Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 25 de octubre de 2014

La paloma

Dhzang-Kung-Liang era un hombre enamorado de las palomas. En toda la provincia de Shan-Dung nadie tenía una colección como la suya. El señor Dhzang la había reunido a lo largo de muchos años y tras gastarse muchísimo dinero. Todas las especies del mundo estaban representadas en ella.
-Por una paloma sería capaz de atravesar los mares más profundos y escalar las montañas más altas -decía con sano orgullo, sin darse cuenta de que eso precisamente era lo que había hecho durante lustros.
Pero más digna de encomio aún era la delicadeza con la que las trataba. Las abrigaba durante el invierno y las hacía abanicar cuando el tiempo era caluroso.
-Si alguno de vosotros no está dispuesto a hacerlo -decía con toda sinceridad a sus criados, es mejor que se busque otro amo. Difícilmente puede serme fiel quien no comparte mis ilusiones.
Sin embargo, no podía evitar que los sirvientes murmuraran a sus espaldas.
-Está loco. Sería capaz de casarse con cualquiera con tal de hacerse con una paloma nueva.
Y así fue. A las palomas les gusta tanto dormir que, si no se las despierta, pueden quedarse paralíticas. Dhzang-Kung-Liang sufría, al verlas debatirse contra el dolor, sin poder levantar el vuelo. Entonces oyó decir que en el sur había un hombre que tenía una paloma que no dejaba de volar.
-Si es eso cierto -se dijo el señor Dhzang, las otras la imitarán y no dormirán tanto -y en seguida se marchó al lugar que le habían dicho.
El viaje fue largo, pero no le importaron las penalidades.
-No te han engañado -le dijo el dueño de la paloma. En seguida te llevaré a verla.
Era un poco más pequeña que las otras, pero su energía no tenía nada qué envidiar a la de ninguna. Volaba y volaba sin parar. Para comer, se quedaba suspendida en el aire y había que acercarle los granos al pico.
-¡Es asombroso! -exclamó, extasiado Dhzang-Kung-Liang. ¿Cuán-to pides por ella?
El dueño sonrió con picardía y dijo:
-Nada.
-¿Nada? -volvió a preguntar el señor Dhzang, extrañado. ¿Tanto amas a las palomas, que piensas regalármela?
El dueño se rió con todas sus fuerzas al comprobar su ingenuidad.
-Nada, porque a mí el dinero no me atrae y, además, no lo necesito. Si quieres esta paloma, tendrás que casarte con mi hija. El señor Dhzang se puso muy triste, porque aún no había pensado en el matrimonio. Pero, al final, aceptó. Entonces el dueño se inclinó ante él y dijo:
-El que ama a seres tan frágiles como las palomas jamás podrá ser rudo con su esposa -y le entregó, pues, a la paloma y a su hija.
Las dos eran bellísimas y se parecían como dos noches de primavera. Dhzang-Kung-Liang las amó con toda la ternura de su corazón. Les dedicaba tanto tiempo que, poco a poco, comenzó a olvidarse de las otras palomas.
-¿Para qué tener la colección más completa de toda la tierra, si ya no la cuida? -le criticaban los criados.
Un día la paloma que no dejaba de volar se durmió y ya no volvió a despertarse. La esposa del señor Dhzang-Kung-Liang la siguió en el sueño y las dos volaron juntas más allá de la muerte.
-No os apenéis -le aconsejó el criado más viejo. Las dos eran iguales. No podían vivir la una sin la otra.
Y el señor Dhzang sonrió con amargura, porque también él hubiera querido acompañarlas en su viaje.
Una noche estaba en su estudio, componiendo un poema de amor, cuando, de improviso, entró un joven. Era alto, de facciones delicadas y vestía completamente de blanco. Se movía por la habitación con la soltura de quien anda por su propia casa. Dhzang-Kung-Liang estaba asombrado.
-¿Se te ofrece algo? -se atrevió, por fin, a preguntar.
El joven tardó en responder, pero, cuando lo hizo, su voz sonaba a aleteo de aves.
-He oído -dijo- que tienes una extraordinaria colección de palomas, y quisiera verla.
-Ya no me ocupo de ellas -respondió Dhzang-Kung-Liang con amargura. Las palomas fueron mi vida, pero también han sido mi muerte.
-iQué lástima! -volvió a decir el joven. Yo venía a enseñarte las mías, pero ya veo que no te interesan.
Al señor Dhzang volvió a renacerle el amor por las palomas. Inmediata-mente llevó al joven a su amplísimo palomar y se las enseñó una por una. El joven las acarició durante horas. Poco a poco Dhzang-Kung-Liang empezó a sentirse impaciente.
