo pequeño decidió esconderse para investigar lo que ocurría. Vio que, en cuanto los demás se hubieron marchado, el padre tortuga -pese a haber afirmado tantas veces que el ifoh no le gustaba- se lo zampaba sin dejar una migaja. Después defecaba en la misma olla y la cubría con hojas de plátano.
Cuando la madre volvió a casa y advirtió que el desaguisado se había repetido, preguntó otra vez a su marido. Este, mostrándose enojado, respondió: «¿A mí qué me cuentas? Ya sabes que esa clase de comida no me gusta. Me da igual quién se la coma». Pero entonces el hijo menor salió de su escondrijo y lo contó todo.
El padre tortuga recibió tal paliza que tuvo que echarse al mar. Desde aquel día no ha regresado a Awal; y su mujer y sus hijos pueden vivir sin tener que soportar a un holgazán.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

La princesa y el monstruo .048

En un pueblo vivía un hombre casado con dos mujeres. Cada una de ellas tuvo un hijo; y los niños eran tan parecidos que nadie podía saber cuál era el hijo de una y cuál el de otra.
Una de las dos mujeres murió. Y la otra cuidaba a los dos muchachos con ecuanimidad. Aun así, tenía ganas de saber cuál de los dos era su hijo; y decidió acudir a un curandero para solucionar su problema. El curandero le dijo: «Pon un hilo negro al pie de la escalera de tu casa. Cuando vuelvan los chicos, aquel que no te salude será tu hijo».
Así lo hizo. Y desde aquel momento empezó a cuidar magníficamente al hijo propio y a discriminar al ajeno. Éste, cansado de aquel trato vejatorio, decidió irse de casa. Así que llamó a su hermano y le dijo: «Voy a irme, pero dejaré mi cuchillo clavado en este árbol para que te ayude: si alguna vez cambia de posición, significará que te acecha algún peligro». Una vez hecho esto, se fue para no volver.
Al llegar al río encontró a un viejo que le sugirió que se acercara al siguiente pueblo: había allí un monstruo llamado Esganx que había raptado a la hija del rey para comérsela, por lo que su padre había prometido la mano de la princesa a quien la liberara.
El muchacho se dirigió al bosque donde vivía Esganx y lo mató, salvando a la hija del rey. Ya era de noche, y los dos jóvenes se dispusieron a dormir; antes, el chico cortó una oreja y la lengua del monstruo y se las metió en el bolsillo.
Por la noche otro chico se acercó al bosque; raptó a la muchacha y se dirigió al palacio del rey proclamando su heroísmo y reclamando su recompensa. Cuando la boda estaba ya a punto de llevarse a cabo, se presentó nuestro muchacho llevando consigo la lengua y la oreja de Esganx como prueba de su valor.
Entonces expulsaron al impostor, y se celebró la boda con el auténtico libertador de la princesa. Los dos fueron muy felices y tuvieron muchos hijos.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

La princesa y el demonio .084

La hija del rey de Agandji era tan bonita que su padre no permitía que nadie la viera; y cuando se hizo mayor impuso notables condiciones para cualquier pretendiente que no quisiera ser decapitado: «Que sea alegre, guapo y rico». Empezaron a llegar los posibles novios, pero ninguno de ellos poseía aquellas cualidades a gusto del rey, y todos los jóvenes iban siendo decapitados.
Hasta que aquello llegó a oídos del mismo Mpemasajajet, rey de los demonios, que afirmó: «Yo, el príncipe de las tinieblas, conseguiré casarme con esa belleza». Todos sabemos que el diablo suele ir desnudo; de manera que en cada pueblo por donde pasaba pedía algo prestado: unos calzoncillos, unos pantalones, una chaqueta... cuando llegó a Agandji estaba vestido con suma elegancia y el rey y la princesa aprobaron aquel matrimonio con el pretendiente más alegre, más guapo y más rico de toda la isla.
Cuando la boda quedó atrás, el demonio quiso llevarse a su mujer al infierno. La chica aceptó encantada la posibilidad de ir a vivir al lejano pueblo de su marido. Emprendieron el camino: en cada pueblo el diablo iba dejando la ropa que le habían prestado y a cada momento su voz se enronquecía más y más.
La muchacha comprendió que se había casado con el mismo diablo. Pero no tuvo valor para enfrentarse a él y tuvo que habitar para siempre jamás en el reino de los infiernos.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

