Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 24 de octubre de 2014

El lince y el topo

En aquel bosque todos los animales eran presumidos. Se pasaban la mayor parte del día acicalándose y criticando a los demás.
-¿Has visto qué feos son los ratones? -se preguntaban los conejos. No comprendo cómo no se cuidan un poco.
Los ratones los miraban con compasión y se decían:
-No merece la pena contestarles. ¿Cómo no se darán cuenta ellos de que sus hocicos son de lo más repelente que existe en este bosque?
-¿Qué podemos hacer nosotros? Los pobrecitos parecen estar ciegos.
-¿Por qué no se miran en el ser que lo refleja todo? -preguntaba, asombrado, un ratón joven, y todos los demás se encogían de hombros.
El ser que lo refleja todo era un lago de aguas tan cristalinas que podían contarse las arenas de su fondo. El era la causa de que todos los animales fueran tan remilgados. Si sus aguas hubieran sido más turbias, a ninguno se le hubiera ocurrido mirarse en él.
-¡Ojalá nunca se seque este lago! -repetía sin cesar el búho.
-¡Ni se te ocurra decir una cosa así! -le reñían los jabalíes. ¿Cómo podríamos saber entonces si nuestros rabos están bien enroscados?
-Eso, eso -afirmaba son decisión una jabalina joven. Entre nosotros un rabo bien enroscado es lo más hermoso que existe.
Entonces se oyó una risotada y miraron hacia abajo. Como les gustaba tanto mirarse en el lago, todos los animales de aquel bosque habían aprendido a subirse a los árboles.
-¡Los jabalíes hermosos! ¿En qué cabeza cabe una cosa así? El que eso decía era un lince de pelambre larga.
-¿Es que no tienes ojos? -le preguntó un verraco ya viejo. Mira en el ser que lo refleja todo y te convencerás.
El lince montó en cólera. Sacudió el árbol y el jabalí cayó al suelo. Después se lo comió tranquilamente.
-¿Alguien más está de acuerdo con él? -preguntó, cuando hubo terminado, y todos los animales negaron con la cabeza.
De esta forma, el lince se fue haciendo notorio en el bosque. En cuanto le veían acercarse, dejaban de alabarse y decían con ansiedad:
-El lince es la bestia más bella que existe. ¿No os habéis fijado en su caminar rápido y en su dorada pelambre? Parece como si el sol hubiera surgido de ella.
El lince se inflaba como las nubes en época de tormentas.
-Así me gusta -decía, complacido. Me halaga saber que, por fin, habéis entrado todos en razón.
Pero había un animal que no se sometió a tan extravagante tiranía: el topo. En aquella época el topo vivía en lo más alto de los árboles. Aun así, por mucho que los moviera, el lince no conseguía dar con él por tierra.
-Es un bichejo demasiado atrevido -decían algunos. Acabará mal de seguir así.
-Es un valiente -afirmaban otros con respeto, pero en seguida se echaban atrás, porque el lince tenía espías en cada rama.
Todos los animales, sin embargo, odiaban al topo. El era el único que no se miraba en el ser que lo refleja todo. Tampoco perdía el tiempo en acicalarse y en presumir. Lo suyo era comer hojas en las copas más altas de los árboles.
-¡Eres despreciable! -le gritaban los pájaros. ¿Por qué no haces como todos los demás animales de este bosque?
-Tengo los ojos pequeñitos -respondía el topo. Si quisiera mirarme en el lago desde aquí, no me vería -pero no le creían.
Sin embargo, era verdad. Bastaba fijarse en sus ojos para comprobarlo. Las oropéndolas lo sabían bien y le gastaban bromas muy pesadas. A veces se quedaban suspendidas en el aire y el pobre topo se creía que estaban posadas sobre una rama. Entonces, como quien no quiere la cosa, comentaban a voz en grito.
-¿Has visto qué hojas más hermosas?
-Sí. ¡Lástima que a nosotras no nos gusten tanto como a los topos! -y se echaban a volar.
El topo iba corriendo en seguida al lugar en el que habían estado posadas. Pero, como en realidad no había ninguna rama, caía al suelo. Tantas veces le jugaron esta mala pasada que decidió quedarse a vivir en la tierra.
