Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 25 de octubre de 2014

La perla luminosa

En la época de los mil reinos había uno llamado Suei. Su rey era una persona muy sacrificada y sólo vivía para sus súbditos. De la mañana a la noche trabajaba sin descanso, para que su reino fuera el mejor de todos. Pero llegó un momento en que su cuerpo no aguantó más. Se derrumbó como una hilera de fichas de majong.
-No sé qué me ocurre -confesó a sus consejeros. Aunque de verdad lo intento, no logro concentrarme en nada.
-Estáis muy cansado -respondió el consejero más viejo. Deberíais viajar y ver cosas que os devolvieran la paz de espíritu.
-Sí, pero, ¿a dónde puedo ir? -preguntó el rey de Suei. Mi reino no es grande y conozco hasta el último de sus rincones.
Entonces los geógrafos reales se pusieron a estudiar el mundo. Tres meses estuvieron encerrados en sus escuelas, pero, al fin, dieron con un lugar que podría satisfacer al monarca.
-¿Por qué no vais al reino de Chi? -le aconsejaron. Está a orillas del mar y sus paisajes son hermosísimos. En él han nacido todos los grandes poetas.
-¿El reino de Chi, decís? -el monarca no terminaba de decidirse.
-Debéis ir -volvió a decirle el consejero más viejo. Lo que dicen los geó-grafos es verdad. Además, nuestras relaciones con ese reino no son buenas y podíais hacer algo por mejorarlas.
-Si es así -respondió, decidido, el rey de Suei, acepto.
E inmediatamente comenzaron a hacerse los preparativos.
A las diez semanas una gran caravana abandonó la capital. La precedían guerreros armados hasta los dientes. Pero el rey se aburría y dijo:
-¿Por qué me acompaña tanta gente? Queréis protegerme tanto que no me dejáis ver el paisaje -y ordenó regresar a la mitad de su cortejo.
A partir de entonces, el rey de Suei se paraba en cada recodo del camino y admiraba la belleza que se extendía ante sus ojos.
-¡Qué maravilla! -decía, extasiado. Si yo fuera capaz de establecer este orden dentro de mi reino, mis súbditos gozarían eternamente la prosperidad.
Los consejeros, sin embargo, se impacientaban.
-Si seguís así -decían, jamás llegaremos al re¡no de Chi.
-Tenéis razón. Pero la armonía de la naturaleza es asombrosa.
Un día avistaron, por fin, el mar. Era una banda azul que se extendía en la distancia. El cortejo real se detuvo, sin que nadie se lo ordenara. Todos estaban extasiados. El rey de Suei exclamó:
-¡Parece colgar del cielo! ¡Qué cruel ha sido el Emperador Celeste, al no conceder un trozo de costa a mi reino!
Entonces descubrió que un pequeño bosquecillo entorpecía la vista del mar.
-¿Qué hace ahí esa mancha verde? -preguntó, enfadado. ¡Que la corten en seguida! ¡Quiero ver el mar!
Estaba tan furioso que él mismo cogió un hacha y comenzó a derribar árboles. Los guerreros le seguían, admirados de su fuerza. Pero toparon con una enorme serpiente y se echaron para atrás, asustados.
¿A qué tenéis miedo? -preguntó el rey. Es sólo un animal que vive en este bosque.
-Pero puede devoraros -contestaron, aterrados.
La serpiente, sin embargo, no se movió del sitio. Tenía una expresión triste y parecía como si estuviera enferma.
-¿Qué te ocurre? -le preguntó el rey.
El animal movió pesadamente la cola y echó una lágrima, que inmediata-mente se convirtió en un rubí.
-¡Que venga mi médico! -ordenó el rey de Suei, y él mismo la curó con sus manos.
La serpiente no huyó. Parecía como si quisiera agradecerle de esta forma sus cuidados. El rey así lo entendió y dijo:
-¿Para qué destruir un bosque? El mar puede verse desde cualquier sitio.
El camino que conducía al reino de Chi bordeaba, de hecho, la costa. Su capital estaba en una bahía y todos sus habitantes eran pescadores.
-Bienvenido a mi reino -le dijo su rey, ofreciéndole un extraño licor de algas.
Todos se quedaron asombrados, porque el rey de Chi preparaba una invasión contra el reino de Suei.
