Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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miércoles, 22 de octubre de 2014

El comprador de gratitud

En el reino de Dhzao había un ministro llamado Mong-Dhzang-Chüan. Era muy rico, pero jamás se olvidó del sufrimiento de los pobres. Cuantos acudían a su puerta jamás se iban con las manos vacías. Un día se presentó un joven pidiendo trabajo.
-Está bien -dijo el ministro. Pero primero deberás decirme tu nombre, porque en la familia se esconde la virtud.
El joven le miró a los ojos y respondió:
-¿Para qué queréis saberlo, si nunca os habéis relacionado con campesinos? De todas formas, yo soy Fong-Süan.
Al ministro le gustó la franqueza del joven.
-Así que eres campesino, ¿no?
El joven negó con la cabeza:
-Yo no sé labrar un campo. Desde niño me he dedicado a las letras.
-Entonces conocerás las doctrinas de los grandes maestros -el joven volvió a negar. ¿Y las armas...? ¿Sabes usar el arco?... ¿Qué sabes hacer? -preguntó, por último, el ministro.
-Nada -contestó tranquilamente Fong-Süan.
Sin embargo, el ministro le aceptó, porque le había caído bien.
De esta forma, el joven Fong-Süan holgazaneó en su casa durante meses enteros. Los sirvientes estaban hartos de él.
-iHabráse visto! -comentaban, indignados. Este joven no hace nada y encima nos exige como si fuera un gran señor.
Y comenzaron a escatimarle la comida. Sólo le daban una escudilla de arroz al día. El joven Fong-Süan empezó, pues, a pasar hambre. Una noche, antes de sentarse a la mesa, palpó el pomo de su espada y dijo:
-Amiga mía, tendremos que marcharnos de aquí, porque llevamos meses sin probar ni pescado ni carne.
Los sirvientes estaban escandalizados y en seguida fueron con el cuento a su señor.
-¡Es asombroso! -dijeron. No hace absolutamente nada y encima nos exige pescado y carne.
-iDádsela! -ordenó el ministro. No está bien que la gente diga que en casa de Morlg-Dhzang-Chüan se pasa hambre.
Pero a los pocos días el joven Fong-Süan volvió a acariciar su espada y exclamó con todo descaro:
-Amiga mía, ahora comemos muy bien, pero tendremos que marcharnos, porque, cuando salimos a la calle, no tenemos un carruaje a nuestra disposición.
Los sirvientes a punto estuvieron de darle una paliza. Sabían lo estricto que era su señor y prefirieron ir a contárselo.
-¡Es inaguantable! -dijeron, echándose rostro a tierra. Ese joven inútil que habéis tomado a vuestro servicio ahora quiere un carruaje.
-Lo necesitará para algo -respondió el ministro. Que de ahora en adelante tenga a su servicio un carro y diez caballos. Espero que nadie diga por ahí que Mong-Dhzang-Chüan no trata bien a los suyos.
Pero el joven Fong-Süan no pareció muy satisfecho. A las dos semanas volvió a decir a la hora de la cena, mientras acariciaba su espada:
-Amiga mía, aquí ciertamente se come bien y se viaja con comodidad. Pero tendremos que marcharnos, porque, mientras yo vivo como un príncipe, mi familia se muere de hambre.
Los criados pusieron el grito en el cielo.
-¡Esto es el colmo! -se quejaron a su señor.
Sin embargo, el ministro no les dio importancia. Llamó al joven Fong-Süan y le preguntó:
-¿Así que tienes familia? ¿Por qué no me lo has dicho?
-Nunca me lo habéis preguntado, señor -respondió el joven Fong-Süan, mirándole directamente a los ojos. Allá, en mi pueblo, tengo una madre que sólo depende de mí para vivir.
-Que cada día le den tres monedas de plata -decretó el ministro. No es justo que yo tenga a su hijo a mi servicio y ella se muera de hambre. Es mi deseo que nadie pueda decir que el corazón de Mong-Dhzang-Chüan es como una roca.
Y el joven Fong-Süan no volvió a protestar más.
Un día el ministro se reunió con sus subordinados. En seguida se pusieron a echar cuentas y a repasar quién le debía más dinero.
-La aldea de Süe es vuestro principal deudor -concluyó un contable, dejando a un lado su ábaco. Si os pagara sus deudas, vuestra riqueza aumentaría considerablemente.
El ministro se puso pensativo. La aldea de Süe había matado a cuantos emisarios había mandado y no quería sacrificar a nadie más. Entonces el joven Fong-Süan se adelantó y dijo:
-He oído que tenéis problemas. Yo iré y cobraré lo que os deben.
El ministro le miró con pena.
-¿Sabes que te expones a morir?
