Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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miércoles, 31 de diciembre de 2014

Por la bella hormiga blanca

La hija del gran cacique araucano no era una mujer común. Por su belleza especial, que la distinguía entre todas las demás mujeres, la llamaban Hormiga Blanca.
En su pueblo, había un solo hombre más poderoso que su padre: era el malvado brujo Cuervo Negro, al que todos temían. Para ganarse su buena voluntad, el cacique había decidido darle a su bella hija como esposa. El gran jefe era un hombre sensato y sabía que cuando alguien es muy peligroso, lo más seguro es tenerlo a favor, dentro de la familia, antes de que se convierta en enemigo.
Hormiga Blanca no estaba muy entusiasmada. Cuervo Negro era viejo. Lo llamaban así porque siempre gruñía enojado con su voz cascada como un graznido de cuervo. Pero además tenía una enfermedad de la piel: en algunas partes del cuerpo se le desprendía en escamas blancas, como de caspa, y en otras partes estaba roja y supuraba. Su aspecto era repugnante.
Uno de los jóvenes guerreros, fuerte y atractivo, estaba enamorado de la muchacha, y ella le correspondía. El muchacho era muy pobre, pero se esforzó en la caza y en la guerra para reunir suficientes regalos y pedir su mano. El gran cacique lo consultó con Cuervo Negro y los dos se pusieron de acuerdo en un plan cruel. No bastaba con decirle que no: había que librarse del molesto preten-diente. Hormiga Blanca debía olvidarlo para siempre.
-Has trabajado mucho para poder pedir a mi hija. Pero aun así, no puedes ser mi yerno todavía -dijo el cacique. No tienes oro, ni piedras preciosas verdes. No tienes gente a tu sombra: ni eres jefe, ni tienes parientes nobles. Pero hay una solución: si bajas por el abismo de la montaña, abajo encontrarás grandes tesoros. Serás rico y podrás casarte con Hormiga Blanca.
El terrible precipicio del que hablaba el cacique era tan profundo que ningún ser humano había llegado a ver el fondo. Las rocas de la pendiente eran tan blancas y peladas que las llamaban huesos-de-piedra.
Hormiga Blanca había escuchado cuchichear a los dos viejos y estaba al tanto de sus planes.
-En cuanto empieces a bajar -le dijo a su amado, te arrojarán desde arriba rocas calentadas al fuego. Debes refugiarte en una gruta que verás al costado.
Al día siguiente el muchacho volvió a la aldea sin tesoros, pero sano y salvo.
-Abajo no hay oro ni piedras preciosas -aseguró. Solo espíritus malvados. Por amor a Hormiga Blanca, conseguí librarme de ellos y volver.
Cuervo Negro y el cacique apenas habían considerado la posibilidad de que el joven sobreviviera. Pero rápidamente pensaron en otra tarea mortal.
-No importa que no tengas tesoros. Si te subes a ese árbol y nos
traes el nido que hay en la rama más alta, tendrás a mi hija como esposa -dijo el cacique. Pero tienes que ir desnudo, para demostrar tu valor y resistencia al dolor. Y traernos los huevos sin que se rompan, para demostrar tu destreza.
El árbol tenía una corteza áspera y pinchuda, que lastimaba la piel de quien intentara treparlo. Pero además Cuervo Negro lo había untado con un veneno mortal.
-Esta pomada te protejerá. Pero tienes que untarte en todo el cuerpo una capa muy gruesa -le dijo la muchacha a su enamorado. Y le dio una especie de crema muy espesa que se usaba para protegerse de los insectos, hecha de arcilla roja y grasa de ñandú, el avestruz petiso de la Patagonia.
Muy hábil tenía que ser el joven para poder trepar a un árbol untado con una capa de grasa. Pero a pesar de un par de resbalones, finalmente lo consiguió, sin que una sola espina envenenada lo hubiera pinchado.
Cuando llegó arriba, tomó el nido y se lo puso de sombrero. Así los huevos llegarían abajo sin romperse, protegidos entre su pelo y el nido.
