Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 24 de octubre de 2014

El lugar que nadie conoce

En un reino lejano gobernada un Zar que no tenía esposa. En cambio poseía un regimiento de bravos arqueros, expertos cazadores que hacían envidiable la mesa de su señor. El más hábil entre todos era Yuri, de vista tan maravillosa y de mano tan segura, que gozaba de la preferencia del Zar.
Un día, Yuri salió a cazar antes del amanecer y se encontró, de pronto, en el claro de un bosque donde no se oía el canto de los pájaros ni el rugir (le las bestias. Súbitamente advirtió una tórtola en la rama más alta de un árbol. Lanzó su flecha con tanta puntería, que el pájaro cayó al suelo. Cuando se disponía a recoger la pieza, la tórtola rompió a hablar ante el asombro de Yuri: "Bravo arquero -le dijo, no me hagas daño; colócame en tu ventana y vélame hasta que, para dormir, mi cabeza comience a caer bajo mis alas. Entonces, tócame con tu mano derecha y, si lo haces, te acompañará la fortuna."
El arquero cogió el pájaro, lo llevó a su casa, lo colocó en la ventana y se quedó velándolo. Cuando lai tórtola quiso dormir, el soldado le tocó dulcemente en las alas y la tórtola cayó al suelo. Entonces, en su lugar, pudo ver Yuri una doncella de maravillosa belleza. Tan hermosa era que aunque el lector intentase buscarla de país en país, atravesando todos los mares del mundo, no encontraría otra tan bella. Dijo al arquero: "Te has apoderado de mí gracias a tu arte. De la misma manera aprenderás cómo has de vivir conmigo, porque está eacrito que seas mi esposo."
Se casaron, en efecto, y Yuri vivía feliz con su joven esposa, sin desatender el servicio del Zar. Todas las mañanas, antes del alba, iba al verde bosque con el arco y las flechas para abastecer la mesa de su señor. Todas las tardes, también, volvía fatigado o con los vestidos húmedos. Esto apenaba a la esposa de tal modo que una noche le dijo: "Esposo mío: a diario tienes que vagar por lugares y bosques sombríos. Cada anochecer te trae a tu hogar rendido de cansancio. ¡Qué triste oficio el tuyo! Atiende mi consejo. Si me traes sólo doscientos rublos tendrás oro en abundancia y no trabajarás tan duramente." Yuri se dirigió a sus amigos y les pidió dinero hasta reunir los docientos rublos, que entregó a su esposa. Ésta adquirió sedas y bordados y luego le dijo a Yuri: "Ahora ruega a Dios y vete a descansar. La mañana es más sabia que la noche."
El arquero se acostó y su mujer salió al balcón, donde abrió su libro de magia. Al instante aparecieron ante ella dos hermosos jóvenes, que después de saludarla dijeron: "¿Por qué nos has llamado? ¿Qué deseas?" "Tomad estas sedas y estos bordados y hacedme una alfombra, tan maravillosa, que otra igual no pueda encontrarse en el mundo. En el tejido ha de verse este poderoso reino con sus grandes ciudades, sus pequeñas aldeas, sus montes de púrpura y sus lagos de plata, que duermen bajo el sol." Los jóvenes obedecieron, y, ¡oh prodigio!, no en una hora, sino en diez minutos, tejieron la alfombra. Se la entregaron a la esposa del arquero y desaparecieron. A la mañana siguiente dijo la mujer al marido: "Vende esta alfombra en el mercado. No pidáis precio; toma el que te ofrezcan." Yuri tomó la alfombra y se fué a la plaza. Un mercader se acercó a él apresuradamente, y le dijo: "¡Eh! ¡Buen hombre! ¿Vende usted esa alfombra?" "Sí, la vendo." "¿A qué precio?" "Es usted mercader. Diga usted mismo el precio." El mercader se llevó la manos a la cabeza y se puso a pensar. Pero no se decidía a valuar la prenda. Llegó un segundo mercader, un tercero, un cuarto comprador, y se reunió, al fin, una gran muchedumbre. Todos se mostraban admirados de la belleza de la alfombra; pero ninguno se atrevía a hacer la olerla. El primer ministro del Zar fué también al mercado, y al ver en él tanta gente reunida bajó del coche, y exclamó: "¡Salud a todos, mercaderes, vendedores y traficantes que cruzáis los mares! ¿Por qué estáis reunidos y sobre qué discutís?" Le explicaron la causa, y el primer ministro, ante prenda tan rica, no pudo tampoco reprimir su asombro: "Arquero, di la verdad. ¿Dónde has encontrado esta maravillosa alfombra?" "Me la dió mi esposa." "¿Qué pides por ella?" "No lo sé siquiera. Mi mujer me dijo que no pidiera nada, sino que cogiera aquello que me fuese ofrecido." "He aquí diez mil rublos." El arquero cogió el dinero, entregó la alfombra al primer ministro y volvió al lado de su mujer.