-Cavaré galerías -se dijo, entristecido. Así nadie me molestará -y, en vez de hojas, empezó a alimentarse de hormigas.
El lince se alegró mucho de lo que habían conseguido las oropéndolas.
-Después de mí sois las más hermosas de este bosque -dijo, orgulloso, y las aves se lo agradecieron con el mejor de sus trinos.
Pero no estaba satisfecho. Odiaba al topo, porque era diferente.
-Te ayudaremos nosotras -le dijeron un día las arañas-. Pero no queremos que le hagas ningún daño; sólo que le castigues.
Entonces tejieron una larga soga con su tela y se la ataron al topo en una pata. Tiraron con todas sus fuerzas y le sacaron de su madriguera.
-¡Ya está bien, ya está bien! -gritó el lince. No le arrastréis más. Ahí está bien -y le tiró un nido abandonado de pájaro.
Pensaba que el golpe le aturdiría y así podría comérselo tranquilamente. Pero erró el golpe. Además, como el nido estaba lleno de hormigas, el topo se dio un banquetazo.
-Gracias -dijo, cuando se hubo saciado. Espero que repitas este juego más de una vez -y el lince se quedó rechinando los dientes de rabia.
Un día, un pez que vivía en otro lago llegó al ser que lo refleja todo. Había nadado con enorme dificultad a lo largo de un pequeño arroyuelo que los unía. Aunque era casi un alevín, sólo pensaba en vengarse. Estaba celoso del ser que lo refleja todo, porque los animales se miraban en él y no en el lago en el que había nacido.
-¿Cazar a un topo? -dijo en una ocasión en que el lince estaba bebiendo agua. Es lo más sencillo del mundo. Sólo los tontos y los feos son incapaces de hacerlo.
-¿Cómo te atreves? -aulló el lince. ¿No sabes que aquí todo el mundo me respeta? Te daré el castigo que mereces.
Pero, al meter la zarpa en el agua, el pez nadó en otra dirección y ni siquiera le rozó.
-No es para ponerse así. ¿No te das cuenta? Cada cual vale para lo que vale -dijo, cuando comprobó que el amor propio del lince había sufrido una severa derrota. Vuelvo a repetírtelo: Cazar a un topo es la cosa más fácil de mundo.
-Sí, pero ¿cómo lo haces tú? Porque los topos excavan galerías bajo tierra y no se les puede echar mano.
El pez entonces le entregó el ojo de una trucha que acababa de morir y dijo:
-Cuando sople el viento del norte, concentra los rayos del sol sobre unas hojas secas y verás cómo el topo cae en tus manos.
El lince esperó con impaciencia que se levantara el viento del norte. Por fin, una tarde las ramas de los árboles comenzaron a bambolearse hacia el sur. El lince cogió el ojo de la trucha y concentró sobre unas hojas los rayos del sol. Inmediatamente surgió el fuego.
-¿Qué es esto? -se preguntó, asustado, y empezó a correr.
Todos los animales se pusieron a gritar, pero el viento era muy fuerte y en seguida las llamas les cercaron. Sólo el lince pudo salvarse, porque fue el primero que inició la huida.
--¿Qué he hecho? -se decía, desesperado. ¿Por qué me habré dejado engañar por un animal tan malvado como el pez?
Mientras lloraba amargamente, vio que la tierra se removía y apareció la picuda cabeza del topo.
-¿También tú te has salvado? -le preguntó casi sin aliento.
-¿Salvado? -el topo parecía extrañado. Me he dado el mejor banquete de mi vida. Las hormigas asadas están riquísimas. Te digo que el fuego es un gran invento.
El lince comenzó entonces a imaginar lo sabroso que estaría un conejo churruscadito y se dijo:
-Si él, que es tan feo, ha logrado salvarse de las llamas, ¿por qué no puedo hacerlo yo también, que soy mucho más guapo? -y regresó al bosque.
Nunca más se supo de él. El topo, por su parte, continuó excavando galerías en el seno de la tierra. Allí, en la oscuridad, iba diciendo a las orugas:
-¿Para qué necesita espejos quien sabe cómo es su corazón? -y las orugas asentían con la cabeza.

0.005.1 anonimo (china) - 049

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