Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 26 de octubre de 2014

Un ladron autentico

Durante la dinastía Ching hubo un ministro que tenía fama de sabio. Todo el mundo le alababa, pero nadie sabía decir por qué.
-Ese hombre es tan tonto como nosotros -comentó un campesino con sus amigos. Sólo porque tiene poder, la gente piensa que es inteligente.
-Si es así, ¿por qué no le desenmascaras? A lo mejor el emperador te nombra ministro.
-Lo haré -respondió el campesino. De eso podéis estar seguros -y todos se echaron a reír, porque pensaban que entre los animales y los hombres que labran la tierra no hay mucha diferencia.
Sin embargo, el campesino poseía una inteligencia despierta y una valentía sin límites. En cuanto llegó a su casa se disfrazó de bonzo y se lanzó a los caminos.
-Una limosna -decía cada vez que se cruzaba con alguien. Nuestro monas-terio es rico, pero quienes lo habitamos somos pobres.
Raramente se marchaba con las manos vacías. Su interpretación era, de hecho, tan perfecta que un día hasta su mismo padre le echó una moneda.
«iNo me ha reconocido! -se dijo. alborozado, el campesino. Creo que estoy ya preparado. ¿Para qué perder más tiempo?»
Entonces se dirigió al embarcadero. Lo usaban sólo los comerciantes para atravesar con sus riquezas el río. Siempre estaba protegido por soldados y no permitían que nadie se acercara a él.
-No puedes entrar -dijeron al verle. Por aquí pasa tanto dinero que, si no andamos con cuidado, más de un ladrón haría su agosto.
El campesino hizo como si no hubiera oído y siguió adelante.
-Bah, déjale -dijo uno de los soldados. Es un pobre bonzo. ¿Qué mal puede hacer?
Sin embargo, a los comerciantes no les pareció bien que una persona así atravesara con ellos el río. No estaban equivocados. Apenas se despegó el barco de la orilla, el falso bonzo empezó a repartir entre ellos cuentas para recitar los cien nombres de Buda y dijo:
-Vosotros chupáis la sangre al pobre y engordáis con ella. Arrepentíos y quizá logréis romper el penoso ciclo de la reencarnación.
Algunos estaban tan asustados por la velocidad de la corriente que preguntaron:
-¿Qué podemos hacer? ¡Nosotros somos comerciantes! El falso bonzo respondió:
-Repetid los cien nombres de Buda.
Los comerciantes así lo hicieron, pero el bonzo no parecía satisfecho.
-¿Es que no notáis la presencia de la muerte? -gritaba sin cesar. ¡Repetid con más fuerza los cien nombres del Inmutable!
Los comerciantes los recitaron con tanto empeño que se hipnotizaron unos a otros y cayeron en trance. Entonces el campesino les robó todo lo que llevaban y se marchó nadando hacia la otra orilla.
En cuanto se enteró de lo ocurrido, el ministro sabio no salía de su asombro.
-¿Que un bonzo ha desvalijado el barco de los comerciantes? -preguntaba, irritado.
-Sí -respondieron algunos de ellos. Ha sido un castigo divino. Nosotros mismos vimos cómo el bonzo volaba por los aires.
El pueblo se enteró de lo ocurrido y empezó a comentar:
-Nuestro ministro no es tan sabio como creíamos. Si un bonzo es capaz de robar y quedar impune, ¿qué no podrá hacer un bandido?
Aquella noche el campesino volvió a preguntar a sus amigos.
-¿Veis cómo tenía razón? Hasta las personas más ignorantes se han dado cuenta de que nuestro ministro es incapaz de capturar a un pobre bonzo.
-¿De qué te extrañas? -le respondieron. Ese hombre era un enviado de Buda. ¿Cómo se puede apresar a quien puede volar por los aires?
El campesino tuvo, pues, que volver a disfrazarse. Esta vez se vistió de mujer. Como era joven y tenía los ojos tristes, apenas se notaba que era un hombre. Además, poseía un perfume que emborrachaba los sentidos. Se lo había robado a uno de los comerciantes y cuantos lo olían volvían hechizados la cabeza.
-¡Qué mujer tan hermosa! -exclamaban los que la veían por la calle. ¿Cómo es posible que no la hayamos visto hasta ahora?
-Es hija de un comerciante en perlas -dijeron algunos. ¿No os dais cuenta de ese penetrante aroma a mar que la sigue?
De esta manera, media ciudad se enamoró del campesino. Todos luchaban por obtener sus favores. Hasta el ministro quiso tomarle por esposa.
-No puedo aceptar -dijo, ruborizado. Mi padre era, en verdad, un comer-ciante en perlas, que murió en mares lejanos. Un pescador me entregó el cofre de sus cenizas y no podré casarme hasta que no las entierre en el lugar que él eligió.
-zY por qué no lo haces? -preguntó el ministro, extrañado.
-Porque ese lugar -respondió la falsa joven- está en la otra orilla del embarcadero de los mercaderes y temo encontrarme con el ladrón.
Entonces el ministro hizo que todo el ejército protegiera a la doncella.
-Pagaréis con vuestras vidas, si le ocurre algo -advirtió el ministro a sus soldados.
Pero, en cuanto subió al barco, la falsa muchacha empezó a coquetear con todos los que viajaban en él. Hasta los marineros se pusieron celosos y comenzaron a pelear. Poco a poco todos fueron cayendo al agua. Entonces el campesino se hizo cargo de la embarcación y desapareció en cuanto llegó a la orilla opuesta.
-Irá a enterrar a su padre -se dijeron los soldados. No la molestemos.
Pero la doncella cargó con todo lo que llevaba el barco y nadie supo más de ella.
-¡Otra vez esee ladrón! -dijo, enfurecido, el ministro. Es un monstruo venido directamente del infierno. iY pensar que he estado a punto de casarme con él!
Entonces recordó el perfume especial que usaba y no paró hasta encontrarlo. Lo comerciaba un mercader que había sido víctima del campesino.
-Por atrapar a ese ladrón -dijo al ministro sabio, estoy dispuesto a regalarte todo lo que tengo.
-No será necesario -respondió su excelencia. Sólo quiero un poco de tu perfume.
Buscó después a la mujer más fea de todo el reino y la hizo pasear por cantinas y posadas. En cuanto los hombres olían el perfume, volvían en seguida la cabeza. Pero su desilusión era tan grande que exclamaban, furiosos:
-¿Qué broma de mal gusto es ésta? ¿Acaso no hay mujeres más hermosas en este reino?
Por fin, una noche entró en la cantina en la que se reunían el campesino y sus amigos. Atraídos por el perfume, todos volvieron la cabeza. Sólo él continuó charlando y ni siquiera levantó la vista. Entonces el ministro ordenó a sus soldados:
-iDetenedle! Ese hombre es el ladrón que tantos quebraderos de cabeza nos ha dado.
-iYo soy una persona honrada! -protestó el campesino. ¿Qué pruebas tenéis para decir eso?
-El olor de este perfume es tan irresistible -respondió el ministro- que cuantos lo huelen vuelven al punto la cabeza. Sólo tú no lo has hecho, porque estás acostumbrado a él -y se lo llevaron encadenado.
Todo el mundo alabó la sagacidad del ministro. Pero perdió su fama de sabio y su puesto. El emperador le destituyó, porque no es de fiar quien se duerme en sus laureles.

0.005.1 anonimo (china) - 049

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