El tal ministro, muy amado del Zar, comía y bebía en su mesa, y cuando fué al palacio aquella noche llevó consigo la alfombra. Le dijo: "Dígnese mirar Vuestra Majestad esta maravilla que compré hoy en la plaza del mercado."
El Zar se fijó en la prenda, y vió extendido ante sus ojos el reino que gobernaba,con sus grandes poblaciones, sus pequeñas aldeas, sus montes de púrpura y sus lagos de plata, dormidos bajo el sol, reproducido todo de tal manera, que parecía caber en el hueco de su mano. Lleno de entusiasmo, exclamó: "Nunca pude imaginarme que hubiese artista capaz de tejer una prenda así. Pide lo que quieras, consejero; mas esta alfombra ha de ser del Zar." Entregó al primer ministro veinticinco mil rublos, y, en cuanto a la alfombra, la hizo colgar de la pared de su cuarto.
El primer ministro pensó: "Compraré para mí otra alfombra mejor que esta." Montó a caballo, y atravesando colinas y valles, llegó a la casita del arquero. Cuando vió a la esposa de éste, olvidó quién era y la causa por la cuál había cabalgado con tanta prisa. Tan grande era la belleza de aquella mujer, que el primer ministro no podía dejar de mirar. Pensaba: "¿Dónde se ha visto alguna vez o se ha oído decir que un simple arquero posea tal tesoro? Yo soy un noble que camina a la derecha del Zar y hasta ahora jamás había contemplado rostro tan puro." Se recobró, al fin, y regresó lentamente a su casa. Desde aquel día recordaba constantemente a la esposa del arquero de tal modo, que vivía sólo para aquel recuerdo. El Zar se percató al fin del estado de ánimo de su primer ministro y le interrogó: "¿Por qué estás turbado? ¿Cuál es la pena que te oprime?" Contestó el primer ministro: "Majestad, he visto a la mujer del arquero y no hay nada que desde entonces pueda traerme la paz." El Zar sintió curiosidad por contemplar la causa de tal desazón, y ordenó a su coche que lo llevara a la casita del arquero. En aquel instante, la esposa estba sentada en el telar, más radiante que el sol. Todo aquel que la miraba, fuese joven o viejo, siervo que dejara su cabaña o Zar que abandonase el trono, se veía obligado a arrodillarse ante ella, a rendirle homenaje. Sintió el Zar que el corazón se le agrandaba en el pecho por el amor y pensó: "¿Por qué he de permanecer soltero, cuando puedo conquistar a esta mujer y hacerla mía? ¿Qué ha de importarme que sea esposa de arquero? Su belleza está hecha para pertenecer al Zar."