-¿Podrías enseñarme ahora tus palomas? -preguntó finalmente. No está bien que tú disfrutes de la belleza de las mías y yo todavía no haya visto ni una sola de las tuyas.
-No las tengo aquí -respondió el joven. Si quieres acompañarme a mi casa, con mucho gusto te las enseñaré.
Entonces salieron a la noche y anduvieron hasta casi el amanecer. El señor Dhzang empezaba a pensar que todo había sido una broma de mal gusto, cuando el joven le puso la mano sobre el hombro y le tranquilizó, diciendo:
-Ya estamos cerca. ¿No ves aquella casa?
-¿Cuál? -preguntó Dhzang-Kung-Liang. ¿Aquella que parece un palomar de mármol? -y el joven afirmó con la cabeza.
Su interior era tan lujoso que parecía un palacio. Pero lo más asombroso era la cantidad de palomas que guardaba. El joven se las fue enseñando al señor Dhzang por parejas. Eran bellísimas y tan delicadas que parecían de cristal.
-Regálame alguna -suplicó al joven.
-¿Para qué, si ya no te interesan?
-Fue sólo una manera de hablar. Jamás había gozado tanto como esta noche.
Tanto le insistió que el joven accedió a regalarle una pareja. Dhzang-Kung-Liang las tomó en sus manos con sumo cuidado. Se volvió para darle las gracias y entonces vio cómo el joven se transformaba en una paloma. En seguida salió volando por una ventana y la casa desapareció. Entonces el señor Dhzang comprobó, con horror, que estaba encima de la tumba de su esposa.
-¡Ha sido un sueño! ¡Ha tenido que ser un sueño! -se dijo, espantado.
Pero las palomas eran reales. Las trató con más amor que a ninguna. Cuantos las veían quedaban en seguida prendados de su belleza y le suplicaban que les regalara una pluma. Pero Dhzang-Kung-Liang respondía siempre lo mismo:
-Las siento tan mías que sería como regalar parte de mi carne.
Con el tiempo aquellas palomas se multiplicaron. Pero él siguió negándose a desprenderse de una sola. Un día, sin embargo, llegó a su casa un ministro imperial y tanto se encaprichó con ellas que terminó sucumbiendo a sus deseos.
«Las tratará con cariño -se dijo. El ministro tiene un corazón noble. ¿Cómo podría tenerlo, si no, el emperador a su servicio?»
Y las lloró sólo durante diez días.
Las otras se pusieron tan tristes que apenas comían. Entonces el señor Dhzang se dirigió a la corte con veinte de sus otras palomas.
«Estoy seguro de que aceptará el cambio -se dijo, para darse ánimos. Tiene fama de ser una persona muy comprensiva.»
El ministro le recibió con los brazos abiertos, pero se entristeció mucho cuando supo el motivo de su visita.
-¿Es que veinte no os parecen suficientes? -preguntó, ansioso, Dhzang-Kung-Liang. Si es así, os regalaré todas las que guardo en mi palomar.
-No es eso -replicó el ministro. Tus palomas eran tan tiernas que, en cuanto llegué a palacio, se las di al cocinero y me las comí.
Dhzang-Kung-Liang abandonó la corte y nunca más volvió a ella. Aquella noche soñó con su esposa. Iba vestida de blanco y en sus brazos llevaba un niño pequeño.
-Este es el hijo que pudimos tener y jamás tuvimos -dijo, al tiempo que se lo entregaba con mucho cuidado.
Dhzang-Kung-Liang extendió los brazos, pero no podía agarrarle.
-¿Por qué no puedo tomarle conmigo? -preguntó, apenado.
-Mírale, por lo menos, a los ojos -le respondió su esposa.
Así lo hizo él y vio que el niño era, en realidad, las dos palomas que se había comido el ministro. Aterrado, levantó los ojos. Su esposa tenía ahora el rostro del joven que le visitó aquella noche e inmediatamente se transformó en una paloma. Después, sin decir nada más, se marchó volando hacia el oriente.
Cuando se despertó, fue corriendo a buscar a las otras palomas, pero no pudo encontrarlas.
-Se marcharon volando anoche -le respondieron los criados, y él cayó en la cuenta de que la hora coincidía con la de su sueño.
Entonces volvió a preguntarse, con lágrimas en los ojos:
-¿Volaron hacia el oriente en pos de una nube blanca? -y los criados se quedaron asombrados, porque así había sucedido.
Dhzang-Kung-Liang abrió entonces las jaulas de todas las demás palomas y las dejó en libertad. Pero cada una voló en una dirección distinta.

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