-Desde que uno nace siempre está muriendo.
-Ya sabía yo que no eras tan tonto como parecías -dijo el ministro, emocionado, y le dejó partir.
Sin embargo, antes de abandonar su casa, el joven Fong-Süan aún tuvo la osadía de preguntarle:
-¿Qué queréis que os traiga de tan largo viaje?
El ministro le miró extrañado y contestó:
-Date una vuelta por mi palacio y lo que descubras que me falta cómpralo a tu vuelta.
El joven Fong-Süan recorrió todo el palacio, tomando buena nota de las posesiones de su señor. De esta forma, demoró dos días el viaje. Los criados empezaron a criticarle:
-¿Valiente ese vago? ¡Pico es lo único que tiene!
Pero al tercer día el joven Fong-Süan montó en su carruaje y se dirigió a la aldea de Süe. Cuando llegó a sus puertas, le salieron al encuentro diez mil hombres armados.
-¿Quién os ha dicho que yo vengo a cobrar? -dijo el joven Fong-Süan sonriendo. Sólo vengo a revisar vuestros contratos.
Entonces todos los habitantes trajeron su mitad y la cotejaron con la que traía el joven.
¿Así que tú debes cinco mil libras de plata a mi señor? No te preocupes. El ministro Mong-Dhzang-Chüan es tan generoso que te las perdona.
Y, agarrando las dos mitades del contrato, las arrojó al fuego. Así fue haciendo con todos. Cuando terminó, la aldea de Süe no salía de su asombro.
-iY nosotros que hemos matado a todos sus emisarios! -decían arrepen-tidos. Ahora sabemos que el ministro Mong-Dhzang-Chüan es el hombre más bueno de la tierra y nosotros le estaremos eternamente agradecidos.
-¡Que nuestro señor viva diez mil años! -gritaban otros, emocionados. ¡Viva el ministro Mong!
Despedido como un héroe, el joven Fong-Süan inició el camino de regreso. Cuando le vio el ministro, no salía de su asombro. 
-¿Has cobrado todas mis deudas?
-Hasta la última -respondió, orgulloso, el joven. No tendréis que preocuparos más. Todos han pagado lo que os debían.
Satisfecho, el ministro Mong le preguntó entonces qué cosa había descu-bierto que le faltaba y cuánto le había costado. El joven Fong-Süan hinchó el pecho de aire y respondió:
-Vos sois, en efecto, el hombre más rico de todo el reino. Pero en ningún rincón de vuestro palacio he encontrado siquiera un sólo gramo de gratitud. Así que me fui a la aldea de Süe y os la he comprado a carretadas.
Y le contó todo lo que había dicho y hecho. El ministro no sabía si tomarle por un loco o por un vivo.
-No es justo lo que hacéis con ese joven -le reprocharon los sirvientes. ¿Por qué sois tan severo con nosotros, que os hemos servido fielmente durante tantos años, y a él le perdonáis todo?
El ministro sonrió y se encogió de hombros.
Sin embargo, cuando el reino de Yüe derrotó al de Dhzang, sólo el joven Fong-Süan permaneció a su lado.
-¿Por qué no me abandonas tú también? -le preguntó con la amargura a flor de labios. Ahora no tengo ni un grano de arroz que darte.
-No importa -respondió el joven Fong-Süan. En la casa de Mong-Dhzang-Chüan nunca se pasó hambre. Así aprendí a prepararme para el futuro.
Continuaron huyendo. Las tropas vencedoras les pisaban los talones. Tuvieron, pues, que caminar día y noche. Les sangraban los pies y estaban más cansados que un lobo. Entonces el ministro preguntó al joven Fong-Süan:
-¿Por qué me sigues? Vuelve a la ciudad y adula a los invasores. Conmigo sólo amontonarás cansancio.
-No importa. Cuando servía a Mong-Dhzang-Chüan, aprendí la resistencia de los caballos que tiraban de mi carruaje.
Al ministro se le saltaron las lágrimas. Más adelante volvió a preguntarle:
-¿Por qué no entras al servicio del rey de Yüe? Conmigo serás un apátrida sin descendencia.
-No importa -respondió una vez más el joven. Cuando mi madre no tenía nada que comer, el ministro Mong alivió su vejez con una pequeña fortuna.
Así, llegaron a la aldea de Süe. Mong-Dhzang-Chüan pensaba que allí iban a detenerle y a entregarle a los invasores. Pero los habitantes de Süe le trataron como a un padre: le colmaron de honores y se pusieron a su completo servicio.
-¿Os gusta la compra que hice en mi último viaje a este lugar? -le preguntó el joven Fong-Süan.
Y el ministro Mong-Dhzang-Chüan sonrió satisfecho, porque sabía que desde allí podría reconquistar el reino de Dhzang.

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