Volvió a palacio, llamó a su primer ministro y le dijo: "Me has hecho contemplar la belleza de la esposa del arquero y ahora debes librarme de su esposo. Si no me sirves en esto, aunque seas en otras cosas mi más fiel servidor, te haré colgar del palo de un patíbulo." El primer ministro se alejó de la presencia del Zar con el corazón apesadumbrado, pues no sabía cómo librar al Zar de Yuri el arquero. Recorrió muchos lugares en busca de una estratagema salvadora, y por fin se encontró con Baba Yaga, montada sobre su cerdo Svinka. Esta le habló: "¿Yo te saludo, servidor del Zar! Veo que tu corazón está lleno de pesadumbre. El Zar te ha ordenado que le libres de Yuri, el arquero. Eso es fácil, porque se trata de un alma sencilla. Su esposa es hábil; le encomendaremos, sin embargo, una tarea difícil que favorezca tus propósitos. Vuelve a tu palacio y dile al Zar que en cierto país remoto hay una isla y en ella una cabra con alas de oro que come miel y bebe ríos de leche. No hay persona humana que la haya contemplado. Hagamos que el Zar apareje una vieja nave abandonada desde hace más de treinta años, cuyo casco está carcomido por el tiempo. Que reúna una tripulación de cincuenta marineros, entre pícaros y beodos, y que Yuri, el arquero, dirija ese barco. El arquero deberá llegar hasta la cabra de las alas de oro en un plazo que no sea corto ni largo, tres años aproximadamente. La nave resistirá una semana o un mes; pero, al fin, marinos y arquero han de perecer."
El primer ministro se regocijó con las palabras de la bruja Baba Yaga y le regaló oro y un collar de plata dorada para su cerdo. Volvió de prisa a presencia del Zar, que estaba sentado en su trono con las cejas fruncidas y el rostro sombrío. Tomó la palabra el primer ministro y explicó lo sucedido. El Zar, entonces, ordenó al almirante de su flota que aparejase una vieja nave, como la señalada por la bruja, que reuniese provisiones para seis meses y que dotara al buque de una tripulación de pícaros y beodos. El almirante reclutó, en posadas y tabernas, una marinería tan pintoresca que excitaba a risa. Uno de los marineros contemplaba el mundo con un solo ojo; la nariz del segundo estaba torcida, de tal manera que la parte superior miraba hacia el Este y la inferior al Oeste. El tercero era de tan monstruosa gordura que, al andar, parecía balancearse, como si la tierra temblara bajo su paso.
Cuando la nave estuvo aparejada, el Zar llamó al arquero y le dijo: "Tú eres el más bravo de mis hombres; por lo tanto, quiero que me hagas un favor. Existe una isla remota, en la cual hay una. cabra con alas de oro. Come miel y bebe ríos de leche y no ha sido contemplada jamás por persona alguna. Yuri, el arquero, ¡tráeme viva la cabra de las alas de oro!" El arquero se quedó en pie, confundido. Añadió el Zar con voz atronadora: "Piénsalo; pero si no aceptas, tu cabeza rodará al golpe mortal de mi espada." Yuri se inclinó ante el Zar y por la noche volvió a su hogar. Pero no le dijo nada a su esposa por no entristecerla.
Ella le preguntó: "¿Por qué estás apesadumbrado? ¿Qué pena nubla tu frente?" Yuri le contó entonces su cuita.
"Amado mío -dijo la mujer, no te disgustes. Ruega al Señor y échate a dormir. La mañana trae una sabiduría que la noche no conoce."
El arquero durmió, en efecto. Su esposa salió al balcón y abrió el libro mágico y por segunda ven aparecieron ante ella los dos hermosos jóvenes, que se inclinaron diciendo: "¿Qué es lo que necesitas? ¿Qué quieres que hagamos?" "Quiero que atraveséis veintinueve reinos y que del trigésimo me traigáis viva la cabra de las alas de oro." Contestaron los muchachos: "Antes del amanecer estará aquí." Y con la rapidez del aire viajaron hasta la isla indicada. Poco después aparecían con la cabra de las alas de oro. La esposa del arquero despertó a éste, diciéndole: "¡Fíjate! La cabra se pasea por el jardín. Llévala al barco, navega durante cinco (lías y al sexto vuelve a tu hogar." Yuri colocó la cabra en un cofre de madera de cedro y la llevó bordo. Los marineros preguntaron: "¿Qué es lo que hay en el cofre?" El arquero contestó: "Toda clase de provisiones y viandas, pues es largo el camino y aquel que se previene para la tempestad puede burlarse de su fiereza." Llegó la hora de hacerse a la mar. Las trompas sonaron, las blancas velas fueron desplegadas y una gran muchedumbre se reunió en el puerto. El Zar mismo bajó para despedir a Yuri el arquero. El viejo barco navegó sobre el mar azul durante cuatro días; al quinto ya no se veía la costa. El arquero ordenó que una barrica de vino donde cabían nueve mil quinientos veinte litros fuera llevada sobre el puente y gritó a los marineros: "¡Bebed hermanos! ¡No temáis rebasar la medida! ¡Bebed sin tasa!" Bebieron, efectivamente, los tripulantes de tal modo que, a pesar de estar muy acostumbrados, se rindieron al sueño esparcidos sobre cubierta. El arquero cogió el timón y el barco volvió con rumbo al puerto de partida.