-¡Lo lograste! -dijo el cacique, asombrado al verlo bajar.
-Este joven merece una recompensa -dijo Cuervo Negro.
-Le daré la mano de mi hija -dijo el cacique.
-Después del banquete con el que festejaremos su hazaña –dijo Cuervo Negro.
-Ocuparás el lugar de honor -dijo el cacique. Y te daremos la comida más deliciosa.
Por suerte, Hormiga Blanca estaba al tanto de todas las trampas que le habían preparado al joven. Para evitar que se le clavaran las flechas envenenadas que le había puesto, escondidas con las puntas hacia arriba, en el asiento del sitio de honor, el muchacho se ató a la cintura un grueso cuero de puma, el tigre sin rayas de la Patagonia, que lo protegía hasta las rodillas. Se sentó muy tranquilo y aceptó el plato con harina mezclada con raspaduras de huesos de muerto, un veneno que seca el cuerpo lentamente.
-Mmm, qué comida tan buena -decía. Y fingía comer mientras echaba todo lo que le daban en una bolsa que tenía disimulada entre las piernas.
Tremendo fue el sobresalto de los dos viejos cuando vieron que a pesar del veneno, el muchacho daba muy alegre los cuatro fuertes gritos que servían para abrir la fiesta entre los araucanos.
En mitad de la celebración, con cantos y música, llevaron al joven hasta un árbol enorme, cuyas raíces llegaban seguramente hasta el Mundo de los Antepasados. A los antiguos araucanos les gustaban mucho las patatas podridas. Y el horrible Cuervo Negro le dijo a su rival:
-En un hueco de este árbol, lleno de agua de lluvia, pongo siempre mis patatas para que se pudran bien. Pero no sé que pasa, en los últimos días ya no las encuentro. No sé si se las comen las alimañas o el mismo árbol. Ya que eres tan fuerte y poderoso, córtame este tronco.
-Y si bajas por el hueco hasta las entrañas de la tierra, conseguirás el oro que merece tu querida Hormiga Blanca -dijo el cacique.
El muchacho sabía que todo era una trampa, pero no le importaba, porque sentía que su amor lo volvía poderoso. Empezó a trabajar, tratando de cortar el árbol con un hacha común. El tronco era tan grande que seis hombres tomados de las manos apenas alcanzaban a rodearlo. A las pocas horas el hacha se rompió sin haber conseguido más que lastimar la corteza.
Como siempre, Hormiga Blanca tenía la solución. Esta vez fue un hacha mágica que cortó el árbol gigante de un solo golpe. Metiendo otros arbolitos como cuñas, el joven guerrero agrandó el hueco y lo mantuvo abierto para poder pasar. Y se fue muy contento en busca de Cuervo Negro.
-Me alegro mucho de poder traerte el exquisito manjar que tanto te apetece, tus patatas podridas. Pero más me alegro de tener la oportunidad de bajar por este hueco. Mis antepasados decían que el agua de las raíces profundas cura todas las enfermedades de la piel. Y también rejuvenece. Saldré convertido en un niño. Quizás tenga que esperar un poco para casarme, pero vale la pena: tendré muchos años más de vida.
Al brujo le interesó mucho la idea. Quizás fuera mentira, quizás fuera una tontería, pero ¿qué podría perder?
-No te esfuerces más, muchacho, ya has hecho demasiado. Bajaré yo.
Apenas el brujo se metió en el hueco del árbol, el joven sacó las cuñas que lo mantenían abierto y lo dejó aprisionado para siempre.
El cacique, hay que reconocerlo, no tenía ninguna simpatía por Cuervo Negro, solo le tenía miedo. Y se alegró muchísimo de verse libre de él. Por otro lado, admiraba el coraje y la constancia del muchacho y estaba encantado de darle la mano de su hija.
El que no estaba tan encantado con su suegro era el joven, pero por amor a su mujer decidió perdonarlo y olvidar las trampas en que había tratado de hacerlo caer. Y un año después de esta historia, una afortunada partera se llevaba cuatro ovejas preñadas como pago por haber ayudado a Hormiga Blanca a dar a luz a su primer bebé.

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