Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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miércoles, 22 de octubre de 2014

El bonzo loco

En Han-Shan vivía un labrador joven. Su madre era viuda, pero, gracias a su trabajo, llevaba una vida decente. Un día regresó a casa con terribles dolores de estómago. Su madre le dio cuantas medicinas tenía a mano, pero todo resultó inútil. Su barriga empezó a hacerse cada vez más grande y pronto, más que varón, parecía una mujer embarazada. Lo más alarmante, sin embargo, fue que siguió creciendo sin parar.
«¿Qué va a ser de mi hijo? -se lamentaba la madre. Si continúa así, va a reventar y yo me moriré de hambre.»
-¿Por qué no vas a la pagoda de Shi-Fu? -le dijo entonces una vecina. Allí hay un bonzo que tiene fama de inmortal. Según dicen, puede curar todas las enfermedades.
En cuanto oyó esto, la madre se puso en seguida en camino. Al anochecer llegó a la región de Shi-Fu. En lo alto de una colina había, en efecto, una pagoda.
«Allí es donde debe vivir ese bonzo virtuoso -se dijo la mujer. Subiré y le pediré que cure a mi hijo.»
Pero, al entrar en la pagoda, la encontró ruinosa y abandonada. En su interior sólo había cucarachas y ratones. La mujer se puso a llorar deses-perada.
-Todo ha sido inútil -decía entre sollozos. Cuando regrese a casa, ya habrá reventado.
En esto oyó la voz de un borracho. Venía de una de las habitaciones del primer piso y la mujer subió en seguida las escaleras.
-Dime dónde está el bonzo que cura todas las enfermedades -le suplicó. Mi hijo se está muriendo y yo soy viuda.
-Aquí no hay más bonzo que yo -respondió el borracho. Llevo viviendo en esta pagoda desde hace más de treinta años.
La mujer le miró con desconfianza. Olía mucho a alcohol y sus ropas eran harapos. Estaba tumbado en el suelo. A su lado había una calabaza con licor, un abanico y un abrigo de hierbas.
-¿Tú eres bonzo? -preguntó, incrédula, la mujer.
-¿De qué te extrañas? -respondió, sorprendio, el bonzo. ¿Acaso el alcohol está reñido con la virtud?
La mujer se lanzó entonces a sus pies y le suplicó que curara la extraña enfermedad de su hijo. El bonzo se quitó el sombrero que llevaba y se rascó la cabeza, diciendo:
-Todas las madres hacéis las mismas tonterías por vuestros hijos. Bueno, estáte tranquila. Voy a hacer lo que me pides.
El bonzo se frotó los brazos e hizo tres bolitas con la mugre que los cubría.
-Dale esto y se curará.
Después se puso a cantar y a soltar eructos. La mujer cogió las bolitas con asco, pero no dijo nada.
«¿Por qué no voy a hacer lo que me ha dicho -se preguntó, si es un inmortal?»
Pero su hijo se negó a tomarlas, diciendo:
-¡Ese bonzo es un borracho! ¿Cómo quieres que haga caso a un loco como él?
Sin embargo, los dolores eran fuertes, que terminó cediendo. En cuanto tragó las tres bolitas, devolvió un gusano tan grande como un tronco. Al día siguiente se sentía tan bien que salió a labrar sus campos.
-Debemos ser agradecidos -le dijo su madre aquella misma noche. Los inmortales no son muy distintos de nosotros.
-Tienes razón -respondió el campesino y, sin esperar la salida del sol, se dirigió a las montañas de Shi-Fu.
Pero el bonzo no quiso recibirle. Se subió a lo más alto de la pagoda y comenzó a gritar:
-¡Yo soy Chi-Kung, el bonzo que ama el alcohol! Nadie viene a verme, porque siempre estoy borracho. Vivo en un templo y me llaman inmortal.
A los tres días llegó a su pagoda un gran cortejo de monjes. En seguida adecentaron la sala de oraciones y empezaron a entonar su salmodia. El bonzo Chi-Kung se puso furioso.
-¿Qué habéis venido a hacer aquí? -les preguntó, subido a una viga. Vuestros cantos no me dejan dormir.
El monje más anciano se encaró con él y le dijo:
-Déjanos tranquilos y no seas tan irrespetuoso. ¿No sabes que la madre del ministro Hwang está muy enferma? Estamos recitando los cien nombres de Buda, para que recupere la salud.
-GY para eso tenéis que armar tanto alboroto? -preguntó el bonzo Chi-Kung. Buda no está dormido ni tiene hambre.
Y, como si fuera un mono, se puso a comer la fruta que habían colocado al lado de los pebeteros. Después agarró una pata de perro y empezó a comérsela tan tranquilamente. De vez en cuando se echaba un buen trago de vino.