Todas las mañanas, antes de que los marineros pudieran darse cuenta de la maniobra de Yuri, una gran barrica era llevada sobre el puente y el arquero exclamaba: "¡Festejad y bebed, hijos míos! La travesía es larga y el vino confortará vuestro ánimo." Y de nuevo caían los marineros en la embriaguez y el sueño. Al undécimo día de navegación el barco llegó al puerto de partida con la bandera desplegada. El Zar oyó un inmenso clamoreo y bajó al muelle. Allí estaba el pueblo congregado, lleno de júbilo por el triunfo de Yuri. El Zar, en cambio, bramaba de ira "¿Cómo te atreves tú, infiel bribón, a mostrarte ante mí antes del tiempo señalado?" El arquero contestó: "Majestad, sois el Zar y yo os he sido fiel. Un tonto podría navegar siete años sin resultado. Nosotros en once días hemos cumplido vuestro encargo. ¡Examine Vuestra Majestad la cabra de las alas de oro!"
Diciendo esto abrió el arca de madera de cedro, y la cabra apareció con las alas de oro brillantes bajo el sol. Al verla el Zar, no tuvo más remedio que permitir a Yuri que volviera al lado de su esposa. A los marineros se les concedió licencia por seis años.
El Zar, negro de rabia, ordenó a su primer ministro que se presentara ante él. Exclamó: "¿Soy yo el Zar, o un tonto de quien te has burlado con palabras necias? Abandona el palacio y no te presentes ante mí como no hayas encontrado un medio de acabar con Yuri, el arquero." El primer ministro se fné en busca de la bruja Baba Yaga, a la que encontró montada sobre su cerdo Svinka. Le preguntó: "¿Cuál es ahora tu consejo, Babushka? El arquero ha vuelto y ha traído consigo la cabra de las alas de oro." "Sin embargo, el arquero es un hombre sencillo. Su esposa, en cambio, está llena de astucia. Es preciso inventar otra cosa. Háblale al Zar y dile que mande a Yuri el arquero a un lugar que nadie conoce, para traer de él lo que nadie sabe. Es éste un trabajo que puede necesitar cien años y, al cabo, volverá Yuri con las manos vacías, o no volverá más." El primer ministro regaló a la bruja monedas de oro, y para el cerdo Svinka un arnés de plata dorada, del cual colgaban mil campanitas de plata. Volvió de prisa a presentarse ante el Zar, que se animó al escuchar el consejo de la hechicera. Poco después mandó comparecer a Yuri, el arquero. Le dijo: "Tú eres mi mejor arquero. Has conseguido traerme la cabra de las alas de oro y necesito de ti un nuevo servicio. Vete al lugar que nadie conoce y tráeme lo que nadie sabe. Si no quedas bien ahora, mi espada mortal caerá sobre tu cabeza."
El arquero volvió al hogar más triste que nunca. Su esposa le preguntó: "¿Por qué estás triste, querido mío? ¿Qué penas te atormentan?" Él contestó: "Una pena pasa y viene otra. El Zar me ha ordenado que vaya al lugar que nadie conoce a traerlo que nadie sabe. Es ésta una tarea en la cual podría trabajar siglos y siglos y al fin no habría conseguido nada. Tu belleza ha traído mi desgracia."
