Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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miércoles, 22 de octubre de 2014

El lenguaje de los pajaros

Aquel bonzo había nacido en He-Nan, pero como era mendigo, conocía todo el país. Lo había recorrido ya varias veces, porque nunca se quedaba en un lugar más de dos días. Pasaba, por tanto, más tiempo en los caminos que en lugar habitado. Así fue como, poco a poco, fue entendiendo el lenguaje de los pájaros. Al principio creía que eran revelaciones de los espíritus, pero pronto cayó en la cuenta que ellos no podían hablar de cosas tan banales.
-¿Habéis visto qué calva más ridícula tiene ese hombre? -oyó decir un día a un grupo de cuervos, al verle pasar.
Y a partir de entonces comprendió que los pájaros también hablaban de él.
Quizá porque prestaba más atención a lo que las aves decían, el lenguaje del bonzo se había tornado más directo e incisivo. Tanto que los habitantes de los lugares por los que pasaba comenzaron a tomarle por loco.
-Debes tener cuidado -le aconsejó un anciano de su mismo monasterio. Esa forma de hablar te puede traer problemas. Hay cosas que conviene decir siempre dando rodeos, porque el corazón humano es tan débil como la belleza.
Pero el bonzo no le hizo caso y continuó diciendo lo primero que le venía a la boca.
Un día llegó a una pequeña ciudad que conocía muy bien su manera de ser. Dos amigos comentaron al verle:
-Ya está aquí ese pelmazo. La verdad es que no sé cómo le aguantamos. Deberíamos darle una paliza por sus insolencias.
Pero, cuando fueron a ponerle las manos encima, le vieron tan cansado que les dio lástima.
-Lo dejaremos para otra ocasión -dijeron. Al fin y al cabo, no hace ningún mal a nadie.
Y le dieron dos monedas de plata.
El bonzo estaba tan agradecido por su generosidad que les tradujo lo que acababan de decir dos vencejos. Se habían asustado al ver acercarse a los dos hombres, pero el bonzo oyó claramente su conversación.
-La casa nueva será devorada por el fuego -dijo en tono solemne, y los dos hombres se burlaron de él.
Pero no había declinado el día cuando, en efecto, desapareció, devorada por las llamas, la casa a la que se había referido el bonzo. Ni uno solo de sus muros quedó en pie. Entonces los dos hombres comentaron, asombrados, que aquel mendigo lo había predicho, y la aldea entera le suplicó:
-Quédate con nosotros. No te vayas a otro lugar. Tú eres el único santo que se ha dignado visitarnos.
El bonzo se negó, diciendo:
-Mi techo es el firmamento y mi suelo todo este reino. ¿No lo comprendéis?
Pero le ofrecieron tal cantidad de monedas de plata que, al final, terminó accediendo, y dijo:
-Está bien. Me quedaré en vuestra aldea diez días más.
Entonces escuchó lo que comentaban tres gorriones y, agradecido, quiso que lo supieran quienes tan bien le habían tratado.
-El catorce se abrirá y el dieciséis se secará uno -afirmó con cierta petulancia.
-¿Qué querrá decir eso? -se preguntaban cuantos lo oyeron.
Pero el bonzo no aclaró nada. Se limitó a repetir tan extraña frase y empezó a recitar los diez mil nombres de Buda. Sin embargo, pronto se desveló el misterio: el día catorce una mujer dio a luz gemelos y el dieciséis murió uno de ellos.
-¡Es asombroso! -se decía todo el mundo. ¿Cómo puede ese hombre conocer con tal precisión el futuro?
Y a su fama de santo se añadió la de sabio. Hasta el gobernador oyó hablar de él y se dijo:
«Si es verdad lo que cuentan de ese bonzo, sus predicciones me harán rico. ¿No me favorecería, acaso, el emperador con su amistad, si pudiera prevenir una guerra adversa?»
Inmediatamente le hizo venir a su palacio, pero en cuanto vio su pinta de mendigo y su cabeza rapada empezó a dudar de él.
