Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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miércoles, 22 de octubre de 2014

El gorrion amarillo

A Yang-Bao le atraían todos los animales, pero eran los de menor tamaño los que más le gustaban. Sus padres no se oponían a que los guardara en casa y él la había convertido en una parte más del bosque. Entre sus pobres paredes se escuchaban todo el día los cantos del grillo y el croar de las ranas.
-Dejémosle que se divierta a su manera -decía su madre, ya que estoy muy enferma y no puedo cuidarle.
Su padre asentía y murmuraba, pensativo:
-Somos tan pobres que ni juguetes podemos comprarle.
Y le venían a la mente los muchos negocios que había iniciado y que siempre habían terminado mal.
Un día oyó que en el mercado de la ciudad vendían alcuzas de cobre. «Podría comprarlas a un precio bueno y venderlas después en la aldea», se dijo, entusiasmado.
Inmediatamente se puso a hacer los preparativos del viaje. Yang-Bao jamás había estado en la ciudad; así que, tanto suplicó a su padre que le llevara, que terminó saliéndose con la suya.
-Le sentará bien al chico salir de aquí -comentó con su esposa. En el mundo hay más seres que grillos y ranas -y a la mujer le pareció bien.
Yang-Bao se quedó asombrado de la extensión del bosque. Pero lo que más le llamó la atención fue la variedad de trinos que lo poblaban.
-¿Acaso hay tantos pájaros distintos? -preguntó, extasiado, y su padre sonrió, satisfecho.
A mitad de camino tenían que atravesar un puente. Era, en realidad, un tronco que unía las dos orillas de un arroyo. A Yang-Bao le dio vértigo y no quería cruzarlo. Su padre le dijo:
-Si no te decides ahora, no podremos llegar a tiempo a la aldea y tu madre se quedará sin las medicinas que necesita.
Yang-Bao se armó de valor y comenzó a dar pasos inseguros sobre el tronco. Sin embargo, a medio camino se volvió corriendo al punto de partida.
-¡Qué lástima! ¡Lo estabas haciendo tan bien! -le animó su padre. ¿Por qué has vuelto a desandar lo andado?
-Si ya no tengo miedo -gritó Yang-Bao desde la otra orilla. ¿No lo has oído? Hay un pájaro que se está quejando.
En el bosque se escuchaban tantos cantos de ave que era prácticamente imposible decir cuáles eran de alegría y cuáles de dolor. Su padre no le hizo caso. La ciudad estaba lejos y continuó su camino.
-¡Se puede estar muriendo! -volvió a gritar con impaciencia.
Su padre se encontraba ya a mucha distancia y Yang-Bao temió perderse. Corrió hasta alcanzarle, pero no dejó de llorar por el pájaro moribundo.
-El bosque es cruel. Tú mismo me lo has dicho muchas veces -decía entre sollozo y sollozo. ¿Te imaginas qué será de ese pajarito que está agonizando? Seguro que se lo comerán las hormigas.
El padre se sintió conmovido y decidió volver a orillas del arroyo. «Al fin y al cabo -se dijo- no importa mucho llegar al mercado, si puede salvarse una vida.»
Atravesaron el tronco y Yang-Bao se puso en seguida a buscar entre las hojas. Por fin, encontró al pájaro que se estaba quejando. Era un pequeño gorrión amarillo. Tenía una herida en el pecho, un ala desgarrada y una pata partida. Las hormigas, en efecto, habían empezado ya a atacarle.
-¿Ves cómo era verdad? -preguntó el niño, y le tomó con cuidado en sus manos.
Su padre también se compadeció de él. Era triste ver a un pájaro en tan lamentable estado. Le entablilló la pata, y con unas hierbas que encontró allí mismo le curó las heridas. Pero perdió mucho tiempo buscando las plantas medicinales y no pudo llegar a tiempo al mercado.
-No importa -le tranquilizó su esposa. Nuestro hijo está radiante de felicidad y eso para mí cuenta más que el dinero.
Yang-Bao pasó toda la noche al lado del gorrión herido. A la mañana siguiente había mejorado tanto que hasta comió unos granos de arroz. A partir de aquel día se convirtió en su amigo más inseparable y poco a poco fueron desapareciendo de su casa los grillos y las ranas.