"Éste es, sin duda, un servicio difícil -contestó la esposa. Nueve años tardarás en llegar y nueve necesitarás para volver. Sólo Dios, el Padre, puede decir si después servirá para algo. Sin embargo, ruega al Señor, acuéstate y duerme. La mañana es más sabia que la noche."
El arquero se acostó y su esposa salió al balcón con el libro de magia abierto. Aparecieron los jóvenes y la mujer les preguntó: "¿Podéis ir al lugar que nadie conoce?" Los jóvenes respondieron: "No." Y de nuevo se hicieron invisibles.
A la mañana siguiente despertó la esposa del arquero a su marido y le dijo: "Vete a presencia del Zar y pídele dinero en oro para tu viaje." El arquero llegó hasta el Zar, que le dió una bolsa repleta de oro. La esposa le entregó una bola de cristal y añadió: "Toma esta bola de cristal, y cuando llegues a la puerta de la ciudad échala delante de ti, síguela por dondequiera que te conduzca y que Dios guíe tus pasos." Se despidieron y Yuri echó a rodar la bola delante de él.
Anduvo una semana, dos, tres. Pasaron varios meses. Llamó entonces el Zar a su primer ministro y le dijo: "El arquero vaga por el mundo y no volverá vivo de esta prueba. Además, lleva oro que será codiciado por los salteadores, los cuales, para quitárselo, le darán muerte. Si no es así, se morirá o será devorado por las fieras. Por lo tanto, tráeme a la esposa del arquero."
El primer ministro obedeció la orden y se presentó ante la esposa del arquero. Le dijo: "Te traigo los saludos del Zar, que te ordena comparezcas ante él." Así lo hizo, y el Zar, al verla, la llevó de la mano por lujosas estancias, hasta que, al fin, llegaron al trono de oro, en el fondo de una sala inmensa. El Zar le dijo: "Quiero casarme contigo y que seas mi Zarina."
Contestó la esposa del arquero: "Sois el Zar y no puedo contra-deciros. Pero ¿cuándo se ha visto que una esposa sea separada de su marido en vida de éste y casada con otro? Es, en verdad, un humilde arquero, pero es mi marido a los ojos de Dios." Se oscureció la frente del Zar y exclamó: "Yo te he hablado con bondad y tú me desafías; si no cedes, recurriré a la fuerza."
Una sonrisa se dibujó en el rostro de la esposa del arquero. Golpeó el suelo con un pie y se convirtió en una tórtola, que salió, ligera, por la ventana.
El arquero atravesó muchos países y admiró muchos paisajes. La bola continuaba rodando ante él. Cuando llegaba a un río, la bola se alargaba inmensamente hasta convertirse en un brillante puente de cristal, sobre el que pasaba el viajero sin mojarse los pies. Cuando estaba cansado, la bola se convertía en un lecho de pluma de cisne. Un día se encontró frente a una montaña desolada y árida donde se abría un abismo. La bola rodó hasta él y desapareció en el fondo de la sima. Yuri se percató de que había llegado al fin de su viaje. Siguió andando y entró en una caverna abierta en la falda del monte, tan oscura, que cayó de rodillas y buscó a tientas algo donde apoyarse. Entonces se hizo la luz y aparecieron dos viejos gritando: "¡Eh! ¡Shmat-Bazum! ¡Que empiece la fiesta!"
Inmediatamente, en el centro de la estancia apareció una mesa con sabrosas viandas y vinos generosos, mientras unos laúdes dejaban oír delicadas melodías. Los viejos comieron, bebieron, se regocijaron y al fin gritaron de nuevo: "¡Eh! ¡Shmat-Bazum! ¡Qué acabe ya la fiesta!" Antes de que el arquero pudiera respirar, cesó la música, desapareció la mesa con sus fuentes y botellas, se apagaron las luces y el lugar quedó tan tenebroso como al principio. Después el arquero oyó gritar: "¡Eh! ¡Shmat-Bazum! ¡Guarda bien la caverna hasta que volvamos! "
Apenas hubieron desaparecido, el arquero gritó a su vez: "¡Eh! ¡Shmat-Bazum! ¡Prepara otra vez la fiesta!" En un segundo volvió a iluminarse la estancia y una mesa con viandas y vinos apareció ante los ojos regocijados de Yuri. El arquero exclamó: "Excelente Shmat - Bazum, ven y cena conmigo. Una fiesta que se comparte con alguien resulta más deliciosa." Contestó una voz: "¿Qué ángel del Señor me ha mandado aquí? Durante treinta años he servido a esos viejos avaros y nunca me han pedido que cene con ellos."