-Jamás imaginé un recibimiento de esta clase -confesó el rey de Suei. Me habían dicho que vuestro reino era hermosísimo, pero ahora veo que las palabras no pueden hacerle justicia.
El rey de Chi sonrió complacido y dijo:
-Nadie que ame a los animales puede ser mi enemigo -y desde aquel día los dos reinos se hicieron hermanos.
Mil días estuvo el rey de Suei en aquel paraíso. Lo recorrió de cabo a rabo y su espíritu recobró la fuerza perdida. Ahora era otra vez el rey trabajador y prudente que siempre había sido.
-Debo volver a mi reino -dijo entonces el rey de Chi. Si me quedo aquí más tiempo, mis súbditos creerán que he muerto.
-Lo comprendo, lo comprendo perfectamente -y le dejó marchar con lágrimas en los ojos.
De vuelta a su reino, el rey de Suei se acordó de la serpiente y quiso ir a verla.
-Eso supondrá tres días de camino -trataron de disuadirle sus consejeros. Con la nueva ruta que nos han enseñado los de Chi podremos llegar mucho antes a Suei.
Pero el rey insistió y nadie se atrevió a contradecir sus deseos. Cuando llegaron al bosque, lo encontraron más frondoso que la primera vez. Los árboles cortados habían vuelto a crecer. Entonces el rey tomó su hacha y se adentró en la espesura.
-¿Estás ahí, serpiente herida? -iba gritando, mientras caminaba. Espero que la medicina que te di hace tres años te haya sentado bien.
Pero, al levantar unas ramas, vio al animal tendido en el suelo. Su cola, en efecto, había sanado. Sin embargo, tenía los labios hinchados y le miraba con ojos de pena.
-¡Que venga mi médico! -volvió a ordenar el rey de Suei. ¿Es que voy a tener que estar a tu lado, para que no te ocurra nada? -reprendió después a la serpiente.
El mismo le curó los labios. Entonces la serpiente abrió la boca y escupió dos perlas del tamaño de un puño. Pero el rey estaba tan acostumbrado a las joyas que dijo a un ministro:
-Coge esas perlas y guárdalas en una caja. Yo no puedo tocarlas todavía. Aún no he dado las gracias a la serpiente.
Pero el animal no le hizo caso. Se deslizó por entre las hojas y se transformó en un árbol.
-¿Habéis visto? -le preguntaron los consejeros, asombrados. Seguro que esas perlas tienen poderes especiales, puesto que quien os las regaló los poseía.
El rey estaba resentido y no quería mirarlas.
-¡No ha esperado a que le diera las gracias! -decía, desconsolado. Es la primera vez que me hacen un desprecio así.
Al caer la noche, el consejero más viejo entró en su tienda y le dijo:
-No os lo toméis tan a pecho. ¿No comprendéis que el agradecimiento decimiento no se puede agradecer? La serpiente os dio dos perlas, porque dos fueron las veces que la ayudasteis.
El rey accedió, pues, a mirar las perlas. Cuando el consejero abrió la caja, casi se quedó ciego. Emitían tanta luz que parecía como si fuera de día. Todo el cortejo real no pudo dormir aquella noche.
-¿Veis cómo teníamos razón? -insistieron los consejeros. Ahora sus poderes son vuestros.
Pero el rey de Suei se dijo:
-¿Por qué me regalaría dos perlas a mí, que estoy cansado de moverme entre el oro y las riquezas? Es como dar pescado a un pescador -y, entornando los ojos, se pasó toda la noche mirándolas.
Al amanecer una de ellas se apagó. La otra comenzó a reflejar las montañas por las que había de entrar en su reino. Uno de sus generales había apostado centinelas en cada pico y le preparaba una emboscada.
«Ahora lo comprendo -se dijo el rey de Suei. La serpiente ha querido salvarme la vida con sus regalos.» Y ordenó cambiar de ruta.
Los traidores fueron capturados y condenados. A partir de entonces en el reino de Suei el delito más grande fue el desagradecimiento. Quien incurría en él era encarcelado de por vida.
-¿Cómo va a gozar de libertad quien no sabe compartir? -preguntaba el rey, y sus súbditos le daban la razón, porque el de Suei llegó a ser el más próspero de los mil reinos.

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