La princesa que queria a un chico sin ombligo .085

En lo alto de una montaña rocosa vivía un rey con su hija; más lejos había un pueblo habitado por una bruja y su hijo: como era bruja, la gente se había marchado del lugar y nadie quería casarse con el muchacho.
Llegó el día en que la princesa se había hecho mayor y había que casarla. Príncipes, guerreros, hombres ricos... multitud de pretendientes acudían a solicitar su mano y ella los rechazaba a todos. El rey estaba alarmado y le pidió qué sucedía. Ella respondió: «Solamente me casaré con un hombre que no tenga ombligo».
¿Y qué persona puede haber que no tenga ombligo? El rey estaba desesperado creyendo que su hija se quedaría soltera, cuando la cuestión llegó a oídos de la bruja. Ésta, sin perder tiempo, se transformó en un hombre sin ombligo y se dirigió a la montaña rocosa para entrevistarse con la princesa y su padre.
Inmediatamente se acordó la boda, que se celebró poco después. La princesa, radiante, siguió a su marido hasta el pueblo de donde procedía. Una vez allí la bruja recuperó su aspecto real y le suplicó: «Cásate con mi hijo, porque nadie le quiere».
La princesa comprendió que tenía buena parte de culpa en lo sucedido. Se casó con el hijo de la bruja, tuvieron muchos hijos y el pueblo volvió a llenarse de gente.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

La pequeña flauta .053

Cerca de un pueblo merodeaba un gigante que de cuando en cuando se comía a una persona. La gente del pueblo estaba aterrorizada y procuraba no acercarse mucho a Akabubu, lugar donde el gigante vivía. Las mujeres cultivaban sus fincas lo más lejos posible; y a causa del temor que sentían permanecían en ellas lo menos que podían.
Un día, una mujer de aquel pueblo se llevó a su hijo a la finca para no estar sola. Al llegar allí le explicó la historia del gigante y le suplicó que tuviera los ojos bien abiertos. El niño, cuando su madre empezó el trabajo, se hizo una flauta y empezó a tocar.
Al regresar a casa se dieron cuenta de que habían olvidado la flauta. La madre ordenó que esperara hasta el día siguiente, pero el hijo desobedeció: se dirigió a la finca, recuperó su flauta y empezó a tocarla mientras regresaba.
El gigante se cruzó con él en el camino. Y el chico, lejos de amedrentarse, inició una canción que se llamaba Okulen fola bubu. El gigante estaba estupefacto y la música de aquella flauta le atraía tanto que empezó a seguir al muchacho.
Los dos entraron juntos en el pueblo. La gente salió de sus casas y, al ver al gigante absorto en la música, fueron a buscar sus armas y le rodearon. Al oír el griterío se dio cuenta de lo que sucedía e intentó regresar a su guarida.
Pero ya era demasiado tarde. La gente se abalanzó sobre él y lo mató sin piedad. Gracias a la música, a la flauta y al muchacho, la tranquilidad volvió a reinar en aquel pueblo.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

La niña y los gigantes .041

A una niña pequeña le pusieron una cadena para que la librara de los malos espíritus. Un día se acercó a un lago que había en el otro lado del pueblo a recoger agua, y la cadena se le cayó.
Inmediatamente aparecieron cinco gigantes que se la llevaron a su cueva. Allí la cuidaron con esmero y la alimentaron bien hasta que se puso muy gorda.
Una mañana los gigantes se fueron de la cueva; y entonces apareció una vieja con los ojos cubiertos de legañas. Se dirigió a la niña prometiéndole que le haría saber algo muy importante si se las lamía. La niña sólo se las quería limpiar, sin tener que pasar la lengua por aquellas legañas tan asquerosas. Pero la vieja insistió tanto que al fin la complació.
Le dijo: «Has de saber que los gigantes te han tratado tan bien para que, una vez así de gorda, te puedan comer. Huye, pues; y si ves que ellos te persiguen, deja en el suelo la tapa de esta olla que te doy».
La vieja desapareció y la niña emprendió la huida. Cuando los gigantes regresaron a la cueva y comprobaron que su alimento había desaparecido, iniciaron una rápida persecución. La niña, al ver que la atraparían, dejó la tapa de la olla en el suelo; al instante empezó a salir de allí una música tan bonita que los gigantes se pararon a escucharla y a bailar. Pero iban bailando hacia atrás, retrocediendo hacia su cueva.
La niña aprovechó la oportunidad para llegar hasta su pueblo sana y salva. Y jamás volvió a perder su cadena protectora.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

