Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 30 de octubre de 2014

Los gigantes hambrientos .057

El rey de un pueblo ordenó que todas las familias acumularan los víveres que pudieran y no salieran de casa: hacía tiempo que unos gigantes, hambrientos, bajaban al pueblo y comían al que encontraban para saciar su hambre.
Una de las familias era muy pobre y terminó bien pronto sus alimentos. Entonces el padre, pese a las protestas de su mujer, salió a pescar. Pasaron horas y horas y el hombre no regresaba. De manera que el hijo decidió ir en su ayuda. Nuevamente las protestas de la mujer fueron vanas, porque el muchacho se dirigió a la playa sin hacerle caso. Una vez allí se metió en un cayuco y se puso a dormir, esperando la llegada de su progenitor.
Poco después los gigantes bajaron a la playa; y al darse cuenta de que en uno de los cayucos se encontraba un chico tan tierno, cogieron el cayuco y se lo pusieron sobre sus cabezas. De regreso a su cueva iban cantando:

Xacundu xacundu
ope bang bang1.

Y estaban muy contentos. Los cantos y los gritos despertaron al joven, que enseguida se dio cuenta de su situación. Sin perder la calma esperó a que pasaran por debajo de un árbol y, entonces, se cogió de las ramas quedándose allí. Cuando los gigantes advirtieron que el muchacho había volado, dieron la vuelta hasta encontrarle subido a un árbol.
El chico no quería bajar de ninguna manera. Pero les pidió que abrieran bien la boca y les fue echando frutas desde lo alto. Cuando el hambre de los gigantes estuvo saciada se pusieron a dormir; entonces el joven bajó del árbol y, con un cuchillo bien afilado, les cortó el cuello y les sacó el corazón y los pulmones; lo metió todo dentro de un saco y regresó al pueblo.
Fue en busca del rey y le mostró lo que traía dentro del saco. El rey llamó a la gente y todos se dirigieron al lugar del bosque donde se hallaban los restos de los gigantes que durante tanto tiempo les habían atemorizado.
Cuando, por fin, el padre del muchacho regresó de la pesca, vio con sorpresa que el rey compartía el reino con su hijo; y se sintió enormemente feliz, porque pensó que nunca más volverían a pasar hambre.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

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