-¿En qué te basas para conocer el futuro? ¿En los reflejos de tu calva? -preguntó, burlón.
-Nada de eso, mi señor -respondió humildemente el bonzo. Yo no adivino nada. Son los pájaros los que lo hacen. Y le reveló su secreto.
El gobernador estaba cada vez más convencido de que tenía ante sí a un loco. Entonces pasó un pato y quiso burlarse de él.
-Si lo que dices es verdad -le animó, no te será difícil contarme lo que va pregonando ese pato. El bonzo sonrió con malicia y dijo:
-La pequeña le sacará los ojos y la mayor le arrancará la lengua.
-¿Y eso qué significa? -preguntó el gobernador, asombrado.
-No lo sé -respondió, triunfante, el bonzo. Pero me huele que la discordia habita bajo vuestro techo.
Y se marchó a mendigar por las plazas de la ciudad.
El gobernador se quedó boquiabierto, porque tenía dos mujeres y siempre estaban discutiendo a causa de los celos.
-Sí, es verdad -reconoció la más joven. Tuvimos una discusión y dije a vuestra esposa primera que iba a sacarle los ojos. Ella, para no ser menos, me amenazó con arrancarme la lengua.
-Os juro que no volverá a suceder más -prometió la más vieja.
Pero esta vez no le importaron al gobernador las rencillas familiares. Estaba estupefacto. Tanto que de nuevo llamó al bonzo y le nombró su consejero.
-Los pájaros están sobre nuestras cabezas y ven con más claridad cuanto hacemos -explicó, complacido, el bonzo.
Sin embargo, el gobernador era una persona muy engreída y pronto empezó a dudar otra vez de su nuevo consejero.
Una tarde, cuando se hallaba despachando los asuntos de la provincia, volvió a pasar por delante de la puerta un pato. Entonces, con el afán de coger en falta al bonzo, le preguntó de improviso:
-¿Estás de acuerdo con lo que dice ese ánade?
El bonzo no sabía lo que significaba esa palabra, pero respondió de inmediato:
-Un ánade, ciertamente, no sé lo que es. Pero, si os referís a ese pato, os diré que va recitando: «Harina diez mil uno..., harina veinte mil dos.»
El gobernador enrojeció de vergüenza, porque era muy avaricioso y siempre enviaba cuentas falsas al emperador. Desde entonces comenzó a tomar miedo al bonzo y ordenó a sus criados que se deshicieran de cuantas aves hubiera en palacio. Después cubrió con una red todos los patios, y al bonzo se le fue olvidando el lenguaje de los pájaros.
-¿Por qué habéis hecho eso? -preguntaba cada día a su señor. ¿No os interesa ya conocer el futuro?
El gobernador siempre le respondía lo mismo:
-El futuro es poder..., el futuro es poder y tú eres sólo un bonzo.
Un día se reunieron en su palacio los gobernadores de todas las provincias vecinas. Tan interesados estaban en las redes que cubrían todos los patios, que el gobernador terminó revelándoles su secreto. Todos se pusieron entonces de pie y empezaron a reír como locos.
-No nos vengas con cuentos -se burlaron. Ningún hombre puede entender el lenguaje de las aves.
El gobernador se sintió herido en su amor propio e hizo traer al bonzo.
-iDemuéstrales que no miento! -le ordenó, amenazante. ¿Qué es lo que dice este pájaro? -y sacó una cajita de oro con un colibrí.
El bonzo se inclinó con humildad y respondió:
-El pajarito dice que dentro de dos días os depondrá el emperador.
Entre las burlas de todos, el gobernador le mandó azotar y le expulsó de su palacio. Aunque la predicción resultó cierta, el bonzo no volvió a decir a nadie lo que hablaban los pájaros. Había aprendido, por fin, que el corazón humano es débil como la belleza, y el lenguaje de las aves, tan directo como la línea de sus vuelos.
-Por eso nunca me quedo más de dos días en un lugar y siempre estoy de camino.
En ningún sitio volvieron a suplicarle que permaneciera más tiempo.

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