El arquero miró en su derredor, arriba, abajo, y, no viendo a nadie, se maravilló. Mas, al final de la mesa, notaba que los platos se vaciaban y que el rojo vino desaparecía. Entonces pensó que Shmat-Bazum participaba con él del festejo. Cuando hubieron comido y bebido dijo el arquero: "¡Óyeme, Shmat - Bazum! Has debido de languidecer mucho tiempo en esta caverna. ¿Quieres viajar conmigo? Tú servicio será fácil."
"¿Por qué, no, mi amo? Estoy cansado de la montaña y usted es un muchacho bondadoso." "Entonces, recoge todo esto y vámonos." El arquero salió de la caverna, situada en la falda del monte, y vió que nadie le seguía. Preguntó, sin embargo:
"¿Estás aquí, Shmat - Bazum?"
"Sí, mi amo; aquí estoy. No dudes nunca de mí. Yo no te dejaré."
El arquero repuso: "Está bien." Y volvió su rostro hacia el hogar. Anduvo con pies ligeros y ojos brillantes, hasta que, al fin, el cansancio le rindió. Dijo entonces: "Oh, Shmat - Bazum! ¡Si supieras cómo me duele hasta la médula de los huesos! Creo que sa caerán mis piernas si doy un paso más."
"Mi querido amo, ¿por qué no me dijiste eso hace tiempo? Mis brazos son fuertes, y puedo llevarte a donde quieras."
Sintió entonces el arquero que era cogido, como por un torbellino, con tanta rapidez a través del aire, que su gorro se le escapó. Gritó entonces: "¡Detente, Shmat - Bazum! ¡He perdido mi gorro!"
"Entonces está completamente perdido, mi amo. Lo hemos dejado a cinco mil "verstas" de distancia.
Atravesaron ciudades, aldeas, montes, ríos y bosques, hasta que, al fin, llegaron al mar azul.
Shmat - Bazum dijo: "Aquí, mi amo, si tú lo quieres, te construiré una casa de oro para el verano. En ella, con toda comodidad, podrás esperar la buena fortuna." El arquero contestó: "Sea como tú dices." Bajaron hasta el mar y, donde hacía un momento jugaban las olas, se formó una isla. En medio de ella se levantó una casa de verano, con muchas ventanas, que miraban hacia el mar. Shmat-Bazum dijo al arquero: "Entra y descansa. Luego interroga el horizonte, verás venir de lejos tres galeones. Sus capitanes desembarcarán; tú debes darles la bienvenida y ofrecerles una fiesta en su honor.
Tratarán, entonces, de comprarme, pagando por mi persona todo el oro que sus barcos puedan llevar. Tú no aceptes, sin embargo, y no me entregues a ellos sino a cambio de tres tesoros, que obran maravillas. Hazte poseedor de ellos, y déjalos que se apoderen de mí; yo volveré a tu lado cuando haga falta."
El arquero se echó a dormir y se levantó libre de la fatiga de tan larga jornada. Vió, entonces, que tres galeones navegaban con rumbo a la isla. Los tres mercaderes, al ver la isla y el palacio, exclamaron: "¿Qué milagro es éste? Hemos navegado por estos mares durante treinta años y jamás hemos visto aquí otra cosa que cielo y mar. ¡Ahora nos encontramos una isla y un palacio de oro! ¡Acerquémonos, hermanos, a esta maravilla!" Llegaron, en efecto, a la isla; echaron anclas, y los marineros lanzaron al agua un bote, que condujo a tierra a los tres capitanes. Yuri estaba en pie sobre las gradas de su casa. Los mercaderes dijéronle: "Salud, amigo." "Salud también para vosotros viajeros que llegáis de tan lejos; os doy la bienvenida. Entrad para descansar el cuerpo y el espíritu."