La mujer que tenia siete hijos y el pajaro gigante .047

Una buena mujer había enviudado antes de dar a luz a su séptimo hijo. Tenía que sacarlos a todos adelante, de manera que cultivaba la tierra con la ayuda de los hijos mayores.
Un día se dirigía a la finca con su primer hijo. En mitad del bosque se posó ante ellos un pájaro gigante, que vomitó a sus pies y exigió: «Quiero que tu madre se coma mi vómito asqueroso». El muchacho no quería que su madre se viera obligada a realizar algo tan repugnante; pero el pájaro amenazó con tragárselo y el chico cedió: la mujer se tragó el vómito y después pudieron seguir su camino, trabajar en la finca y regresar a casa, donde no contaron nada de lo sucedido.
Al día siguiente la mujer fue a la finca con su segundo hijo, y les ocurrió lo mismo; e igual suerte corrió cuando la acompañaron el tercero, y luego el cuarto, el quinto y el sexto.
Hasta que un día la acompañó el pequeñito, armado con un cuchillo. Al llegar al bosque y encontrar al pajarraco con las mismas pretensiones, el muchacho se negó en redondo: «Mi madre no va a tragar semejante porquería». Y, al persistir en su actitud, el pájaro se lo tragó entero.
La mujer regresó a casa y contó lo sucedido. Todos creían que el pequeño no aparecería nunca más. Pero en el estómago del pájaro gigante ocurría algo extraordinario: el muchacho encontró allí un anillo mágico; se lo quiso guardar en el bolsillo y, al meter la mano para dejar allí el anillo, se apercibió de la presencia de su cuchillo. Inmediatamente empezó a cortar el estómago del animal; que, al cabo de un rato, caía al suelo fulminado.
El muchacho regresó a casa, donde fue recibido con gran alborozo. Mostró el anillo a su madre; y desde entonces vivieron con toda clase de comodidades, porque aquel anillo les concedía todo lo que le pedían.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

La mujer que no tenia hijos .035

Dos vecinas se querían mucho. Una de ellas tuvo una niña y, al poco tiempo, se le murió el esposo. La otra, a partir de entonces, las cuidaba a las dos, madre e hija, con todo esmero, y les daba la comida que necesitaban.
Pero su marido se hartó de la situación: él hubiera querido tener algún hijo a quien cuidar, en lugar de tener que ayudar a una vecina cualquiera. Así es que prohibió a su mujer que las continuara visitando para nada.
La esposa quería obedecer al marido, pero su corazón le decía que no debía dejar de ayudar a las vecinas que tanto amaba. Y su marido, al ver que no le hacía caso, cogió una olla que estaba puesta al fuego y se la tiró a la cara, con tan mala fortuna que la pobre mujer quedó ciega.
Desde aquel momento la vecina y su hija, agradecidas por todos los favores que les había hecho, la ayudaron siempre. Y un día la muchacha,, que ya había crecido, se encontró con una vieja a la que también ayudó. Esta vieja le dijo: «Si vas a la otra parte de esta montaña, encontrarás una hermosa sagua-sagua1. Prepara una infusión con sus hojas y obtendrás un líquido que cura toda clase de ceguera».
La niña pensó que no le costaba nada probar suerte. Así es que se dirigió a la otra parte de la montaña, cogió la sagua-sagua y preparó la infusión. Después llamó a la vecina y, limpiándole los ojos con aquel preparado, la curó inmediatamente.
Las tres mujeres, libres de tan gran preocupación, decidieron abandonar al marido y se dirigieron al bosque. Allí encontraron un jardín grande y hermoso y un palacio con toda suerte de comodidades. También había un apuesto joven que se casó con la muchacha.
La vida, pues, discurrió a partir de entonces con toda clase de felicidad. Mientras que el marido cruel se quedó solo y amargado para el resto de su existencia.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