-¡Borracho irrespetuoso! -le riñó el monje más anciano. ¿Por qué te burlas de los nombres de Buda?
-Yo no me burlo de nada -respondió Chi-Kung. ¿No lo oyes? También yo los estoy recitando.
El monje afinó el oído y sólo pudo escuchar sus eructos. Entonces el ministro Hwang se levantó y dijo a los monjes:
-Vamos a otro templo. Aquí, con este loco, no se puede rezar.
-¿Para qué? -preguntó Chi-Kung, chillando como una grulla. Tu madre está ya curada. ¿Para qué seguir cansando al dulce Buda?
Cuando el cortejo de monjes abandonaba la pagoda, llegaron seis criados de la casa Hwang diciendo:
-Alegrémonos todos, porque la madre del ministro ha recobrado la salud.
-¿Cuándo ha ocurrido eso? -preguntó el dignatario, asombrado.
-Esta misma tarde -le respondieron los criados. Vuestra madre vio en sueños a un bonzo borracho. Llevaba un gorro muy raro, un abanico y una calabaza llena de licor. La tocó en la cabeza y le dijo: «Vive para que sigas haciendo el bien.» Y en seguida la abandonó la fiebre.
Todos se quedaron asombrados. El ministro empezó a gritar, agradecido:
-iBonzo Chi-Kung, perdóname! Te tomé por un borracho, pero ahora sé que eres un inmortal. Jamás podré agradecerte lo que has hecho por mi madre.
Chi-Kung saltó de viga en viga hasta ponerse encima del ministro Hwang. Entonces se puso a mear sobre su cabeza y a chillar:
-¡Tomad agua de inmortalidad! A mí me sobra. Cuando queráis más, venid a por ella -y todos consideraron una suerte haber sido bañados por su orín.
Cuando corrió la voz de lo ocurrido, la pagoda de Shi-Fu comenzó a llenarse de enfermos. El bonzo Chi-Kung no quiso sanar a ninguno. Una noche sin luna se marchó hacia las montañas del norte. Cuando llegó a ellas, estaba rendido.
-¿Quieres un panecillo de arroz? -le preguntó un muchacho. Tú eres bonzo y siempre haces el bien. Lo que yo gano es para alimentar a mi madre.
-¿De qué están rellenos? -preguntó Chi-Kung, mirando a la gran mole de piedras que había detrás del puesto.
-De carne y de verduras. Y te aseguro que las verduras son tiernas.
Chi-Kung los manoseó todos. Sus manos estaban tan sucias que las llevaba siempre cubiertas de moscas.
-Dame cuatro panecillos rellenos de carne -dijo, por fin.
¡Bastantes verduras he comido ya en mi monasterio!
-Como quieras -replicó el muchacho.
Chi-Kung los mordisqueó todos. Después hizo un gesto de asco y añadió:
-Pensándolo bien, la carne no me gusta mucho. Dame cuatro rellenos de verdura.
Y no esperó a que el muchacho se los cambiara. El mismo los cogió con sus manos sucias.
-¡Ya está bien!, ¿no? -protestó el chico. ¿Quién va a comprarme estos panecillos mordisqueados?
-¡No es culpa mía! -replicó Chi-Kung. iA mí me gustan los rellenos de verdura! Van mejor con el vino -y echó un largo trago de su calabaza.
Pero en seguida volvió a cambiar de opinión.
-Estaba equivocado -dijo, después de morderlos. Nada se puede comparar a la carne. Dame cuatro de carne. El muchacho se negó.
-¡Hoy no ganaré nada! -exclamó, sollozando. ¡Me has estropeado dieciséis panecillos!
Entonces el bonzo Chi-Kung se metió los cuatro últimos en la boca y empezó a correr. El muchacho le siguió y, como era más joven, en seguida le dio alcance.
-¡No me has pagado los panecillos!
-¿Cómo que no? -protestó Chi-Kung. Te los he cambiado por otros cuatro de verdura.
-Sí, pero tampoco me has dado nada por ellos.
-¡Claro que no! Es justo. Esos te los cambié por otros cuatro de carne.
Estando en ese tira y afloja, se desprendieron unas piedras enormes de la montaña y aplastaron el puesto del muchacho. Entonces comprendió por qué el bonzo se había portado tan mal.
«Si no llega a ser por él -pensó, ahora estaría muerto.»
Y se arrodilló ante Chi-Kung.
El bonzo empezó a hacer cabriolas y a escupir los panecillos. Después se los tiró al muchacho, diciendo:
-Dáselos a comer a tu madre. Si lo haces, se pondrá buena.
-¿Y cómo sabes tú que está enferma? -volvió a preguntar el muchacho.
Pero el bonzo Chi-Kung había desaparecido. El muchacho fue el último que le vio. Jamás volvió a curar a nadie más, porque, aunque era inmortal, también los sabios celestes se cansan.

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