Apenas entraron, el arquero exclamó: "¡Eh! ¡Shmat-Bazum! ¡Prepara el festejo!"
En seguida apareció una mesa cargada de viandas tan suculentas y vinos tan ricos que los mercaderes confesaron no haberlos probado jamás. Comían, bebían y se miraban entre sí llenos de extrañeza.
Cuando terminó el banquete, los mercaderes dijeron a Yuri: "Tenéis, en verdad, un sirviente incomparable en este Shmat-Bazum, y hemos pensado comprároslo. Si nos lo cedéis, será vuestro todo el oro que nuestros barcos pueden traer de los mercados de Asia." El arquero contestó: "Todo el oro que puedan traerme y todo el que dejéis detrás de vosotros no me bastará para vender a Shmat-Bazum." Los mercaderes se reunieron en consejo y volvieron a tomar la palabra: "Aunque creáis tener en Shmat-Barum un tesoro único, poseemos nosotros, no una, sino tres maravillas que valen tanto como él. ¿Queréis cambiar vuestro criado por una de ellas?"
"¿De qué maravillas habláis?" El primer mercader sacó del bolsillo un pequeño cofre de marfil y lo abrió. Entonces la isla se convirtió en un hermoso jardín, donde se oía el dulce piar de los pájaros. Cerró la caja y el jardín desapareció. El segundo mercader presentó un hacha de cobre. Golpeó la pared con ella y, ¡oh maravilla!, apareció un barco. Volvió a hacerlo y apareció un segundo buque. Cien veces repitió el golpe y cien barcos surcaron los mares, mientras los marinos subían al palo, los cañones saludaban con salvas y el capitán de cada nave se inclinaba ante el mercader esperando sus órdenes. Mas el marino volvió a meter el hacha en su bolsillo y barcos, marineros y capitanes desaparecieron como una nube. El tercer mercader hizo sonar una trompeta de oro y, de repente, un ejército numeroso apareció ante sus ojos. Tocó por segunda ver y apareció un segundo ejército. Cincuenta veces tocó y cincuenta ejércitos, con materiales y vituallas, se disponían a entrar en combate. En los cascos de los oficiales flotaban las plumas, las cornetas sonaban, los ayudantes de campo corrían de aquí para allá y el general saludaba al mercader esperando sus ordenes. Pero el mercader sopló en el otro lado de la trompeta y todo se esfumó como un sueño.
El arquero dijo: "Vuestros tesoros son maravillosos, en efecto, y dignos de excitar la codicia ajena.
La flota y la milicia son elementos necesarios para un Zar; mas ¿para que pueden servirle a un simple soldado como yo? Sin embargo, si me dais los tres tesoros, podéis llevaros a mi sirviente."
"No, esto es demasiado. El valor de Shmat-Bazum no es tan grande para tanto sacrificio." "Así será. Pero yo lo cedo solamente a cambio de los tres tesoros." Los tres mercaderes se reunieron en consejo y, por fin, pensaron: "¿Para qué nos sirven jardines, milicias y flota? Con Shmat-Bazum podemos vivir, rodeados de lujo, el resto de nuestra vida y librarnos de los peligros y trabajos de nuestra profesión. Es un buen cambio."
Dieron sus tesoros al arquero y gritaron: "¡Eh, Shmat-Bazum! ¿Quieres venir con nosotros?" Contestó éste: "¿Por qué no? Lo mismo me da servir a un señor que a otro."
Los mercaderes volvieron a bordo de sus barcos y ordenaron a Shmat-Bazum que preparara para ellos y toda la tripulación una fiesta de las suyas. Obedeció Shmat-Bazum y la orgía duró tres días y tres noches. La noche última no quedaba un hombre que no estuviera ebrio.