1 Chirimoya.

La mujer robada .095

Vivía una mujer en un pueblo donde la mayor parte de la gente no trabajaba: los ratones solían comerse las plantaciones de las fincas y muchos habían decidido no trabajar más.
Sin embargo, ella acudía cada día a la finca; y aunque los roedores se le comían la mayor parte de las cosas que plantaba, siempre conseguía regresar con algunos tubérculos, suficientes para preparar un potaje que los annoboneses llaman poposup. Comía una parte y apartaba el resto por si al día siguiente no tenía tanta suerte.
Alguien del pueblo solía aprovecharse de la pobre mujer, que ya era vieja, y le robaba la comida. Entonces ella salía por todo el pueblo dando grandes voces y recriminando que hubiera alguna persona que se atreviera a robar la comida de una pobre vieja que vivía sola.
Un día volvió de la finca con una gran carga de excelentes malangas. El día había sido provechoso y afortunado, por lo que pudo preparar un potaje magnífico. Tan bueno parecía que decidió guardarlo para el día siguiente.
Por la mañanita, pues, salió hacia la finca. Y regresó muy tarde, porque sabía que ya tenía la comida a punto. Pero al llegar a casa vio que de nuevo la habían saqueado, y vociferó por todo el pueblo:

Kengi kum poposup mina mina o o,
o vivo vivo mina mina1.

Y solicitaba que, quienquiera que fuera el ladrón, le devolviera su comida. Hasta que, por fin, cansada de dar vueltas, regresó a casa y se quedó dormida2.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

1 ¿Quién es el que se come mi potaje?
2 Este final -que no da solución al problema planteado- resulta insólito. Cabe pensar en la posibilidad de que se trate de un fragmento de un cuento más completo, o bien en que el final original ha desaparecido de la memoria popular: la literatura tradicional exige que el que obra mal debe ser descubierto y castigado, y su fechoría reparada.

La mujer que dio a luz a un mono .052

En el pueblo de Awal vivía un matrimonio que tenía dos hijos, un varón y una chica. Ésta, cuando empezó a crecer, quiso ir a conocer la ciudad de Pale. Se dirigió allí y observó con sorpresa que aquella gente siempre estaba contenta. Regresó a casa entusiasmada por su pequeña aventura y desde aquel día siempre iba a la ciudad a divertirse.
Cada vez que regresaba a casa se sentaba junto a una roca en mitad del camino. Un día la esperó allí un mono que le pidió algo para comer. Ella se lo dio y desde entonces el mono la esperaba cada día y se hicieron muy amigos. Así es que cada vez regresaba a casa más tarde.
El hermano mayor sospechó que algo sucedía. Y una mañana la siguió a escondidas y observó sorprendido que, a la vuelta, jugaba con aquel primate y hacía el amor con él. Contó a sus padres todo lo que había visto y éstos dijeron: «Si tu hermana queda encinta y da a luz a un mono, mátanos a los dos y échala de casa».
No pasó mucho tiempo antes de que la muchacha quedara embarazada. Cuando le llegó el momento se encerró en una habitación para dar a luz, pero no pudo ocultar que había alumbrado a un pequeño mono. El padre se dirigió a la parte posterior de la casa y. cavó dos hoyos; el. hermano, tomando una escopeta, dio muerte a los dos ancianos, les dio sepultura y echó a su hermana de la casa paterna.
La pobre joven se dirigió al bosque. Allí la encontró un monstruo que la raptó y la mantuvo en su cueva, engordándola para poder comérsela. El hermano, mientras tanto, se sentía mal por haber arremetido contra la muchacha y salió a buscarla: se dirigió al bosque, y una vez allí, fue capturado por el mismo monstruo y llevado a la misma cueva.
La chica le perdonó de todo corazón. Y, aprovechando un descuido del monstruo, el muchacho sacó una navaja afiladísima que llevaba escondida, se la clavó en el corazón y le mató. Los dos hermanos huyeron de aquel lugar y en adelante vivieron juntos y felices.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050