Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 31 de octubre de 2014

Pudumalasak .104

Pudumalasak era un hombre famoso por su maldad. Por esta razón ninguna mujer quería casarse con él. Sin embargo, tenía buena suerte a la hora de buscar trabajo.
En una ocasión le encargaron que cuidara a siete niños: él prometió hacerlo, pero los maltrató tanto que al llegar la noche le echaron. Buscó un nuevo trabajo y le encargaron que cuidara de unos cerdos: por la tarde los mató a todos y también perdió su segundo trabajo. Luego encontró a alguien que le propuso cuidar una finca de caña de azúcar: al cabo de pocos días cortó todas las cañas y también tuvieron que echarle.
Pudumalasak estaba tan desmoralizado, al darse cuenta de que perdía todos sus trabajos, que prefirió morir. Llamó a la misma muerte y, cuando ésta apareció, le dijo: «Quiero que me lleves contigo, pero antes quisiera comer un poco. Te ruego que subas a este aguacatero y me traigas unos cuantos aguacates para satisfacer mi hambre».
La muerte, sorprendida al encontrar a alguien que aceptaba su presencia con gusto, apoyó la guadaña en el tronco del árbol y subió a él. Pudumalasak aprovechó la ocasión para cogerle la herramienta: «Ahora ya no podrás llevarte a nadie más». Y la muerte, enfadada al verse ridiculizada por aquel malvado, le juró que jamás volvería a tratar con él.
Pudumalasak, que quería realmente morir, estaba preocupado. Sin saber qué hacer, se dirigió al infierno. Pero allí no quisieron saber nada de él, puesto que su maldad superaba a la del mismo Satanás. A continuación probó suerte en el purgatorio, donde fue igualmente rechazado: era lugar para personas que están entre el bien y el mal, y él no cumplía los requisitos.
Por fin subió al cielo, donde San Pedro le cerró el paso: «Éste es lugar para los buenos y tú eres la maldad personificada». Mas, al cerrar la puerta, le pilló los dedos.
El alarido que soltó Pudumalasak tuvo la virtud de conmover al santo portero, que volvió a abrir la celestial puerta para reparar el daño que había provocado. Y Pudumalasak aprovechó la circuns-tancia para
entrar en la gloria y sentarse en la silla del santo. Éste fue a protestar a Dios por la presencia de aquel malvado, y regresó con órdenes tajantes de expulsarle del paraíso.
Pero Pudumalasak se aferró bien a la silla y San Pedro no pudo hacer nada por levantarle de allí. Y así fue como nuestro amigo se quedó para siempre en el eterno edén.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

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