Mientras tanto Yuri, solo, sentado en su palacio, suspiraba diciendo: "¿Dónde estarás tú, Shmat-Bazum, mi incomparable sirviente?" La voz de Shmat-Bazum, resonó en sus oídos: "Amo, aquí estoy." El arquero se regocijó y dijo: "Vayamos más lejos."
Apenas habían salido estas palabras de su boca, fué llevado por un torbellino a través de los aires.
Los mercaderes despertaron y llamaron: "¡Eh! Shmat-Bazum! ¡Vete al diablo con tus milagros! Trae por aquí una brisa para refrescar nuestras cabezas."
Pero nadie respondía a sus demandas. Al fin miraron hacia la isla y vieron que allí no había nada. Exclamaron entonces: "¡Ay. de nosotros, hermanosl! Hemos sido engañados por un bribón."
Al fin, aburridos de tantas lamentaciones estériles, atravesaron de nuevo el mar azul. En cuanto al arquero, llegó pronto a su reino y pidió a Shmat-Bazum que lo dejara en un sitio desierto junto al mar. Después le preguntó: "¿Puedes construirme aquí un palacio real, Shmat-Bazum?" "¿Por qué no? Es cuestión de un instante."
Allí, a orillas del mar azul, se levantó un palacio de mármol resplandecien-te, dos veces más hermoso que el del Zar. Yuri abrió su arca de marfil y un jardín se desplegó alrededor del palacio. Florecían en él alegres flores, los pájaros cantaban dulces melodías. Mientras el arquero miraba el jardín sentado al lado de su ventana, pasó ante ella una paloma blanca como la nieve. Cayó al suelo y se convirtió en la hermosa esposa del arquero. Regocijáronse ambos, se besaron y abrazaron, y después Yuri relató los peligros de su jornada. Ella le contestó: "Desde que te marchaste, una paloma volaba por los campos hasta los bosques y vigilaba el mar azul para verte llegar." A la mañana siguiente el Zar salió al balcón de palacio y vió, con extrañeza, que enfrente había otro más hermosos que el suyo. Gritó con voz atronadora: "¿Qué orgulloso esclavo es este que edifica su casa en el mismo terreno del Zar? ¡Que lo traigan a mi presencia!"
El más rápido de sus criados corrió al palacio de mármol y regresó aún con más prisa. Se postró ante el Zar y exclamó: "Majestad, vuestro arquero Yuri ha vuelto y vive con su esposa en el palacio de enfrente."
El Zar sintió tal ira, que todo el que le oía temblaba. Ordenó a sus soldados que se dirigieran al palacio rival y acabasen con él, castigando con la muerte al arquero y a su esposa.
El arquero vió avanzar el ejército enemigo y golpeó la pared con su hacha mágica. Cien veces lo hizo y cien barcos se balancearon sobre las olas. Los capitanes colocados a la derecha de Yuri, esperaban sus órdenes.
Tocó entonces la trompeta mágica un centenar de veces. Cien ejércitos de caballería e infantería formaron ante la escalera exterior del palacio. Un general esperaba órdenes a la izquierda de Yuri. El arquero ordenó que sus ejércitos empezaran la batalla. Las trompetas y los tambores dejaban oír sus sones de guerra y las espadas relucían al sol. La infantería de Yuri cayó sobre el ejército del Zar y la caballería persiguió al enemigo muy de cerca. Muchos soldados fueron exterminados y los que escaparon a las espadas cayeron prisioneros. Los barcos entonces cañonearon la ciudad del Zar y cuando éste contempló la triste retirada de sus fuerzas, montó sobre su corcel negro y cabalgó hacia el lugar de la lucha. El arquero, sobre un caballo blanco, se fué en busca del Zar. Ambos lucharon con denuedo. Al fin el Zar cayó para siempre y sus consejeros y generales se dirigieron a Yuri el arquero, diciéndole: "Habéis vencido a nuestro Zar. Gobernad nuestro reino."
Así se convirtió el arquero Yuri en el Zar de aquel reino y su esposa en Zarina. Shmat-Bazum, su criado, siguió sirviéndoles fielmente, y a diario ocupaba un lugar en la mesa de sus soberanos.

0.062.1 anonimo (rusia) - 054

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