-Hasta yo misma les echo ahora de menos -dijo la madre, cuando no quedó ni un solo grillo. De alguna forma acompañaban mis noches de insomnio. Espero que Yang-Bao no se encuentre muy solo cuando el pájaro se vaya.
-¿Por qué habría de irse? -preguntó el padre. Aquí le tratamos bien.
Pero un día, al regresar del campo, Yang-Bao vio una enorme cantidad de pájaros alrededor de la jaula del gorrión amarillo. Piaban y revoloteaban, como si le invitaran a seguirlos.
-Tendrás que soltarle -le aconsejó su padre. Ya está completa-mente curado.
Yang-Bao no quiso hacerlo, pero, al fin, comprendió que la única jaula que podía contener a un gorrión era el bosque.
-No te preocupes -le dijo llorando. Te llevaré con los tuyos -y antes de que hubiera transcurrido el mediodía llevó su pequeña jaula de bambú a orillas del arroyo y le dejó escapar.
Yang-Bao no volvió a criar ni grillos ni ranas. Ahora se pasaba todo el tiempo pensando en su amigo, el gorrión amarillo. Todos los días, de hecho, acudía al sitio donde le había visto por última vez. Allí miraba hacia las copas de los árboles hasta que le dolía la nuca. Pero nunca más volvió a verle.
-Deberías estar contento -decía su madre, para alegrarlo. Tu gorrión vive ya entre los suyos. Contigo ni siquiera podía hablar.
Yang-Bao le sonreía porque eso era lo que esperaba su madre de él. Pero continuó acudiendo todos los días al arroyo.
Un día se encontró allí con un niño. Aparentaba tener su misma edad y, cosa curiosa, todos sus vestidos eran amarillos. Estaba escarbando con sus manos en la tierra en busca de orugas, pero no tenía caña.
-¿Con qué vas a pescar, si ni siquiera tienes caña? -le preguntó, burlón, Yang-Bao.
El niño levantó la cabeza y sonrió con dulzura.
-¿Pescar? ¿Quién habla de pescar? -preguntó. Nosotros nunca pescamos. Tú lo sabes bien.
-¿Yo? ¿Por qué habría de saber yo vuestras costumbres? Aquí nadie viste de amarillo.
-Tú fuiste muy bueno conmigo -volvió a decir el niño. Si miras debajo de la tercera teja del alero de tu casa, encontrarás tu recompensa.
Yang-Bao comprendió entonces que aquel muchacho era el gorrión amarillo. Extendió la mano para acariciarle, pero el pájaro remontó las copas de los árboles y se perdió en la altura.
Sus padres no querían creerle cuando les contó lo sucedido. Se pusieron muy tristes, porque pensaban que Yang-Bao había perdido el juicio.
-Ese chico ha cambiado mucho desde que se deshizo del gorrión -se lamentó su madre. Sería fantástico si pudiéramos regalarle otro pájaro igual.
-Sí -afirmó su padre. Pero, ¿en dónde podemos hacernos con un gorrión amarillo?
Sin embargo, Yang-Bao no deseaba más pájaros. Sólo quería que su padre se subiera al tejado y levantara la tercera teja del alero. Resultaba demasiado alto para él.
-¿Es eso pedirte tanto? -le suplicaba cada noche.
Por fin, sin que se enterara su esposa, una mañana subió al tejado. Metió la mano bajo la teja que le había dicho su hijo y encontró tres brazaletes de oro. Estaban trabajados con tosquedad, pero su belleza era increíble.
-¿Ves cómo no eran locuras mías? -preguntó Yang-Bao. Déjame ponerme uno.
Sus padres se pusieron los otros dos y a partir de aquel día su suerte cambió por completo: la madre se curó de la enfermedad que había padecido durante más de diez años y al padre comenzaron a salirle bien los negocios.
El pequeño Yang-Bao llegó a ser funcionario real. En su vejez, cuando alguien se quejaba de la fealdad de los gorriones, se quitaba el brazalete y lo ponía en el suelo. Al punto acudían dos o tres pajarillos. Cuando remontaban el vuelo, iban teñidos de oro.
-¿Cómo puedes hacer eso, anciano Yang? -le preguntaban los jóvenes.
-¿Hacer qué? Lo que habéis visto es sólo el color del agradecimiento.
Y les contaba la extraña historia del gorrión que se transformó en niño.

0.005.1 anonimo (china) - 049

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